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miércoles, 7 de octubre de 2015

En La Paz: el techo del mundo.

En pleno altiplano boliviano a 3650 msnm se emplaza la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, capital del país andino. Con una geografía fantástica rodeada de montañas y caseríos en sus laderas, caminar por las atestadas calles de La Paz puede resultar un desafío interesante. Similar a Potosí o Cusco, la dificultad de transitar por la capital boliviana se amplifica debido a su gran tamaño y las distancias que en oportunidades se deben recorrer.
El tránsito puede parecer caótico para el visitante extranjero. Algunas de las avenidas principales son en doble vía como en toda ciudad grande, pero el detalle curioso radica en que un solo carril puede quedar repleto de vehículos que circulan en la misma dirección ocupando todo el ancho de la vía en filas de hasta tres vehículos. Cuando el auto que está por delante avanza levemente, propicia un pequeño hueco por el que los vehículos que están detrás, intentan introducirse adelantando de esta manera a los que comparten fila.
Caminar distancias largas transportando peso no es muy recomendable aunque se puede hacer, dependiendo de la condición física que se tenga. Las calles suelen tener pendientes bastante inclinadas cuyo recorrido en ascenso requiere de un esforzado andar pausado. No hay que olvidar beber agua para contrarrestar una deshidratación que en la altura avanza más rápido y puede generar inconvenientes si no es atendida.
Una chola acomoda un pan de pasto en el Estadio Hernando Siles.
Nos alojamos en el confortable hotel Savoy –económico y de muy buena atención- en el centro de la ciudad y recorrimos sus calles, plazas y monumentos. Conocimos el Mercado de Brujas, el estadio Siles, la plaza Murillo y una suerte de ciudad dentro de otra: El Alto.
En realidad, El Alto, que parece un barrio grande de La Paz, es una enorme ciudad de casi 1 millón de habitantes que forma parte del área metropolitana de la capital boliviana. Como su nombre lo indica, es muy alta con sus más de 4000 msnm. Llegamos allí empleando una de las tres líneas de teleférico paceñas, una experiencia plenamente recomendable. Pocas cosas hay en La Paz más maravillosas que andar en esta cabina ambulante que pende de un cable observando la vista de esta bella ciudad, con el imponente nevado de Illimani detrás.
Todavía me veo caminando cuesta arriba con Hernán portando nuestras mochilas, procurando llegar a la calle desde donde había que tomar el teleférico para llegar a este lugar. Fueron 4 o 5 cuadras a puro esfuerzo, caminando un paso y respirando hondo antes de dar el siguiente. Mi amigo guardavidas, profesor de Educación Física y hombre de deportes, siempre llevó mejor este ejercicio. Pero a mi nunca me ha gustado ser menos, así que guerrero me dispuse a no perderle el paso, y a corta distancia -cuando no a la par- me mantuve.
Las combis son un medio de transporte muy utilizado aquí. Circulan a toda hora y puedes indicarle al conductor que se detenga en prácticamente cualquier punto de la calle. Aprendí el “modo boliviano” de hacer esta señalización, consistente en colocar el brazo perpendicular al cuerpo -como acá- y realizar un movimiento de arriba-abajo con la muñeca con el dedo índice apuntando al suelo.
Comer en La Paz es barato y entre la música que escuché en esta parte de Bolivia, en otras y en Perú o incluso Chile, sonó al menos 3 veces, la de una vieja banda uruguaya: Los Iracundos. En Copacabana, cerca de La Paz a orillas del Titicaca, me sorprendí en un bar nocturno escuchando el coro de voces de gente local tarareando una canción de los sanduceros, como si fuera un hit de Luis Miguel o Soda Stéreo. Me pasó lo mismo en el hostel de Copacabana con el dueño del alojamiento. No solo conocía las canciones sino parte de la historia del grupo, la etapa exitosa con Eduardo Franco, vocalista y co fundador de la banda.
Vista de La Paz y del Nevado de Illimani, una de las montañas más grandes del mundo, fuera de los Himalaya. Foto tomada desde teleférico.
En Bolivia los locales conocen música uruguaya que muchos compatriotas de mi edad desconocen, por no hablar de las generaciones más jóvenes de uruguayos.
En las penumbras del bar de Copacabana me dispuse a tomar una paceña con el taco de pool en la mano y los inoxidables Iracundos entonando algún añejo éxito latinoamericano.
Con cara de "feliz cumpleaños" en Plaza Murillo. Me rodean las palomas. Nunca vi tantas juntas.