Translate

sábado, 29 de diciembre de 2018

Bajo el sol de Petén.

SÉPTIMA Y ÚLTIMA PARTE - GUATEMALA.

CORRIDAS Y PERSECUCIÓN EN TAXI DEL BUS FANTASMA.
Chiquimulas, Guatemala, 8 de julio de 2018. 15.01 pm.
Corremos con nuestras mochilas por callecitas atestadas de gente hacia la agencia de buses que llevan al norte, a Flores en Petén Itzá. Acabábamos de descender del transporte que nos trajo desde "Copán Ruinas", en Honduras, al sur guatemalteco. El guarda de la minivan que nos había prometido llevarnos al lugar para tomar el bus desapareció en la feria, incumpliendo nuestro acuerdo de palabra, por lo que hablamos con el conductor para saber la ubicación de la agencia a la que debíamos dirigirnos para tomar el último bus del día rumbo a Flores, marcado para las 15 horas. Es a dos cuadras. El reloj señala las 15.01; hay que correr. El conductor sube rápido al techo de la minivan y nos arroja desde allí las mochilas grandes. Agradecemos y comienza la carrera, la indicación del chofer es clara: una cuadra derecho, otra más a la izquierda, y ahí estará la agencia de buses María Elena, para Petén. Llegamos, el bus no está. En eso nos aborda un muchacho preguntando a dónde vamos, “Flores” oye como respuesta. Todo pasa muy rápido luego. Una anciana sentada en una silla tras el mostrador de la agencia balbucea algunas cosas ininteligibles, el muchacho llama por teléfono, cuelga y nos dice que lo sigamos afuera, ya en la calle aparece un taxista ansioso por ganarse quetzales y 1 minuto después, perseguimos el fugitivo transporte María Elena a bordo del taxi. El bus María Elena ya había partido, pero tras el llamado telefónico del joven agenciero, se acordó que nos esperaría en un punto en las afueras de la ciudad llamado “La Pradera”, sitio por el que el taxista nos cobraría 25 quetzales. Ya en camino el taxista hablaba rápido y buscaba convencernos de tomar otra decisión: “En Puerto Hondo salen buses para Flores que son más rápidos porque van directo, el María Elena es muy lento. Además salen durante todo el día”. Uno de nosotros preguntó “¿Y cuánto nos cobras desde aquí a Puerto Hondo?”, “350 quetzales, pero a ustedes se los voy a dejar en 300 ”. Puerto Hondo quedaba como a 40 minutos de Chiquimulas.
Pirámide en Tikal.
El taxi llegó por fin a “La Pradera”, pero el transporte María Elena (que a esta altura era como el Mary Celeste o el Holandés Errante) no está. “¿Qué hago, díganme qué hago?”, nos pregunta el taxista. Nos miramos con Martín, pasan unos segundos que parecen eternos mientras el María Elena sigue sin aparecer. ¿Se habría ido ya? ¿No habría llegado a La Pradera todavía? ¿Todo era un timo orquestado por la anciana y el muchacho de la agencia, conjuntamente con el taxista, para que este último se hiciera con una buena tajada de pisto (dinero en el lunfardo guatemalteco) si nos convencía de llevarnos a Puerto Hondo? A lo mejor a estas alturas, para no quedar varados en la ignota Chiquimulas, lejos de las agencias de transporte ubicadas en el centro, el taxi a Puerto Hondo era buena opción. Todo esto pasaba rápidamente por mi cabeza, que necesitaba tiempo para pensar el próximo paso. Especulaba. Por otra parte, Martín quería bajarse del taxi. Carburaba otra idea, aunque yo no sabía cuál. “¿Qué hago, qué hago?”, repetía el hombre, insistente. “¿Viste el shopping que hay allí?, me preguntó Martín. “Sí, ¿pero qué tiene que ver?, respondí. “Espera, ¿me dejas bajarme a preguntar algo?”, continuó. “Bueno, sí, dale”, concluí. Martín se bajó del taxi y cruzó la calle rumbo a la estación de servicio que lindaba con el shopping.
Paseo en tuc tuc por Panajachel.
El taxista apagó el motor y dijo, como resignado, “está bien, nos quedamos”. Luego, repentinamente lo volvió a encender, y dirigió el taxi al interior de la estación de servicio. Yo no iba a abandonar el taxi, porque no quería que el tipo se fuera, y Martín con su jugada de salir a preguntar e informarse sobre otras opciones, me había dado tiempo para evaluar nuestra situación. Pasaron unos minutos, o probablemente segundos que parecieron minutos, cuando del interior de la caseta de la estación salió un muchacho de gorra, dos muchachas y Martín. Una de las muchachas dijo “¡Ahí viene María Elena, ahí viene!”. El muchacho de gorra corrió a la calle para hacer señas al bus que venía. Me bajé del taxi, Martín se acercó y ambos sacamos las mochilas del auto. “¿Cuánto nos dijo que era hasta La Pradera?”, preguntamos. El semblante del hombre había cambiado, se veía apocado. “25”, respondió secamente. Pagamos y abordamos el destartalado María Elena que acababa de parquear (caliche salvadoreño) gracias a las señas del pistero.
Arco de Antigua Guatemala, una hermosa ciudad colonial.

