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sábado, 16 de diciembre de 2017

Historias de Ámsterdam: entre molinos, bicicletas y luces de color.


El astro rey se eleva a través del límpido cielo de Ámsterdam. Los rayos del fuerte sol estival de julio calientan el césped del amplio parque ubicado frente al Generator Hostel.
El año pasado a estas alturas estaba sumergido en las cálidas aguas del Pacífico nororiental en Montañita, Ecuador.
Y el anterior, bajando desde Machu Picchu rumbo al desierto de Atacama, atravesando climas cálidos, húmedos y secos.
¿Quién iba a pensar que estos últimos julios de mi vida los iba a vivir bajo temperaturas veraniegas, cuando provengo de un país en dónde en este mes hace tanto frío?
Tirado sobre la gramilla, duermo un rato a la espera de poder hacer el check in para ingresar al hostel. Mis amigos hacen lo mismo o salen a dar una vuelta por los alrededores, impulsados por el incansable Martín.
Cerca de la Estación Central de la ciudad.
Ya dentro de nuestra habitación suena Pimpers Paradise, mi mate se rompe y lo tiro a la basura para usar el de mi hermano, probamos unos refuerzos de fiambre y el inglés Sam llega para recordarme que nuestro dormitorio es compartido.
Nuestro dinero se redujo tras Berlín y el pago del alojamiento de aquí, y las comidas en restaurantes fueron reemplazadas por los emparedados de jamón, queso y salame, tras compras en los supermercados. La última feta de salame es fragmentada en 5 partes y nos la repartimos. Tengo ganas de tomarle una foto y postearla en alguna red social, pero al final abandono la idea. No queremos preocupar a nadie.

Canales.


Cae la tarde en Ámsterdam y estoy en una concurrida esquina piloteando una bicicleta alquilada. La hilera de bicicletas se rompe por delante mío y una muchedumbre copa la ciclovía. Mauro supera el cruce y va calle arriba por detrás de Martín, Nico y Seba, que se adelantan en sus bicicletas.
Me quedé atrás.
Tenso, miro el cruce y veo a mis amigos alejarse mientras la marea de personas, bicicletas, algún auto y el tranvía, circula en todas direcciones dificultándome el paso. Rápidamente pienso que tengo dos posibilidades: "o atiendo a los gurises para no perderlos, o atiendo el cruce porque voy a chocar, y luego veo donde están...".


Instintivamente me inclino por seguir la segunda opción, y lentamente, como puedo, voy en bicicleta a paso de peatón esquivando transeúntes, bicis y otros vehículos.
Cuando logro cruzar, busco a los demás en el último punto dónde los vi, ascendiendo una leve cuesta calle arriba. No están. Busco un poco más, recorro un par de calles pero no los encuentro. Teníamos el plan de culminar la tarde tomando fotos de cada uno con el fondo de los hermosos canales de la ciudad.
Caminando por Ámsterdam la muchachada.
Maldije brevemente mi suerte por perderme eso mientras frenaba para hurgar en mi mochila en busca del mapa de la ciudad. Al encontrarlo me alegré, porque más temprano había pensado que era muy importante para ese día llevar el plano. Incluso guardé dos, con la idea de darle uno a Nico.

Ámsterdam es pequeña en superficie y la puedes recorrer en bicicleta de un extremo a otro en una media hora, pero está densamente poblada. Y en algunas zonas realmente circulas entre verdaderos hormigueros humanos. No hablo neerlandés y mi inglés es malo, por lo que mi salvavidas es el mapa.
Me oriento, busco el Generator Hostel -nuestro caro pero comodísimo alojamiento- y empiezo a volver. De tanto en tanto, freno y vuelvo a ver el mapa. Y así, llego al hostel.

Sosteniendo el cartel de "I Amsterdam". Confieso que me resultó bastante pesado.
Supe perderme y encontrarme en esta hermosa ciudad repleta de canales, con edificios altos y estrechos en donde las personas se mudan por la amplia ventana de arriba porque los muebles no pasan por las escaleras ni las puertas.
Pululan las bicicletas y puedo ver un tipo de traje y corbata en su birodado cargando el portafolios con dirección al trabajo. Comprar un auto y mantenerlo cuesta caro y las autoridades del país promueven el uso de bicicletas para mitigar el impacto sobre el medio ambiente, fomentar el cuidado de la salud y facilitar el tráfico en esta pequeña ciudad superpoblada.
¿Hace falta decir dónde tomamos esta foto?
Las bicisendas son para bicicletas. No pretendas ser peatón y caminar por una sin llevarte algún sobresalto. Aquí o en Berlín, se respetan y las usan los ciclistas. Por 17 euros cada uno, más nuestras cédulas, alquilamos las bicis por 24 horas. Le dijimos al dueño del local que le entregábamos el pasaporte, tal como se exigía, pero le dimos en realidad la cédula. El pasaporte era demasíado vital para arriesgarlo dejándolo allí todo un día.
Frente a la casa de Anna Frank.


Cae la noche en Ámsterdam. Las luces de la ciudad se encienden. Y también las rojas...
La zona roja de Ámsterdam es uno de los principales atractivos de la ciudad y nos llama la atención la enorme cantidad de turistas que se pasean entre las concurridas vidrieras en familia llevando a sus pequeños hijos consigo.


Haciendo tiempo para ingresar al hostel.
Zaanse Schans es un pequeño poblado repleto de antiguos molinos que recrea la vida en Holanda hace más de 200 años. Llegamos allí en un ómnibus desde la terminal de Ámsterdam y realmente valió la pena recorrer las casas que contienen reliquias de ese pasado y darle la magnífica oportunidad a los sentidos de ver los molinos y museos, u olfatear y probar chocolate, o la amplia variedad de coloridos quesos de la casa. Las muestras eran gratis y engañamos el hambre por la ausencia de desayuno comiendo quesos. ¡Sencillamente espectacular!

Molinos en Zaanse Schans.
Me voy de ciudades como Berlín o la propia capital holandesa con la sensación de que la gente entiende de aspectos que parecen esenciales sobre la convivencia en paz. Se camina tranquilo entre personas de todos los grupos étnicos y edades, de diferentes orígenes y religiones, que hablan distintos idiomas, y que a pesar de que se ven y son realmente diferentes entre sí, parecen compartir el respeto por la naturaleza y por el otro, sin distinción.



Zaanse Schans
Es verdad que estuve poco y apenas alcancé a escudriñar la superficie de la geomorfología de estas ciudades multiculturales, pero de todos modos me pregunto si para alcanzar esta aparentemente consolidada armonía, en Latinoamérica no deberemos atravesar largos períodos de guerras crueles y padecimientos de toda clase para aprender a vivir en paz entre nosotros y con la naturaleza.