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domingo, 30 de julio de 2017

Mirando París desde el Arco del Triunfo


Encima del Arco, con la Torre Eiffel detrás.
Arco del Triunfo en París.
El caricaturista sentado traza líneas sobre el papel a la vera del Sena. El perfil de rasgos exagerados de Nico, mi hermano, va tomando forma rápidamente. Cuando lo termina no cabe duda, no hay dos personas iguales. Es él. 10 euros, 3 minutos y se va con su caricatura bajo el brazo.
Martín, el primer viajero en poner pie en suelo europeo, aguardó en París nuestra llegada. Antes de este arribo, fue a Versalles y recorrió el palacio en bicicleta. Estudió el plano del metro llegando a moverse casi con la naturalidad de un local, lo que aportó tranquilidad al resto de nosotros. Muy bien secundado en este aspecto por Seba -que tiene una suerte de GPS en la cabeza- encabezó las extensas marchas por los recovecos de la capital francesa.

Columna de Julio en la Plaza de la Bastilla.
Caminando por la orilla del río bajo un cielo tapado de nubes, vemos kioskos en donde se ponen a la venta baratijas varias. Y también material de colección, como los viejos afiches que anuncian conciertos de antaño de emblemáticas bandas del rock and roll tales como Queen, The Doors, o artistas de la talla de Jimmi Hendrix o Bob Dylan.                 

Momento de caricatura
Vista de París desde lo alto del Arco del Triunfo.
 
Cerca, la Catedral de Notre Dame se erige como uno de los hitos más importantes de París. Una muchedumbre puebla los accesos a esta imponente edificación gótica, cuya fachada está adornada con una multiplicidad de exquisitos detalles que arquitectónicamente le dan una distinción sin igual. Aunque ahora me resulta insólito, dudé un momento si ingresar o no, pues la fila era larga. Mauro, Martín y Nico se aprestaron a integrar la cola. Seba y yo, en cambio, nos dejamos seducir por la idea de subir a la azotea para ver de cerca las magníficas gárgolas que la coronan. Preguntamos sobre un costado y no entendimos mucho la explicación en el mal español de la funcionaria que nos atendió gentilmente. Había que gestionar un ticket para subir en cierto horario, o hacer una fila, o...no lo sé. Desistimos y fuimos en búsqueda de los muchachos para percatarnos de que la hilera de personas que hacían cola para ingresar, marchaba ágil. Los encontramos pronto y nos preparamos para entrar a la Catedral.
Llegando a Notre Dame.
Afiches de ídolos

El interior de la centenaria edificación donde Napoleón se autocoronó Emperador es espléndido y el ingreso vale la pena sin duda. Pudimos hasta presenciar una misa.
Mis lagunas en materia de arte son en realidad océanos, pero en París, mi amigo Martín resultó mi guía en el área, dados sus conocimientos como antiguo profesor de Historia del Arte.
Interior de Notre Dame.
Gracias a él, en el Louvre acabé pescando de algún viejo cajón de mi memoria de épocas liceales, el recuerdo de las diferencias claves entre el arte griego clásico y el helenístico. O entre el griego y el romano. Con el aporte de Martín, más lecturas posteriores, alcancé a comprender en forma más cabal algo de las expresiones artísticas que se desarrollan en varios de los más relevantes lugares de la capital francesa.
El imponente obelisco egipcio traído de Luxor nos recibe con sus 23 metros de altura en la otrora sangrienta Plaza de la Concordia. En ésta, durante la revolución, más de 1000 personas fueron decapitadas en la guillotina.
Gárgolas en la fachada de la Catedral de Notre Dame.

Plaza de la Concordia. Detrás, el obelisco egipcio.
Aún observando la plaza, tratando de instalar imaginariamente la vieja máquina de ejecución, tomamos la Avenida Champs Élysées, la principal arteria parisina. Hay aprontes para la conmemoración del día de la Toma de la Bastilla el próximo 14 de julio, y las autoridades colocan gradas sobre la avenida.
El coche de F1 de Renault.


A la distancia, mientras pasamos por la casa de Renault en donde se exhibe el coche de F1, y el ariete uruguayo Edinson Cavani aparece empapelado en alguna pared, divisamos el colosal tributo a las victorias napoleónicas: el Arco del Triunfo. Se desata la lluvia y nos guarecemos bajo el toldo de un puesto de diarios. Cuando para, ponemos rumbo al monumento.
Caminamos un poco más, hasta que lo tenemos enfrente: glorioso como la victoria en Austerlitz y a la altura del genio militar de su gestor Napoleón, este Arco es también homenaje a los caídos sin identificar durante la Primera Guerra Mundial, como el soldado desconocido que yace bajo su puerta a la luz de una llama eterna.

