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martes, 6 de noviembre de 2018

Entre lagos, volcanes y tumbas.

 VIAJANDO POR CENTROAMÉRICA - QUINTA PARTE
(VOLCÁN DE SANTA ANA, LAGO DE COATEPEQUE, VOLCÁN IZALCO, CERRO VERDE Y SAN SALVADOR)
¿SE PUEDE EXPLICAR UN VIAJE Y LAS SENSACIONES QUE TE DEJA?
El sol asciende velozmente por el firmamento mientras caminamos por la ladera del volcán más alto de El Salvador, llamado Ilamatepec, o también Volcán de Santa Ana. Nada me prepararía para la imagen que registraría al llegar a la cúspide.
Volcán Izalco.

De antemano sabía que el "pulgarcito" latinoamericano tenía lugares bonitos, pero llegar y verlos fue muy diferente a leer, escuchar o ver fotos en internet sobre sus entornos. En El Salvador acabé de entender con claridad, por vivirlo, que las fotos no alcanzan a captar en toda su dimensión la espectacularidad de los ambientes.
Coatepeque viene del náhuatl y quiere decir "Cerro de la Serpiente". El lago está asentado en un antiguo cráter volcánico.

Lago de Coatepeque.
Tampoco bastarán las palabras escritas en este blog. Mientras redacto estas líneas, recuerdo algo que me dijo Elena, una chica italiana que conocí en Cusco: "los viajes no se pueden contar porque no hay palabras que describan las sensaciones que te dejan, por eso mucho de lo que vives no se puede explicar, y los demás no entenderán por más que se los cuentes". Tenía razón. A pesar de eso, vale el ejercicio de intentarlo, no solo para procurar llevarle a los demás un fragmento de la belleza del mundo allende las fronteras de nuestro lugar, sino para dejar un registro propio, una memoria escrita de lo vivido. Como siempre digo, me gusta escribir porque un día, dentro de mucho tiempo, puede que no recuerde.
Una de las mejores vistas de mi vida.


LA VISTA DEL PARAÍSO.
Mi nariz se impregna de olor a azufre mientras mi vista se deleita apreciando el paisaje que se abre tras la cuesta por la que subo. El azufre viene en oleadas desde arriba, del cráter del volcán cuyo cono voy ascendiendo. Lejos, allá abajo, se abre una verde llanura en donde veo un hermoso lago, tan azul como el cielo que me regala el día. Las pocas nubes que lo salpican no empañan el cuadro. A la derecha del lago hay un cerro verde, y pegado un volcán: el Izalco. Es un cono perfecto y no tiene vegetación, seña inequívoca de su carácter activo. Más tarde descubriría que se trata de un volcán joven, y efectivamente, muy despierto.
Vista de la llanura y del lago, subiendo por el volcán.

Seguimos subiendo, cada tanto paramos para apreciar la vista y tomar alguna foto o aguardar a alguien rezagado. Nuestro pequeño subgrupo está integrado por Martín, Silvia -nuestra simpática guía- y yo. Me siento estupendamente y subo a buen ritmo, cada paso vale la pena y cualquier atisbo de fatiga es mitigado por el impensado regalo de la naturaleza que tengo a mi alrededor.

Con Martín y Silvia a orillas del lago de Coatepeque.
Pienso que para esto viajo, para descubrir por mi mismo esta clase de sitios menos promocionados por el turismo internacional. El Salvador no estaba entre los destinos centroamericanos que en lo previo me generaban mayores expectativas, sin embargo me sorprende extasiando mis sentidos.
Por fin llego arriba y miro el paisaje en su totalidad: estoy parado al borde de un enorme cráter volcánico con una laguna de azufre en el fondo. Es mucho mayor de lo que me parecía en fotos.

Sentado viendo hacia el cráter. La bandera uruguaya en mi mochila dice presente.
Al otro lado está el paisaje ya descrito del lago, el cerro y el volcán sobre la extensa llanura verde. Un día como el de hoy, disfruto de estar aquí, y me acuerdo del Lago Titicaca o del Volcán Chimborazo, sintiéndome privilegiado por tener la posibilidad de vivir desde adentro estas maravillas naturales.
Cráter del volcán Ilamatepec.


Parado al borde del cráter. Hay caída a ambos lados, una pronunciada hasta el fondo de la caldera, la otra en suave declive hacia el valle donde está el lago y el volcán Izalco.



MONSEÑOR ROMERO, EL KILÓMETRO CERO Y LA ESENCIA DEL CENTRO DE SAN SALVADOR.
"Romero" es un apellido que de niño retuve por más de una causa. Entre ellas, una cinematográfica. En  mi niñez, el antiguo videoclub de mi padre contaba entre sus innumerables películas, con el film "Romero", de 1989, protagonizado por el extinto Raúl Juliá. Jamás la ví, aunque había leído su sinopsis en la parte de atrás. Retuve palabras y nombres: "sacerdote", "El Salvador", "mártir". Con el tiempo fui adquiriendo lógicamente la capacidad de desarrollar pensamientos más profundos y de establecer asociaciones; comencé a entender.
Catedral de San Salvador. En su interior está la cripta de monseñor.

Ahora, a mis 33 años, piso San Salvador, y el nombre de este obispo recientemente devenido en santo está por todas partes, desde el aeropuerto hasta los muros de las casas por las calles de la ciudad. Monseñor Arnulfo Romero abogó por la paz en un país convulsionado por la guerra civil en las décadas del 70 y 80, defendiendo los derechos de los desfavorecidos. Esto le granjeó enemigos y finalmente fue asesinado por defender lo que a su juicio era una causa justa. En un país fuertemente católico, la figura y el legado de este sacerdote trascendió con gran vigor, llegando hasta el mismo Vaticano, lo que desencadenó su beatificación y reciente canonización.
En la Catedral Metropolitana del centro de la ciudad está el mausoleo de Monseñor Romero, venerado con frecuencia por cientos de personas que se acercan hasta el lugar de su descanso.
Tumba de monseñor Arnulfo Romero.




La iglesia del Rosario también está en el centro y cuenta con un diseño arquitectónico inusual para esta clase de edificaciones: es semicircular. Vale la pena ingresar a la iglesia para apreciar los haces de luces de colores que se introducen por los cristales de las paredes y el techo. ¡Es bellísima!
Interior de la Iglesia del Rosario.





El centro de San Salvador es el núcleo de la vida capitalina, una ciudad que encuentra allí su nodo principal, en donde ves gente de todo tipo colmando los mercaditos de las ferias callejeras. El pueblo se reúne en este lugar y noto algo intranquilos a Idania y Juan Carlos. Hasta aquí, no nos habíamos mezclado con mucha gente en El Salvador, y seguramente temen por nuestra seguridad. Se empeñan siempre en que nuestras sensaciones aquí sean las mejores, y parecen querer que nos vayamos de su país con una óptima imagen. Caminamos por las calles céntricas penetrando en las iglesias, plazas y cafeterías, y nos tomamos una foto en el círculo que simboliza el kilómetro 0 de la ciudad. Lo hacemos con apremio, porque el tránsito es ajetreado.
Kilómetro 0 de la ciudad.
Cierro esta nota con un pensamiento repentino que me invade: si de verdad existió un jardín del Edén, un paraíso o una tierra prometida, perfectamente pudo ser en este país de eclesiástico nombre: El Salvador (del mundo).