Acomodados al fondo del bus, en el que iba muy poca gente, nos relajamos y nos aprontamos para un viaje de muchas horas en el que atravesaríamos Guatemala de sur a norte. Después del estrés de las corridas, las llamadas, la persecución en taxi soportando al insistente taxista que quería hacer más dinero, y la dudosa presencia en algún lado del María Elena, ya no nos importaba nada y simplemente nos tiramos en los asientos, nos sacamos el calzado y ventilamos no solo los pies, sino el alma.
La charla con la chica de Flores.


VENDEDORES.
Escribo con interrupciones en la computadora mientras estoy a bordo del bus de Transporte María Elena que nos lleva de Chiquimulas a Flores, en Petén. Por el pasillo irrumpen una decena de vendedores ofreciendo comida, aderezos y otras cosas. Las mujeres indígenas llevan las cestas en los brazos por sobre la cabeza. Amablemente declino sus ofertas. De pronto, dos de ellas me hablan directamente sin que me dé cuenta por estar mirando el monitor, y al percatarme de que intentaban comunicarse conmigo, me sobresalto ligeramente, sonrío y digo “no, muchas gracias”. Mi distracción produce un instante de risa entre los tres y se van sonrientes. Vuelvo a lo mío, y al cabo de un momento, Martín me hace gestos desde el asiento de enfrente señalándome la cantidad de vendedores que había. Mentalmente había intentado contarlos momentos antes, y me di cuenta de que a los dos, sin hablarnos durante el suceso, nos había impactado lo mismo.
Esperando el shuttle para Panajachel, en la madrugada de Antigua con el volcán de Agua detrás.

LO QUE PASA BAJO EL SOL DE PETÉN.
El tórrido sol de Petén nos muerde la piel mientras caminamos por las adoquinadas calles de Flores a las 3 de la tarde del martes 10 de julio. Francia acaba de eliminar a Bélgica en la semifinal de la copa del mundo, hecho que observamos en el interior de un restaurante local a orillas del lago donde anoche Martín estropeó su celular tras un resbalón que acabó mojando el aparato. El rescate de la chinela que andaba a la deriva en el lago, con la ayuda de una escoba que le solicité a un policía , fue la parte divertida de la anécdota.
Templo del Jaguar en Tikal.

Andando por la calle, un golpeteo continuo y frenético de dedos sobre algo que parecen botones o teclas sorprende a Martín, ambos volteamos a ver que desde el interior de una casa se ven niños o jóvenes usando máquinas de escribir. De pronto el sol se oculta y el cielo se llena de nubes, comienza a tronar y parece que pronto lloverá, aunque seguramente será una más de tantas lluvias tropicales, de esas que caen a raudales por breves ratos para luego dejar paso nuevamente al astro rey.
Los tucs tucs son los taxis de Flores y de Honduras, hoy nos subimos a uno para llegar hasta la terminal nueva de la ciudad, situada fuera de la isla en el cercano pueblo de Santa Elena. Compramos el boleto a Ciudad de Guatemala por 180 Q, y sobre las 7 de la tarde partiremos hacia la capital, para luego poner ruta rumbo a Panajachel en la orilla de Atitlán, uno de los lagos mayores de Centroamérica.

En Ciudad de Guatemala si uno enciende la tele o hablas con la gente, te da la sensación de que estás en un lugar muy peligroso. La inseguridad es grande.
Mientras llega ese momento matamos el tiempo sentados en la escalerita de la puerta del Hostel la Unión, nuestro alojamiento en Flores, en el que hicimos check out temprano. Yo escribo, Martín parece aburrido. Lo mata la quietud de no hacer nada.

