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martes, 30 de agosto de 2016

El anecdotario de viaje.

Ante el aluvión de críticas constructivas cargadas de humor de mis amigos debido a la falta de anécdotas divertidas en el blog, pequeñas historias que dejaron mucha tela para cortar y son motivo de recuerdo y risas en cada asado o conversación por whatsapp, decidí incluir una nota más del viaje de este año a Ecuador. Una que contemple aquellas anécdotas divertidas que puedan ser contadas y publicadas en un blog en internet, dejando para nosotros las que pretendemos conservar sin difundir.

Que el blog sea de carácter personal y narre las vivencias desde mi perspectiva, sumado al hecho de que por el momento soy el único "escritor" del grupo, hace que muchas de esas pequeñas historias hayan quedado por fuera de estas notas y es momento de efectuar un acto de redención y retratarlas por escrito para la posteridad, para atesorarlas en una caja fuerte más consistente que la memoria humana que se vuelve selectiva y puede menguar con el tiempo.
En mirador Turi, con Cuenca al fondo.
Sin más preámbulos, aquí van algunas anécdotas:
  • Nuestro querido amigo Martín, durante cada despegue de avión siempre estuvo en el extremo opuesto de la ventanilla de nuestra fila en la aeronave. De apariencia inmutable y cómodamente sentado, lo notamos configurando un momento que no se repetiría en el viaje durante ninguna otra instancia que no fuera el ascenso del pájaro de acero: tomando una revista para leer. ¿Nervios?
  • Durante el viaje que nos trasladó de Cuenca al Parque Nacional de Cajas, más de un vendedor ambulante se subió al bus para ofrecer sus productos. Uno de ellos, muy cordial, ofrecía lo suyo con gran amabilidad e incuestionable capacidad oratoria. Nos auguruba bendiciones en nombre de Dios y todos los santos. Nadie le compró nada. Al bajar del bus estalló: "váyanse todos a su puta madre".
  • Sebastián, apodado "Tachuela" o "Tachu" a secas, volvió del Ecuador con un nuevo apodo: "Gatillo". No se trata de que el hombre realizara un curso de manejo de armas de fuego o que saliera de levante por las noches guayaquileñas, sino de su probada capacidad con la cámara fotógrafica. Distintos ángulos, efectos, poses, y el maestro de la fotografía gatillaba el disparador a diestra y siniestra, obteniendo muchas de las mejores imágenes del viaje. 
    Brian, a la izquierda. Martín, a la derecha.
  • En una céntrica plaza de Cuenca pretendíamos averiguar como llegar al mirador Turi, y Martín, tratando de emplear sus cualidades de seducción, elige a una bonita muchacha que está sentada sola en un banco. Va a preguntarle y una foto del instante tomada por uno de los muchachos, retrata a la chica observando algún punto en el vacío mientras le contesta con aparente parquedad a nuestro amigo, posiblemente adivinando sus intenciones. Digo con "aparente parquedad" porque mientras Martín seleccionaba juventud en su interlocutora, centrándose en incuestionables atributos físicos, yo me perdía su conversación entablando la mía con una señora mayor, que suspendió su helado y la charla con una señora amiga, para levantarse del banco y atender mi duda sonriendo amablemente, indicándome con detalle lo que debíamos hacer para llegar al mirador. ¿Qué mejor belleza que esa? Observación: esta lectura de la situación ocurrida en ese momento es personal y subjetiva. Al enterarse mis amigos de como fue narrada me objetan que Martín fue valiente y se la jugó mientras quien escribe fue "a lo seguro". El pensamiento de los muchachos que tomó forma de palabras en boca de alguno fue "Fabio no puede gastar una pregunta en una vieja".
  • Probablemente un sentimiento de admiración o simpatía hacía nuestro guía del Chimborazo Angel Sevilla, se mezcló con mi modo de hablar cordial, por lo que mis conversaciones con el veterano alpinista ecuatoriano fueron un caldo de cultivo de comicidad permanente. Esto se evidenció cuando nos despedimos luego de haber compartido el día entero de travesia por los lares del gigante andino y la escuela de Chibuleo. El hombre extendió su mano para saludar varonilmente a los muchachos pero al llegar mi turno me acerqué para estrecharle un abrazo y propinarle un beso en la mejilla, acción que aparentemente dejó estupefacto a nuestro guía, que quedó tan sorprendido como quien escribe estas líneas, ambos ante la reacción del otro, en un momento que se percibió incómodo para los dos, pero extremadamente divertido para Brian, Martín y Sebastián.

