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lunes, 30 de noviembre de 2015

Un atardecer en el Altiplano en tren.

Escribo cuando el repiqueteo del tren sobre la vía que une Villazón y Uyuni me lo permite. Afuera cae la noche y en la penumbra del día que muere alcanza a dibujarse tímidamente, como renuente, la silueta de las montañas. Cada tanto se ven luces que corresponden a viviendas o a algún vehículo que circula por la carretera lindera. El polvo del altiplano se adhiere a los ventanales del tren, llegando a filtrarse a través de estos hacia el interior. Lo atestiguan la picazón que experimento en la garganta y la sequedad de mi boca.
Hoy abandonamos Villazón luego de desayunar en sus pintorescas calles, nos despidió la dueña de la agencia que contratamos para hacer el tour por el Salar de Uyuni, quien gentilmente nos preparó algo de comer. Con Ivonne charlamos de Villazón, de Bolivia y los bolivianos, del dolor frecuente que sienten ante el destrato de los peruanos tan iguales, de Uruguay, de los hijos y de nuestro viaje. Nos aconsejó cosas, opinó de otras e hizo sugerencias. Nos acompañó a la estación a tomar el tren y allí nos despedimos con un abrazo.
En el tren, mientras paramos en la estación de Tupiza, suena y se ve en la televisión un videoclip de Alejandro Fernández. Me refugio poniéndome auriculares para escuchar la inconfundible voz de Freddie Mercury. Del gran Farrokh Bulsara y la mítica Queen, paso a la canción más importante de mi vida desde hace 12 meses: "Cordillera", de los Enanitos Verdes, un motorcito que alimentó durante un año, cada día, el sueño de concretar este viaje.


Cada jornada laboral o de fin de semana, en distintas horas, con lluvia, frío o sol, escuché esta canción. Varias veces al día por momentos. Era mi máquina del tiempo. 

Estaba en San Carlos pero al mismo tiempo me teletransportaba a Bolivia y al Perú imaginando cada detalle de cada lugar: aromas, colores, música, sabores, la gente y lo que sería la experiencia de hacer este viaje.
El tren es confortable a pesar del polvo altiplánico que se filtra a través de las ventanas. Nos han colocado una alfombra roja apenas subimos. La experiencia de ir al vagón comedor a merendar o cenar se me hace similar a las películas de Indiana Jones. Tuvimos que cruzar de un vagón a otro en pleno movimiento, prácticamente a los saltos buscando mantener el equilibrio en el segmento de acople entre los vagones.
Llegamos a Uyuni por la madrugada, nos recibió una chola simpática que nos escoltó hacia el alojamiento que teníamos asignado. Era una habitación cómoda con agua caliente, abrigo suficiente en las camas y televisión. Fue el primer buen lugar donde dormimos, esta vez sin sobresaltos. Descansamos bien para reponer energías, al día siguiente esperaba uno de los puntos altos del viaje: el gigantesco desierto blanco, un tal Salar de Uyuni.




domingo, 29 de noviembre de 2015

En la tierra del viento y de los colores.


La Quebrada de Humahuaca es un caleidoscopio natural de colores. Los cerros tienen distintas tonalidades y esto es algo que se repite en buena parte del norte argentino.
Previamente habíamos abandonado Chile, dejando atrás San Pedro de Atacama, un pueblo enclavado en el desierto homónimo. Atrás había quedado una recorrida en bicicleta por el Valle de la Luna y el tránsito por el Paso de Jama, un pequeño callejón intermontano en el límite entre Chile y Argentina. Hacia mucho frío y el viento helado soplaba fuerte incrementando la gélida sensación. Lo comprobamos al bajar del ómnibus para realizar los trámites en la aduana, no sin antes recibir una advertencia del chofer, que con su tono norteño nos explicó que los perros habían detectado marihuana en uno de los bolsos de pasajeros, y que de no desecharla su portador, no saldríamos del Paso.
Con Hernán y Juan Carlos, el muchacho ecuatoriano.
Un hombre chileno con su hijo estaba delante de nosotros en la fila que conducía a la ventanilla de migraciones. La espera se alargaba porque la fila era extensa y el trámite de algunos pasajeros se demoraba. El niño vestía una camiseta de Nacional de Montevideo, lo que llamó nuestra atención. Era algo malcriado y después de quejarse varias veces por tener que esperar, fue a sentarse a cierta distancia de la fila, lo que provocó que su padre la abandonara también para ir a buscarlo.
Solucionado el trámite migratorio y el asunto del bolso con marihuana, emprendíamos viaje rumbo a San Salvador de Jujuy, aunque una charla con el chofer acerca de las conexiones entre la capital de provincia y otros destinos del norte argentino, modificó nuestro rumbo colocando el destino del viaje en Purmamarca -que está antes de llegar a San Salvador de Jujuy, viniendo del norte-.
El Cabildo, levemente hundido. Sumamente antiguo.
Descendimos del ómnibus a la tardecita luego de un viaje de muchas horas desde San Pedro hasta Purmamarca , acompañados por un ecuatoriano, el hombre chileno y su hijo. Con estos últimos ya habíamos tenido alguna conversación durante el viaje. El hombre contó que había estado varias veces en Uruguay, le encantaba el país, conocía bastante sobre éste, pensaba mudarse allí, e incluso, contrariando a sus compañeros de trabajo en Santiago, había apostado por Uruguay en el reciente polémico partido(*) entre la Celeste y la Roja por la Copa América.