Este mediodía, cuando retornábamos de la terminal, pasamos por el cartel de la isla, que reza “i love Petén”. Le tomaba fotos a Martín cuando apareció una chica adolescente. Noté que quería sacarse una foto y cuando terminé con Martín le dije que se sacara tranquila, cediéndole mi lugar para la foto. Me dio su celular hablando alguna cosa en tono bajito, y entendí que quería que le tomara la foto, lo que terminé haciendo de buena gana. Me preguntó de dónde era, le dije “de Uruguay”. Parecía complacida y me pidió tomarse una selfie conmigo.
Sigue tronando y los tucs tucs me pasan a un metro porque las veredas son muy estrechas. Acabo de comprar 17 banderas para cocer en mi mochila grande, a un precio de 398 Q (55 dólares). Pienso llenar mi mochila de banderas, me parece increíble pensar en cómo de niño me gustaban, las pintaba y aprendía, luego sus capitales, me metí a estudiar un profesorado de Geografía siendo tan tímido, y hoy viajo por los países. Mi vida es muy geográfica.

Puerta de Antigua, pero esta vez el volcán de Agua se deja ver. Era de mañana temprano, a la tarde la nubosidad lo cubriría.


ANTIGUA
Subo la terraza del hostel y lo veo, imponente y suntuoso. El Volcán de Fuego está ante mis ojos. Cónico y blanco en las partes altas de sus laderas, su palidez es el rastro del desastre de hace pocas semanas. Una erupción repentina sorprendió y apagó las vidas de más de 100 personas, desapareció a más de 200 y afectó la vida de más de 2 millones de seres humanos. La tragedia está muy fresca y el volcán aún está activo y amenaza la región. Como la mañana del 11 de julio me hallaba revisando la habitación del eventual hostel donde nos hospedaríamos, dejé la mochila con la cámara en manos de Martín, abajo en la recepción. Ahora es 12 de julio, estamos en Panajachel y mientras escucho una canción de AC/DC, pienso y dudo mucho de volver a tener la chance de verlo. Acá se nubla rápidamente el cielo y la visibilidad está condicionada durante buena parte del día.
Cuenta una leyenda que existe un viento del lago que sopla y se lleva los pecados de la gente que habita en los pueblos de sus orillas. Le llaman Xocomil.


EL LAGO DE ATITLÁN Y UN CAFÉ.
Las 5 de la madrugada del 12 de julio es el momento marcado. Salimos afuera y el cielo de Antigua nos regala un amanecer sin nubes. La silueta del apagado Volcán de Agua aparece detrás, contorneada en el horizonte, mientras Martín y yo aguardamos el shuttle que nos llevará al último destino del viaje: el lago de Atitlán.
Desayunamos unas galletas con cereales aunque extraño el mate. No hay posibilidad de conseguir agua caliente a esta hora. El shuttle llega pasadas las 6, nos montamos en él y empieza el camino a Panajachel, un poblado en la riberas del lago.
Voy sentado adelante, junto al conductor. El resto va detrás. Martín discute con el conductor por su ubicación en la combi, es que no hay mucho espacio. Tras un reacomodo de pasajeros, la situación se arregla y ya todos están sentados.Me duermo, necesito mate. El enésimo viaje no termina más, el día es hermoso y ansío ver el lago que miraba en fotos, anhelando estar allí. Parqueamos (estacionar en América Central) en una estación de servicio, bajo y me compro un café. ¡La solución! Dejo por fin el estado de somnolencia y me activo definitivamente.
El lago de Atitlán, que en nahuátl quiere decir "entre aguas".

El shuttle asciende y zigzaguea por la carretera, serpil. El cielo es límpido e identifico la silueta del Volcán San Pedro tras preguntarle al conductor por el nombre de esa montaña de volcánica apariencia.
Por fin, luego de unos minutos, el camino por el altiplano guatemalteco comienza a entrever un enorme cráter relleno de azules aguas: el lago aparece a la vista, vasto y azul, muy azul, como el Titicaca en su día. Es hermoso.

Cuando veo esta clase de lugares es cuando le encuentro el sentido a estar vivo, percibiendo que realmente estoy ocupando mi tiempo en algo de lo más valioso que para mi existe, como la aventura de conocer libremente.
Una teoría dice que el lago se formó por el ascenso de las montañas linderas, proceso que habría encerrado unos cursos de agua dando origen al gran lago guatemalteco.


CANSANCIO
Ha pasado casi todo el viaje y estamos cansados. El trajín ha sido intenso a lo largo de estos casi 20 días. Sentados en el patio del ABU hotel de Panajachel, bajo el ahora nublado cielo de Sololá, el cansancio se cincela en nuestras humanidades. Tras muchas horas de viajes interminables en bus, largas caminatas, persecuciones, de haber buscado Copán, de ascender volcanes y hacer cuentas matemáticas para que el dinero nos dé, de búsquedas de alojamientos online , es indisimulable el estrés acumulado en un viaje que siempre, bajo nuestra costumbre, es andar y no descansar.


