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miércoles, 2 de diciembre de 2015

Mi regreso a Cusco.


En la Plaza de Armas de Cusco.
"Volvimos a caer". Fue el encabezado de mi amigo Hernán en la nota del día de sus apuntes de viaje, temprano por la mañana. Acabábamos de llegar a un hostel de mala muerte en el Cusco. Parecía que repetiríamos la experiencia de los alojamientos de Villazón o Potosí, donde vivimos noches intranquilas.
Sucedió que llegamos algo cansados a la terminal de buses de la capital histórica del Perú, y confiados, a instancias mías, hicimos algo que sabíamos de antemano -desde antes de viajar-, que podría generarnos problemas en sitios como las terminales: aceptar la oferta de un tipo de traje, corbata, folleto satinado en mano con imágenes de un hostel de lujo. Y encima barato. Quedaba cerca de Plaza de Armas. Insistí. Mi amigo accedió, con la duda cifrada en la cara.
Nos llevaron en taxi, y al llegar, realmente el hostel no se parecía mucho al del folleto. Mal aspecto por fuera. Adentro nos recibe un muchacho que estaba tirado en un colchón. Era el recepcionista. Al lado, un sillón raído. No se veía ni escuchaba a nadie en las instalaciones, aunque supuestamente la gente dormía. Eran más de las 10 de la mañana. Con la incertidumbre dando paso a un sentimiento de desagrado creciente en ambos, pagamos. Ingresamos a la habitación, sucia, húmeda y fría. Hernán se tiró en una de las camas y empezó a escribir... "volvimos a caer...". Me lo leyó, con una sonrisa de resignación. Mi compañero se había adaptado a la situación, porque era su característica. Estaba en su naturaleza acomodarse a los imponderables, ceder algo personal para que gane el grupo. Me bañé, sintiendo la culpa crecer en mí. Aunque también se incrementaba el deseo de largarme de ahí. Finalmente luego de la ducha, con las ideas más claras, le dije: "vámonos". Nos fuimos. Le dijimos al muchacho que nos disculpara, no queríamos que nos devolviera el dinero porque ya le habíamos pagado y realmente nadie nos obligó a ir ahí. Fue una decisión apresurada, le dije que no nos gustaba el lugar, que no nos sentíamos seguros. Se excusó diciendo "es turístico". Parecía algo apesadumbrado. Saludamos y al salir, me sentí mejor. Le devolví a mi compañero el dinero que gastó. Luego de caminar un rato por el centro, terminamos alojados en La Posada del Corregidor, un buen hostel situado en la Plaza de Armas. Más caro, pero seguro.
Un día después, encontraríamos otro hostel algo más barato, cerca del centro. A la postre se convertiría probablemente en el mejor hostel en el que pernoctamos: el Dragonfly, en la calle Siete Cuartones. Allí conocimos a Elena, una muchacha italiana con la que compartiríamos parte del recorrido de los días venideros.
Era mi segunda vez en Cusco, ciudad a la que volvía luego de un año y 5 meses. Estuvimos una semana, recorriendo las calles de la ciudad y las ruinas de los alrededores, incluídos los complejos del Valle Sagrado de los Incas. Retorné al Koricancha o templo del Sol, lugar que dejó anécdotas divertidas con Hernán imitando a Alex, nuestro guía. Cusco es siempre maravillosa por su geografía de montañas vestidas de verde, su historia fruto de una suma de capas superpuestas al día de hoy -los períodos inca, colonial y moderno se mezclan en cada calle-, y su gente amable. A los 5 o 6 días, me sentí un cusqueño más. Recorría sus calles solo, apreciando cada detalle.
En Pisac.

Compramos el boleto turístico y recorrimos Pisac, Ollantaytambo, Qenqo, Sacsayhuamán, Tambomachay y Chincheros, entre otros sitios arqueológicos. Siempre me maravillan las terrazas de Pisac, las enormes piedras de la fortaleza de Sacsayhuamán o comerme un enorme choclo de maíz en Tambomachay al caer el sol por la tarde.
Encuentro internacional en una escalerita en San Blas. Con Elena (Italia) a mi izquierda, y amigos de Francia y Canadá.
Sumé en esta oportunidad a la lista de situaciones para destacar, la dificultad de mi amiga italiana para pronunciar "Ollantaytambo", un permanente motivo de diversión en los paseos. Quedaba para el final de la travesía por tierras peruanas, mi vertiginoso regreso a Machu Picchu. Un retorno que realmente fue como practicar un deporte extremo.
Pero esa historia, será para la próxima.
La imponencia de Sacsayhuamán.





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