    Sebastián. Baños al fondo.
  • Brian, el único viajero con maleta como equipaje (los demás teníamos mochilas) jamás abandonó su estilo elegante para vestir en los aeropuertos y durante los vuelos. Camisa prolija, pantalón de jean y calzado acorde para el amante del aire. Una imagen tan pulcra que nos dolió a todos cuando Sebastián le arrojó por accidente un vaso de jugo de naranja en una de nuestras esperas. Se lo tomó con humor.
  • Mis formalidades para expresarme fueron un tema divertido y recurrente en el viaje, no solo detuvieron el tráfico de Quito a lo largo de 5 cuadras, sino que ameritaron el surgimiento de jocosas imitaciones de mi persona por parte de un Brian hilarante: "Buenos días, ¿cómo le va? Somos uruguayos, venimos de Maldonado. Disculpe la molestia. ¿Le puedo hacer una pregunta si es que no está muy ocupado? Sé que hace frío y es tarde. Venimos de Cuenca y vamos para Baños por esta ruta, queremos ir a la casa del árbol y luego a Quito. Pero, ¿me puede decir la hora?"
  • Ingreso al baño de un karaoke en Cuenca a altas horas de la madrugada, cierro la puerta e instantes después escucho por los parlantes que alguien con marcado acento ecuatoriano dice: "Un saludo para Gatillo y Fabito Sosa de Uruguay". La incredulidad se apodera de mi, salgo y diviso a Martín, muerto de risa acodado al mostrador al lado del amenizador de la velada, que tiene el micrófono en la mano.
  • Conocido es el gusto de Brian por la música romántica. Un día ingresábamos al Manso Hostel en Guayaquil mientras sonaba "Dime que no" de Ricardo Arjona, lo que generó el comentario entusiasta del hombre de buen vestir, que exclamó -ante la atenta mirada de las muchachas recepcionistas-: "¡Un tema de Arjona!" En ese momento irrumpe en la sala una voz grave y femenina de un muchacho que contorsionaba su cuerpo al compás de la música completando el estribillo "...me tendrás pensandooo toooodo el día en tíiiii".
  • El entrañable licenciado en BAQA (consultar significado por privado) Martín Moyano, designado así por sus amigos viajeros durante la planificación previa de esta travesía andina, es sin duda un sujeto especial. Puede ser un tipo en apariencia normal: serio, culto, deportista y amable. Un buen partido para cualquier muchacha que se tenga alta estima. Sin embargo la sola mención de una palabra en voz alta cerca de él, tiene la capacidad de modificarle radicalmente el semblante: "noche". La expresión de unos ojos que cobran vida y parecen querer saltar de sus cuencas, la amplitud de una sonrisa que se abre de lado a lado y una voz que se intensifica y acelera son algunas de las señales visibles de la aparición de este paladín de la noche. El hombre hizo recorridas nocturnas en solitario por algunas de las grandes ciudades. Durante una madrugada en Guayaquil buscábamos la "zona rosa", una callecita con boliches, pubs y discotecas que conoce cualquier local. Como Brian en los aeropuertos o Sebastián con las fotografías, Martín toma la iniciativa y detiene a un grupo de chicos para formular una desopilante pregunta: ¿Saben dónde quedan "Las Rosas"? Quienes son oriundos o conocen Maldonado, nos sentimos buscando la famosa prisión fernandina en pleno Ecuador.
  • En un hotel aguárdabamos al recepcionista, que al verme atavíado con pantalones, morral y gorra multicolor exclamó: "no se puede fumar aquí".
  • Me pasé buena parte de la preparación del viaje hablándoles a Martín y Sebastián sobre la altura, aconsejando a nuestros inexpertos en el tema sobre qué hacer para sobrellevarla sin pasar un mal rato. Cuando llegamos a Cuenca, la primera ciudad de altura en este viaje, comimos hamburguesas y tomamos alcohol. Nuestros hábitos reñidos con lo aconsejable siguieron durante casi todo la semana y media en tierra ecuatoriana. Pero en Quito alguien se apunó, siendo la única persona en padecer síntomas de mal de altura. Adivinen quien fue el "experto" que estuvo 2 días a yogurt y agua...
  • Sebastián y Martín recorrieron Las Peñas, un rincón insignia de Guayaquil de todas las horas, y también de la noche. Los muchachos salieron y cerraron la zona por la madrugada con ellos dentro, como debe ser: entre copa y copa.
  • Sebastián fue el ladero fiel de Martín en las salidas por las madrugadas ecuatorianas. Bastaba con un "no me deje tirado, Gatillo" de Martín para que el fotógrafo del grupo siguiera las andanzas nocturnas del licenciado en BAQA.
  • Como en cada salida en donde se dan -por suerte- algunos alegres y siempre medidos "leves excesos" de tragos en compañía de amigos, debía hacer una vuelta de carro al egresar de un pub. Este hábito se transformó en un hecho quedando debidamente documentado por las cámaras durante una noche cuencana.
  • En la foto final en Montañita quedó retratado que bebimos un trago en un local callejero en compañía de venezolanos y ecuatorianos. La subí a Facebook señalando que era la foto de despedida del país, en muestra de agradecimiento y que por esa razón celebrábamos. Olvidé mencionar el cumpleaños de Sebastián...


