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martes, 2 de septiembre de 2014

Descubriendo Machu Picchu

Todavía no usaba lentes por allá por febrero de 2014


Existen varias vías de acceso al santuario de Machu Picchu. Por tierra a través del camino del inca o en tren, para posteriormente hacer el tramo final del recorrido en ómnibus o, si lo prefieren, caminando durante un par de horas subiendo una cuesta muy empinada. También se puede realizar un recorrido alternativo realizando un tramo en bus o combi por una peligrosa ruta hasta llegar a una hidroeléctrica, momento en el que se inicia una caminata que los depositará tras diez kilómetros, en Aguas Calientes o Machu Picchu pueblo. Por último, por vía aérea en helicóptero.
Optamos por la segunda opción, la más convencional, por un tema de planificación previa del viaje, basada en economía y tiempos. Tren y luego bus para el tramo final. Desde la estación de Ollantaytambo hasta la de Machu Picchu pueblo -poblado en la falda de Machu Picchu- el viaje en tren se extiende durante poco más de una hora. Y luego, el tramo final en bus subiendo la cuesta dura unos 25 minutos. Para quienes prefieren subirla caminando, si están en buen estado físico, puede llevarles cerca de 2 horas.
Agrego, que el viaje en tren se puede hacer desde otras estaciones, como la de Cusco. En este caso el tiempo de viaje es un poco mayor, de aproximadamente dos horas.
Hacer el camino del inca implica otro tipo de aventura. Para quienes lo quieren hacer, les cuento que las agencias de viaje cubren 3 días, durante los que acompañan al turista en esta peculiar travesía.  Más días no, por el tipo de recorrido que se debe hacer y los riesgos que conlleva.
Es muy recomendable hacer el camino del inca. Seguramente vuelva en algún momento más adelante para realizarlo.
La altura en Machu Picchu es de aproximadamente 2400 msnm. Generalmente la visita a este complejo  se da al final de los recorridos turísticos que ofrecen los paquetes de viaje de las agencias, por lo que uno ya tuvo la chance de estar en Cusco y alrededores, en donde la altura es bastante mayor, por lo que deberían sentirse cómodos en Machu Picchu.
Es recomendable llevar calzado que tenga algún tipo de agarre o buena sujeción al terreno, sombrero, lentes de sol y agua. Si van en temporada de lluvias, fundamentalmente desde diciembre a marzo, es bueno llevar una capa de agua. Tanto estas, como también el agua embotellada -en Perú siempre hay que comprar el agua que se va a ingerir- se adquieren antes de subir, en el pueblo de Machu Picchu. También se puede conseguir los muy cómodos y prácticos portabotellas.
Machu Picchu o “montaña vieja” era la ciudad sagrada de los incas. Tan sagrada era que solo el Inca y una comitiva muy selecta de personas que profesaban los oficios más calificados del imperio, tenían acceso a ella. Era también, el centro religioso por excelencia. Una prueba significativa del alto status que se debía ostentar en la sociedad inca para ingresar a Machu Picchu u otros lugares sagrados, radica en las puertas de doble marco, que indican jerarquía. No cualquiera podía cruzar a través de estas.
Fue “encontrada” en 1911 por el explorador británico Hiram Bingham, que al llegar encontró que el área estaba habitada por algunas familias locales.
La estadía de los europeos durante el siglo XVI se encuentra algo discutida. Si bien los invasores parecían tener conocimiento de Machu Picchu como lo dejan entrever documentos antiguos, no parece haber prueba contundente de que los españoles pasaran algún tiempo allí. El hecho de que antiguamente se pudiera acceder a la ciudad sagrada únicamente transitando el extenso camino inca durante días, aunado al terreno montañoso, el clima y la densa vegetación, hacían de Machu Picchu un lugar enigmático y de muy difícil acceso.
Templo del Sol
Volviendo a la actualidad, visitar el templo del sol, el del cóndor, las tumbas o la casa del inca, son parte del itinerario de quienes recorren Machu Picchu. Todas las construcciones dan cuenta de una arquitectura fantástica para la época. Sorprenden la solidez a prueba de tiempo del material usado, la justeza con la que es puesta piedra sobre piedra sin dejar espacio entre ellas para que pase siquiera un alfiler, las puertas y ventanas trapeciales, resistentes por su forma a los terremotos al distribuir el tremendo efecto de estos eventos naturales sobre la totalidad de la estructura, entre otras peculiaridades. Asimismo, además de arquitectos, eran grandes astrónomos. Prueba de ello está en la disposición del templo del sol, con sus ventanas que dan al comienzo de cada solsticio con una precisión milimétrica.
Las terrazas con su diseño en andenes, donde cultivaban. Los canales de riego perfectamente creados y sin nada que envidiar a civilizaciones más antiguas de otras partes del mundo.
Maestros en el manejo del espacio y conocedores de su entorno a la perfección, obraban sacando el máximo provecho a la geografía del lugar donde vivieron. Pero además adoraban la naturaleza y le rendían culto.
Los bordes son peligrosos. Hace poco un turista cayó por uno, perdiendo la vida.