Otra vista de París desde el Arco.
Quizá porque no hay anonimato adónde llega la luz. Luego de ascender 50 metros a través de sus 286 escalones para obtener desde lo alto una de las mejores vistas de París, puedo afirmar con satisfacción que por el Arco del Triunfo, además de desfilar los restos de Napoleón, personalidades como Hitler o De Gaulle, también lo hicimos mis amigos y yo.


Tumba del Soldado Desconocido, con la llama en la cabecera.



sábado, 22 de julio de 2017

Observados en el Cementerio de Père Lachaise.





El musgo se ciñe a las antiguas y torcidas lápidas del cementerio de Père Lachaise, en el este de París. Las criptas y monumentos funerarios revisten de verde mientras las hojas caídas desde lo alto, allá donde pululan cuervos que crascitan, contribuyen a proporcionarle a esta famosa necrópolis parisina, una atmósfera propia de película de terror.
Te sentirás observado.
En una avenida circular. De izquierda a derecha: Nico, Martín y el bloguero.
El musgo se adhiere a las viejas lápidas.
El punto de partida de nuestro viaje por el Viejo Mundo, en el día de nuestro arribo a la ciudad con más visitantes del planeta, no es la Torre Eiffel, ni el Louvre, ni la Catedral de Notre Dame. Tampoco el Arco del Triunfo o la concurrida Champs Élysées. Es este lóbrego cementerio. Alojados en el cercano y económico Loft Boutique Hostel, la proximidad del lugar, aunada al hecho de que esperábamos la llegada de Mauro -el quinto viajero-, nos convencieron pronto de empezar nuestro peregrinar aquí.
Lápida inclinada en Père Lachaise.
Este cementerio, el más grande de la capital francesa, es también usado por los visitantes como un parque, por lo que no resulta extraño encontrar personas que se adentran en su interior para treparse al techo de alguna cripta con el fin de leer.
Ya en el interior, escudriñamos el mapa del lugar observando la ubicación de tumbas famosas. Empezamos a caminar en búsqueda de alguna, cuando de pronto, el habitual blanco del cielo parisino se tiñó de gris metálico y la lluvia se precipitó sobre nosotros, inclemente. Cuando los viejos árboles dejan de protegernos, Martín, Nico y yo, corremos a guarecernos al interior de una cripta abierta. Sebastián no nos sigue. Se cobija en otra parte. 
El novelista encontró descanso eterno aquí.
Mientras aguardamos que amaine, continúo descubriendo los motivos que le dan reputación a este cementerio, ubicado en el distrito XX de la ciudad. No se trata solo de que aquí estén Oscar Wilde, Édith Piaf, Honoré de Balzac, Chopin, Abelardo y Eloísa, o el mismísimo Jim Morrison, entre otros, sino que toda la extensión del lugar, con sus amplias divisiones conectadas por empedrados senderos, está vigilada por las incontables miradas inertes de las esculturas humanas y semihumanas que se erigen sobre criptas y tumbas. El arte encuentra donde florecer por cualquier rincón de París, incluso en este vergel.
Esta chica parece disfrutar de una tarde agradable.
Tumba de Jim Morrison, vocalista de The Doors.
Encontrándose también de animales, las estatuas y monumentos están por todas partes. Algunas figuras adoptan una expresión de dolor, otras se toman de la mano o se perpetúan en posición de rezo. Cada mirada, cada gesto o expresión, guarda un significado vinculado con la vida y la muerte, evidenciando a veces detalles o aspectos del camino recorrido por los ocupantes de las tumbas cuando realizaron su peregrinaje por el mundo de los vivos.
En la tumba del naturalista Antoine Parmentier, la gente ofrenda papas. Su ocupante, quién vivió hace más de 200 años, introdujo y defendió el cultivo de este alimento en una época en donde no era considerado comestible, acabando con más de una hambruna.
La lluvia cesa y salimos por fin de la cripta. Una chica extrae del bolsillo su celular, y rompe el silencio reinante en la ciudad de los muertos poniendo en altavoz los acordes de "The Doors", frente a la visitadísima tumba de su líder, el enigmático Jim Morrison. 
Tumba de Parmentier con las papas ofrendadas.
Con la sensación de que la voz del integrante del tristemente célebre "Club de los 27" parece provenir del interior de su reposo, estampo mi nombre en la esterilla de madera enrollada a un árbol en su honor, a escasos metros de allí. Nico y Seba también escriben.
Graznan los cuervos otra vez, mientras retomamos la caminata por los adoquinados y húmedos senderos tapizados 
¿Te sentarías a leer?
de hojarasca, bajo la fija mirada exánime de las figuras eternizadas en ademán de lamento.