Algunos dicen que un antiguo cráter volcánico se rellenó de agua formando el lago.

lunes, 17 de diciembre de 2018

El enredo de los Copán, la muerte feliz y otras curiosidades hondureñas.

VIAJANDO POR CENTROAMÉRICA - SEXTA PARTE (DESPEDIDA DE EL SALVADOR Y ENTRADA A HONDURAS; NOS PERDEMOS; CUESTIONES RELIGIOSAS Y DE VACAS; COMPARACIÓN DE COPÁN Y TIKAL).


EL ENREDO DE LOS COPÁN.
Abandonamos San Salvador a las 8 de la mañana del 7 de julio. Algo atribulado, me despedí de Juan Carlos, nuestro anfitrión, y tomamos un uber hasta la terminal Platinum Centrum por menos de 5 dólares americanos, moneda salvadoreña. Elsa, Idania y Juan Carlos nos encargaron en más de una oportunidad que tuviéramos cuidado en la frontera de El Salvador con Honduras, sitio de peligrosa reputación.
La foto falsa, porque en realidad pertenece a la frontera de Honduras con Guatemala. Me encontraba a punto de ingresas a tierras chapinas, abandonando las catrachas.

Una vez en bus, el trayecto nos llevó a Citalá, en la frontera con Honduras, en donde hicimos los trámites migratorios atendidos por funcionarios con mala cara, como es habitual en nuestros viajes. El entorno había cambiado a lo largo del camino. Afuera un manto selvático se cernía alrededor de la ruta, y de tanto en tanto aparecían precarias casitas de adobe y techo de paja. El ambiente en general no inspira confianza y me invade una sensación de inseguridad que se acrecentará con el transcurso de las horas hasta que lleguemos a Copán Ruinas. No compramos lempiras y es domingo, pero para nuestra fortuna conseguimos cambiar algunos dólares por la moneda local en una cafetería cerca de Santa Rosa de Copán, primer pueblo hondureño del viaje. Seguimos el peregrinaje y llegamos a "Copán Entrada", otro pueblo que tampoco es el Copán que buscamos, que es el sitio arqueológico maya. Nos bajamos del bus con la indicación de cruzar la calle y buscar un transporte a "Copán Ruinas". Bueno, el hecho es que pensamos que llegaríamos al mediodía al susodicho sitio arqueológico, y ya eran las tres de la tarde y habíamos pasado por dos Copanes distintos y ninguno era el que buscábamos. Ya no sabíamos a qué hora llegaríamos ni donde pasaríamos la noche. El entorno invitaba a imaginar desagradables posibilidades de respuesta.

Bien, caminamos una cuadra y media y nos abordaron unos tipos que estaban a metros de un viejo microbus que iba lleno de gente. No habíamos articulado palabra cuando uno de ellos hizo señas de que nos acercáramos, diciendo “¡vengan, vengan, vamos vamos!”. Yo no sabía para donde iban pero ellos parecían tener mucha seguridad de nuestro destino. Le pregunté “¿Van a Copán Ruinas?”. No hubo respuesta, el sujeto ya estaba montado sobre el techo del vehículo acomodando  equipajes y pidiendo nuestras mochilas. El otro sujeto balbuceó algo parecido a “sí”, y mientras permitía que ataran mi mochila en el techo, le pregunté si había lugar. Me contestó afirmativamente y tras averiguar el monto del pasaje al tercer destino con nombre de Copán, que esperábamos fervientemente que fuera nuestro Copán, nos subimos. No había lugar. Fui para atrás pechando a la gente y pidiéndoles disculpas, miré para todos lados y entre el apretuje y el intenso calor comencé a perder la paciencia rápidamente. En el fondo y al medio, había un pequeño hueco sobre el extremo del asiento largo en el que ya iban sentadas 4 personas. Intenté sentarme pero fue muy difícil, era demasiado pequeño el espacio y tenía más de la mitad del trasero fuera del asiento. Miré a Martín, me observaba. Él iba parado. Me levanté y fui hacia donde estaban los sujetos. Encaré al guarda: "nos vamos, me mentiste, no hay lugar", le espeté. Él insistía en que no era así y que había sitio. Discutimos, yo estaba realmente molesto. Al final la gente intercedió para templar mis iracundos ánimos: "Ey, es verdad, mira que ahora en unos minutos yo me bajo", me dijo alguien. Vi rostros de asentimiento en otras personas y empecé a calmarme. Volví a mi lugar en el fondo y al cabo de un rato, en efecto quedaron lugares libres y nos acomodamos mejor.
Cancha de pelota en Copán.