Solo la vegetación que creció durante siglos, logró penetrar en algunas partes, la unión perfecta de las piedras.
Eran agricultores, ingenieros, constructores, astrónomos y religiosos. Para todo eran buenos, o al menos hacían las cosas con el sello distintivo que les caracterizaba.
El Inca era un soberano que infundía enorme respeto, no sólo por la posición de máximo privilegio que ostentaba en la cima de la pirámide de jerarquía de la sociedad de este antiguo pueblo, sino por la cantidad de años de formación e instrucción que recibía para ejercer ese preciado cargo. Se le brindaba educación desde temprana edad en la niñez, hasta el comienzo del ejercicio del rol de soberano inca. Todo ese tiempo preparándose para la ardua tarea que conllevaba una gran responsabilidad: gobernar el Tahuantinsuyo.
El paisaje estremecedor de Machu Picchu emplazado entre verdes montañas, con el portentoso río Urubamba serpenteando a través de las elevaciones, la historia presente en los símbolos, la arquitectura, astronomía y creencias de los que habla en silencio cada rincón, hacen de este lugar el colofón perfecto para un viaje espectacular.

Caminando en el ombligo del mundo.




Respirar en Cusco resultó una experiencia difícil apenas aterrizado el avión en suelo de esta ciudad emplazada en la sierra peruana. A 3400 metros de altura, la falta de oxígeno se siente. No estaba corriendo, sino que me encontraba erguido sin siquiera haberme movido de mi lugar, mientras esperaba que la cinta transportadora me alcanzara mi equipaje en el aeropuerto Velasco Astete de la antigua capital Inca. Al salir al exterior del aeropuerto, mientras cargaban nuestras maletas en el vehículo que nos llevaría al hotel, dediqué unos instantes a observar a mi alrededor, sentir y respirar el ambiente mágico al que acabábamos de llegar.  
Nos instalamos en el hotel a media mañana del jueves 13 de febrero, con la recomendación de descansar por un tiempo breve para empezar a aclimatarnos lentamente al ambiente de 3400 msnm. Aproveché el momento para masticar hoja de coca, una de las cosas que quería hacer en Cusco. Encontré las hojas dispuestas en un recipiente de mimbre en una mesa del hall del hotel, tomé un puñado y las llevé a la habitación. Una vez allí, tomé una hoja y, siguiendo las indicaciones previas que me habían dado, la puse en mi boca y comencé a masticarla por un tiempo de entre 10 y 15 minutos, absorbiendo su jugo hasta terminar y finalmente arrojar los restos de la hoja. En los Andes, la hoja de coca -así como también sus variantes el té o mate de coca- es utilizada para combatir los efectos del soroche o mal de altura.
En mi caso no puedo decir si me hizo bien o si no tuvo efecto alguno. Supongo que la ansiedad y el entusiasmo por recorrer, conocer y experimentar todo lo relativo al lugar mágico en el que me encontraba, fueron emociones que mitigaron mis sensaciones en relación a los efectos de masticar la hoja. También bebí el té y luego de descansar, salimos a recorrer una parte de la ciudad visitando un enorme mercado de artesanías en donde hicimos algunas compras,  luego fuimos a almorzar. Comimos ligero porque otra recomendación para los recién llegados a la altura consiste precisamente en eso: alimentarse de manera liviana puesto que la digestión se desarrolla de manera más lenta. Hay que andar despacio también, e hidratarse, porque en la altura la deshidratación ocurre pronto.
Apenas salimos a recorrer la ciudad, entramos a un restaurante para pedir una sopa, jugo de naranja y la popular Inka Cola, una de las bebidas más consumidas en todo el Perú. Satisfechos, empezamos a caminar hacía el hotel.  Doblando la esquina transitamos la calle en una subida algo pronunciada, la falta de aire se hizo evidente y tuvimos que detenernos para dar tiempo a nuestros pulmones a captar oxígeno. Por la tarde, en vehículo, y durante los días siguientes tuvimos la oportunidad de conocer más en profundidad la ciudad.      
