Hacía
 mucho frío en la madrugada al llegar a La Quiaca, localidad argentina 
enclavada al norte de la provincia de Jujuy en la frontera con Bolivia. 
Cruzamos a Villazón -del lado boliviano- en las primeras horas del día.
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| Paseando en compañía de un perro por el mercado de Villazón. | 
Nos encontrábamos a 3400 msnm.
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| Villazón, parece vacía. | 
Recorrimos varios hostales 
hasta dar con uno que nos convenció poco, pero más que los otros: el 
"Alojamiento Andaluz". No parecía Sevilla igual, la habitación era fría y
 el baño estaba afuera. La experiencia de tomar una simple ducha resultó
 toda una odisea. La puerta del baño se asemejaba a las de las tabernas 
del lejano oeste de las películas de cowboys. De madera, con una gran 
abertura arriba y otra similar abajo, no había luz y solo disponía de un 
par de tablones sueltos y húmedos para colocar la ropa seca, el piso 
estaba mojado y el agua del lluvero no llegó a calentar en ningún 
momento. 
Fue la primera experiencia extrema del viaje. No fue 
subiendo una montaña ni haciendo ruta en bicicleta por un camino 
peligroso, fue en un baño de una pequeña localidad de apenas 30 mil 
habitantes en el sur boliviano.
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| Calle desierta. | 
A media mañana salimos a caminar por la ciudad bajo el fuerte sol altiplánico notando que se puede estar perfectamente de 
camiseta y short a plena luz de día. La ciudad presenta modestas casitas de adobe en un 
ambiente totalmente árido, no hay césped, ni árboles con hojas ni nada 
verde de origen natural en los alrededores. El polvo vuela en todas 
direcciones impulsado por un viento insistente, por momentos ni 
siquiera se veían personas en medio del caserío, que en muchos casos 
parecía realmente abandonado como en un pueblo fantasma. Era la segunda 
vez en Villazón que creía realmente estar formando parte de alguno 
de los films de la trilogía del dólar de Sergio Leone. Probablemente me 
faltó el sombrero de ala, algún cigarro o yuyo de los alrededores para 
saborear, un caballo y me habría convertido en un Clint Eastwood 
boliviano.
Recorriendo, nos encontramos de pronto en un amplio 
terreno al descampado en el que escuchamos gritos y percibimos 
movimiento. Había fútbol. Altura, sol a pleno, cancha de tierra, 
polvillo volando de aquí para allá, al igual que la pelota. Equipos 
uniformados, terna arbitral, perros callejeros y observadores preparando
 alguna parrilla con alimentos diminutos que costaba distinguir. Era 
domingo y me pareció estar de pronto en los terrenos de Liffa en San 
Carlos por Camino los Ceibos. Faltaba ver a los esforzados compañeros 
del Recreativo Secundario ir a disputar algún balón.
Hay basura 
por todas partes y no aparecen señales de que sea reciente en muchos 
casos, las pocas personas que vemos parecen cultivar un perfil 
subterráneo y cuando intentamos entablar conversación, son escuetos y 
no siempre nos queda la sensación de que nos comprenden bien. Un grafiti
 en la pared del cementerio rezaba "No son muertos los que en la tumba 
fría están, muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía".
La
 vida aquí parece regirse bajo una suerte de ley que definió la modesta y
 amable señora dueña de un restaurante que nos recibió en su local para 
el almuerzo: "Y bueno, que va ser, hay que resinarse(*)"
 *escrito como fue pronunciado.
La
 tarde nos encontró recorriendo las polvorientas callecitas de 
Villazón, caminando entre una multitud que andaba de feria: cuadras y 
cuadras de un interminable mercadito pleno de colores, sonidos y aromas.
 La actividad de la ciudad se centra sin duda alguna aquí.
Tomamos
 fotos y al cabo de un rato mi compañero detectó un par de miradas 
sospechosas entre la multitud, parecían observarnos. Desconfiados los 
vigilamos a ellos, y al cabo de un rato nos fuimos.
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| Un partido de Fútbol. | 
A la noche nos 
acostamos temprano para reponer energías. Vestidos, porque hacía mucho 
frío y las camas apenas contaban con sábana y una delgada colcha. La 
puerta de nuestra habitación en el segundo piso, apenas contaba con un 
pasador para trancar por dentro. Una hendija en la parte lateral de la 
puerta permitía husmear a cualquier malintencionado. Alertados por lo 
que había pasado en la tarde en el mercado, cerramos la puerta y pusimos
 un mueble pesado para reforzarla un poco más.
Al cabo de un 
rato, cuando aún no habíamos conciliado el sueño, golpearon la puerta. 
Sobresaltados, nos miramos. Mi compañero abrió la ventana de la 
habitación y las personas se presentaron como "policías". Desconfiamos. Sabíamos que en Bolivia uno de los modus operandi más comunes que
 utilizan los amigos de lo ajeno, es disfrazarse de policías con el 
único fin de robar al desprevenido. Querían que les abriéramos para ver 
nuestros documentos y revisar la habitación y realmente tenían aspecto de policías. Al final de cuentas nos encomendamos a la Pachamama y 
abrimos la puerta. Uno de ellos entró y apenas revisó la pieza 
observando debajo de las camas, mostramos las cédulas y atendimos su 
pregunta de "¿qué están haciendo en Bolivia?" con la naturalidad de 
quienes no tienen nada que ocultar. Parecieron convencerse, se 
disculparon y se retiraron. Nos acostamos nuevamente, intranquilos. La 
perspicacia de mi compañero, nacida de la acumulación de aventuras, le 
hacía desconfiar de la situación. ¿Y sí habían venido para ver quienes 
éramos, averiguar que teníamos y volvían más tarde para robarnos? El 
hostel no daba ninguna sensación de seguridad.
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| Pared del cementerio. | 
Hernán bajó a 
hablar con alguna de las personas que regenteaban el ahora lúgubre 
alojamiento, si es que había alguien. Mientras lo hacía divisó a los 
policías golpear otras puertas. Al encontrar a la dueña del hostel, 
preguntó, y en efecto se trataba de una "visita rutinaria" de los 
agentes de la ley, típicas de una pequeña pero concurrida ciudad 
fronteriza en donde no todas las personas que pasan tienen buenas 
intenciones. La señora pidió disculpas por las molestias y finalmente nos dispusimos a dormir como pudimos, presas de un sueño por momentos 
ligero, como si en el cuerpo estuviera encendida una especie de alarma 
biológica dispuesta a activarse al más mínimo movimiento o sonido.
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| Ingresando a Bolivia, a punto de cumplir un sueño. Hacia mucho frío. | 
 
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