FUNERARIA RESURRECCIÓN, CAPILLA Y FUNERARIA LÁZARO ,Y LA MÚSICA CRISTIANA DE LA MINI BAN DONDE VIMOS LAS VACAS.
Los países centroamericanos son muy católicos, incluso al punto de que uno de ellos lleva el nombre de su patrón: El Salvador del Mundo.
En uno de los tantos pueblitos establecidos a lo largo de la ruta hacia Copán, observamos el curioso nombre “Funeraria Resurrección”, y luego, ya en la frontera de Honduras y Guatemala, vimos la capilla y funeraria “Lázaro”. Realmente en Centroamérica hallan la forma de promover un halo de luz aún en el momento del dolor de la pérdida de un ser querido. Casi que me dan ganas de morirme con este mensaje de esperanza presente en la nomenclatura bíblica de las casas mortuorias.
Muchachitos descalzos juegan a la pelota en una canchita algo pelada por las pisadas bajo el sol tropical. Suena UB40 por el parlante del micro que conecta el trayecto Copán Entrada-Copán Ruinas. Todo parece volver a nuestros uruguayos parámetros de normalidad. Los ingleses ensayan su reggae pegadizo logrando que los constantes cortes del tránsito por la tarea de ampliación de la ruta dejen de ser tan molestos. De pronto aparecen unas vacas en el camino polvoriento, van a la par nuestra y se escucha por la radio una voz que, tras una cortina musical que parece de una canción como cualquier otra, recita“Oh, no puede ser...ya no está... ¡Jesús resucitó!”, y la canción continúa con letra relacionada a la resurrección de Jesús, interrumpida por estas alocuciones recitadas que me hacen recordar a los arrebatos musicales de “El Delfín” o la “Tigresa de Oriente”.
Estela en Copán.

El maratónico camino Santa Rosa de Copán - Copán Entrada - Copán Ruinas vuelve a interrumpirse por una nueva trabazón (en caliche salvadoreño) del tráfico mientras suenan canciones religiosas similares a la descrita y solo quiero meterme bajo tierra sin que alguien venga a decirme “Levántate y anda”, como al tal del Lázaro. Miradas cómplices sin mediar palabras con Martín, parecen develar que albergamos un sentir similar.
Al final, luego de un interminable periplo llegamos a "Copán Ruinas", el pueblo cercano al complejo arqueológico maya de nombre Copán. Copán Ruinas es el primer sitio turístico que conocemos en Honduras, país donde la sensación de vivir una aventura se incrementaría hasta el final del viaje por tierras guatemaltecas.

Calle del pueblo Copán Ruinas, a escasos kilómetros del sitio arqueológico.

RUINAS DE COPÁN Y COMPARACIÓN CON TIKAL EN GUATEMALA..
Tikal es grande y suntuoso, pero más espléndida me parece por momentos la vegetación que la envuelve, o la que arrebuja Copán en Honduras. Más que las perfectas, detalladas y cuasi perennes estructuras mayas, me sorprende el entorno y el exhuberante manto verde que lo cubre todo alrededor y que en ocasiones se mete entre las piedras de las ruinas, ciñéndole su vestido.
La famosa escalinata jeroglífica de Copán.

¿Qué es igual hoy, que hace 1000 años en Copán o Tikal? Los centenarios edificios mayas están bien conservados en general, pero el deterioro es evidente. En cambio, me siento un maya caminando por los senderos entre la densa vegetación, escuchando los sonidos de los animales que no veo pero están allí, o viendo las formas de las montañas cercanas.
Guara Roja.

Las piedras sufren la erosión y el esplendor de ese pasado arquitectónico hoy es oropel, por lo que me resulta difícil sentirme dentro del mundo maya viendo el templo del Jaguar. Pero a la vegetación selvática la veo, escucho  y huelo como la veían, escuchaban y olían los mayas siglos atrás, cuando poblaban este lugar.
Martín me dice que lo veo muy geográfico y creo que tiene razón. Desde una visión histórica-cultural (para un aficionado sin conocimientos profundos de arte ni de historia maya) el legado de un sitio y otro es claro. Copán entrega una arquitectura llena de detalles, de trazo fino y delicadas figuras que el dios Cronos aún no consigue borrar del todo, lo que realza aún más la delicada belleza de la obra de aquellos antiguos mayas que escribieron su historia en esas piedras talladas.
Tikal en cambio, resalta por la imponencia de sus pirámides y templos. Es el tamaño lo que engrandece literalmente la obra maya del norte guatemalteco, en el corazón de Petén.
Estela de 18 Conejo.