Esta urbe de 400 mil habitantes es asombrosa por su geografía única, sus períodos históricos de los que da cuenta su variada arquitectura, su música y su gente cálida y afable. Por momentos parecía que habíamos sido transportados en una suerte de máquina del tiempo al pasado antiguo del lugar, o me daba la sensación de que habitábamos temporalmente en una dimensión completamente diferente a la conocida hasta entonces.
Alojamiento en el Valle Sagrado.
La población indígena es claramente dominante en Cusco. Allí estaban las cholitas con sus atuendos típicos, los mercados y los restaurantes con música  andina. La gente con su particular modo de hablar, con un cariz amable y afectuoso, distinto al de los limeños. Al hablar (para responder a cada pedido, pregunta de consulta o frase alguna que uno hace), usan la expresión “por favor”,  con el tono de aquéllos a los que les apremia sinceramente que a los demás no les falte nada y logren estar cómodos y a gusto en su casa cuando los visitan. Así es la calidez del cusqueño, sencillo y tranquilo habitante de la sierra, de pausado andar y buenos modos. El limeño, capitalino él, tiene otro ritmo de vida caracterizado por el ajetreo diario de la vida de la gran ciudad. Anda de aquí para allá, sorteando las calles de un tránsito que puede parecer caótico a ojos de los visitantes, a bocinazo limpio, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Es también amable y buen anfitrión de los visitantes, siempre dispuesto a frenar en la vereda interrumpiendo su rutina diaria para escuchar al turista perdido preguntarle donde está tal o cual lugar.             
Hojas de coca en el hotel. Mastiqué varias.
                                                                                                                                         
La traducción del quechua al español de la palabra Cusco quiere decir “ombligo del mundo”, pues allí, en el centro de su imperio, erigieron los incas la capital de su tahuantinsuyo. El quechua era, primeramente, una lengua hablada. Tenía fonética, más no había alfabeto. El invasor español, al llegar, comienza a escribir en el papel las primeras palabras del idioma de los incas, para facilitar su aprendizaje. Así, el sonido “Qosqo”, pasa a ser traducido como Cuzco en castellano, y luego Cusco, como es la forma más difundida y aceptada en la actualidad por los habitantes del país andino.
Catedral del Cusco. Maravillosa por fuera, y por dentro, nunca vi nada igual.
Esta ciudad está rodeada de elevaciones tapizadas de verde que adquieren ese color debido a la “ceja de montaña” o selva alta, que es la vegetación del lugar. El ambiente tiene dos estaciones: una seca y la otra húmeda. Los techitos rojos y las estrechas callejuelas de adoquines son algunas características de su topografía. En cualquier punto en el que te pares, es posible obtener una panorámica de gran parte de la ciudad, o de las montañas que la rodean.
En cuanto a su arquitectura, conviven vestigios de las épocas inca y colonial, así como también construcciones modernas. Muchas edificaciones son el resultado de los 3 períodos, porque a la idea original de los incas que llevó a la construcción de la ciudad y sus templos paganos, la suplantó la de los conquistadores europeos, quienes al llegar intentaron borrar literalmente del plano las estructuras incas, particularmente aquéllas que desestabilizaban la idea española de propagar pacíficamente -o mediante el uso de la coerción- el cristianismo en la región, que eran los lugares en los que se rendía adoración a los dioses incas como el Koricancha, el templo del sol.                                        
Koricancha o Templo del Sol.
                                                                                                                                           