(*) El día del dedo de Jara a Cavani.
Terminamos alojándonos todos en el mismo lugar aunque en habitaciones distintas. Nosotros compartimos la nuestra con el muchacho ecuatoriano y dos chicas francesas. La dueña del alojamiento era una señora mayor con el entrañable e inequívoco acento del norte, tremendamente simpática, además de empedernida fumadora. Escribiendo este pasaje de la nota de viaje recordé la anécdota de Babington sobre el Gaby Cedrés en una concentración, cuando contó que haber ingresado a la habitación de Cedrés había sido como “estar en Londres”. La sensación con la amable señora era similar.
A la noche los cinco recorrimos el pueblo y terminamos cenando en el local de una peña con música en vivo. Uno de los mozos se acerca a la mesa y pregunta si a alguno de nosotros le agrada el folklore argentino, le respondo con naturalidad que “sí”, y me regala un cd. En mi época pre rock, me pasé la adolescencia entre viejos cassettes y cds de Los Nocheros, Teresa Parodi, Mercedes Sosa, Los Tekis, Soledad, Raly Barrionuevo o los Chalchaleros, ¿cómo no iba a gustarme?
En las mesas hay gente de Mendoza y San Juan, provincias rivales. Lo recuerda con frecuencia y pícaramente, la artista sobre el escenario, tratando de animar la velada, lo que consigue exitosamente.
Hay mucha actividad en las calles y la gente aprovecha el comienzo de las vacaciones de invierno para hacer una visita a este pequeño y colorido pueblo del norte argentino. Los puestos de la feria están por todas partes, se escucha música y hay personas por doquier. Unas empanadas de jamón y queso que venden en la calle son exquisitas.
Visitamos el cerro de los 7 colores, una maravilla geológica. Creo que no se puede estar en el NOA sin pasar por Purmamarca, y no se puede estar en Purmamarca sin darse la oportunidad de sentir las ráfagas de viento seco, que arrastran el polvo amarillento por los rincones de la ciudad y su entorno, sin recorrer sus estrechas callecitas llenas de ferias sintiendo la música, percibiendo los colores del paisaje, el antiguo -y hundido-cabildo, o la vieja iglesia en la plaza principal con el centenario algarrobo a su lado.
Estar en Purmamarca fue como revivir muchas de las viejas canciones de la música popular argentina, con letras llenas de citas sobre lugares, personas y costumbres del norte.
Ver un algarrobo me recordó a la vieja "Chacarera del Rancho", que conocí por Los Nocheros. En el pasado nunca supe lo que era un algarrobo, hasta que en plena adolescencia, la siguiente estrofa de la canción me hizo apelar a un diccionario:

"Dentro de mi rancho colgao a un horcón 
tengo un violín, tengo un violín
es de algarrobo, también de mistol,
hecho por mi, hecho por mi"

Hoy, ví un algarrobo, en la cuna misma de las musas de estos formidables cantores.
   
Al ritmo de una chacarera o un carnavalito, nos despedimos de la Quebrada de Humahuaca, un lugar maravilloso.