En el actual Koricancha subsiste una parte del antiguo templo inca, que ha quedado al descubierto por la caída parcial de la estructura colonial que lo recubría, el convento de Santo Domingo. El convento fue destruido parcialmente por el terremoto del Cusco de 1950, que colapsó gran parte de la ciudad y sus edificios coloniales, dejando al descubierto lo que los españoles se afanaron tanto tiempo en ocultar, las edificaciones incas, más antiguas y más sólidas, construidas por estos maestros arquitectos del pasado precolombino.  Los terremotos, eventos naturales comunes en esta zona del mundo, han dado paso a distintas restauraciones de parte de los edificios de la ciudad tras cada fenómeno sísmico de magnitud.  
Ollantaytambo.
Más de un cusqueño amante de las raíces más antiguas de la ciudad y de sus primeros habitantes, aguarda con silenciosa expectativa que un nuevo terremoto termine por acabar de una buena vez con lo que queda de los edificios coloniales de los españoles.                                               
Incas, europeos, época moderna, terremotos y restauraciones. Tal es el resultado de la mezcla arquitectónica del Cusco.  
Cholas. Luego de la foto una me correteó para que le diera dinero.
Además del mencionado Koricancha, la plaza de Armas, la histórica Catedral y las iglesias en general, los museos, mercados y algunos barrios, como el de San Blas, son sitios de visita obligatorios para el visitante.
Las angostas y empinadas callecitas del pintoresco barrio de San Blas, con vistas de la ciudad, representan una experiencia que hay que vivir.  En la esplendorosa Catedral, el único inconveniente radica en el detalle de que no se pueden tomar fotografías, incomodidad que rápidamente queda atrás cuando se aprecia la magnitud de la obra que habita dentro de ésta. La historia que cuenta cada rincón, figura, cada cuadro, muro o pintura, además de su antigüedad, son atributos que dan cuenta de la valía de todo lo que allí se encierra. 
Valle Sagrado.
Estuvimos 3 días en Cusco y alrededores. Luego de las primeras horas, dependiendo del estado físico de cada uno y de la rapidez de su proceso de adaptación a la altura, se empieza a sentir uno más cómodo y es recomendable andar, recorrer, caminar y visitar todo lo que se pueda, siempre que se quiera.  
Terrazas en Pisac.
Pocas cosas son mejores que conseguir un mapa de la ciudad y salir a recorrer por uno mismo, interactuar con la gente para percibir el lugar desde una perspectiva diferente haciendo más enriquecedora la experiencia de conocer.

                                                                                                                             
                          
                                                                                                            

Lima: la Ciudad de los Reyes.



El centro histórico de Lima, capital del Perú, es de un colorido inusual. Las edificaciones del casco viejo de la “Ciudad de los Reyes”, que datan de la época colonial, están pintadas de una amplia variedad de colores. Rojo, amarillo, azul, entre otros. Parece que cuando los españoles allá por la primera mitad del siglo XVI comenzaron a construir aquí sobre la costa del Pacífico, la ciudad que sería capital del virreinato del Perú, decidieron utilizar pintura para colorear las fachadas de las casas y edificios. Era necesario lograr en las estructuras una apariencia de vida y alegría, en contraste con el gris permanente del cielo del lugar. Acá en Lima el cielo es casi siempre de una tonalidad metálica, está cubierto por una nubosidad casi permanente.
Cocina peruana.
Lima es, por otra parte, la ciudad donde casi nunca llueve. A pesar de que la urbe está ubicada a orillas del enorme océano Pacífico, las precipitaciones ocurren con la misma frecuencia que las visitas extraterrestres al living de mi casa.
Es que la fría corriente marina de Humboldt procedente de la zona antártica, baña la costa peruana generando aguas con una temperatura por debajo de lo esperado para estas latitudes. Esto dificulta la evaporación y provoca la ausencia de lluvias.
Plaza de Armas de Lima.
Esta corriente es la misma que más al sur ha causado la formación de un desierto costero, que es más seco que el mismo Sahara: Atacama. El hecho de que la ciudad esté cercada por el otro lado por la barrera de la cordillera de los Andes, acentúa más las características de su clima tan peculiar.
La ciudad vista desde el aire es de un gris absoluto, los alrededores están desprovistos de vegetación debido a la aridez de la zona. En esto contrasta con la vista aérea de Cusco, ciudad ubicada entre verdes montañas.
El río Rímac, que en quechua quiere decir “hablador”, pasa por la ciudad siendo su principal abastecedor de aguas. Se pronunciaba antiguamente Limaq, de lo que finalmente derivó el término en español Lima, nombre de la ciudad.
Con gesto adusto en la Plaza de Armas.
Una de las cosas que más acaparó mi atención de la capital peruana, además de las citadas, radica en el tránsito. Los limeños andan literalmente a bocinazo limpio durante toda la jornada. Más aún en las horas pico, por ejemplo al momento de culminación del día laboral.
No hay sitio de la calle en el que sea clara la preferencia del peatón para cruzar a la vereda de enfrente. Ni siquiera en las cebras, que lucen más decorativas que útiles. Sólo los semáforos parecen poner un poco de orden a un tránsito que luce verdaderamente diferente.
Bus local.
El precio del taxi se acuerda en el momento previo a subir al vehículo, y depende obviamente del lugar adonde uno quiera ir, así como de la voluntad del taxista y las destrezas de persuasión propias. Hay combis y buses también. Incluso líneas férreas que realizan algunos recorridos largos.
En Perú se utiliza el regateo en general, salvo en tiendas o locales donde el valor de las cosas esté prefijado.
Los casi 9 millones de habitantes que viven aquí, se reparten en más de 40 distritos –barrios, para nosotros los uruguayos-, de entre los que destacan por su nivel de vida y confort, el de San Isidro y especialmente, Miraflores. Edificios suntuosos y jardines sobre barrancos que dan al océano además de parques con verde y fuentes, hacen de Miraflores el cartón postal de Lima.
Durante la estadía, en un momento me siento en un sofá del hall del hotel y leo en los diarios que algunas partes de la ciudad se han convertido en una suerte de “tierra de nadie” y percibo que la inseguridad está instalada en los hogares limeños. Al circular por la calle se ven las ventanas y puertas de las casas detrás de las rejas, sin embargo sólo puedo hablar de la hospitalidad del limeño, receptivo y bien dispuesto a atender a los visitantes.
Miraflores, da al océano Pacífico.
La parte de la “ciudad vieja” es un lugar de interés para visitar, allí están la Plaza de Armas y el palacio de gobierno. Detrás y a los lados del palacio, la iglesia de Santo Domingo y el convento de San Francisco con sus catacumbas, parecen sostenerlo como brazos. Simbolismo puro. La religión como bastión del poder, según comentan por acá.
Pisco Sour peruano.
Un párrafo aparte merece la gastronomía limeña y peruana en general. Es realmente asombrosa la variedad de platos, aromas, sabores y colores de la cocina del país andino. No es para menos teniendo en cuenta de que se trata de un país geográficamente diverso. La costa proporciona los frutos del mar. La pesca es, junto a la minería, agricultura y el turismo, una de las principales actividades económicas del país. En la sierra, los distintos pisos de altura generan diversidad de microclimas, que les proporcionan alimentos diferentes y una variedad de papas sencillamente impresionante. En la selva, al este, ocurre otro tanto. En suma, hay mucho para elegir. Y si a esto se le agrega el talento creativo de las personas en el arte culinario, se tiene como resultado una cocina exquisita. Eso sí, hay que probarla. No es para todo el mundo. Algunos hemos adquirido mañas con los años y es difícil sacarnos del asado y el arroz con churrasco tan uruguayos.
Eso sí, si no quieres ser un “pollo”, es decir un “flojo” en el lunfardo peruano, ve a algún boliche limeño y tómate un buen pisco sour.
Otra foto del Pacífico, tomada en el distrito de Miraflores.