sábado, 27 de agosto de 2016

Varados en Santiago de Chile

El vuelo de Guayaquil a Santiago transcurrió con normalidad. Partimos temprano y luego de 5 horas estábamos en la capital chilena para aguardar un vuelo rumbo a Montevideo a las 21.15 hs. En total debíamos esperar unas 6 horas dentro del gigantesco aeropuerto Merino Benítez para hacer la conexión a Montevideo.
Cansados, pero de buen ánimo por sentirnos próximos a casa, charlamos, bromeamos, comimos algo y hasta me tiré en el piso sobre la alfombra para dormir una pequeña siesta.
Al comenzar la hora de hacer el embarque oímos por los altoparlantes que el vuelo se demoraría por niebla en el aeropuerto de Carrasco. Era una mala noticia. A las 22.30 habría nuevo reporte y debíamos continuar esperando. Aprovechamos la espera con mis amigos para charlar con un neurocirujano compatriota que estuvo en las islas Galápagos, destino para el que estuvimos a punto de poner rumbo en algún momento. Brian, en tono serio, advertía generando reacciones de humor nervioso en los cercanos, que la niebla no desaparecería rápidamente. No le faltaba razón. Daba cuenta también de sus accidentados viajes en avión puesto que en cada experiencia de vuelo, algo que lo había retrasado sucedió siempre. Hablando de vuelos cancelados e inesperadas estadías en ciudades imprevistas, avisaba que esta vez no sería la excepción. 
Crecían las especulaciones mientras aguardábamos novedades, conforme la gente iba comunicándose con familiares en el país o mediante internet en la página del aeropuerto uruguayo: qué había mucha niebla, que el aeropuerto estaba cerrado, que había vuelos en el aire rumbo ahí, que el aeropuerto en realidad seguía operando y que solo nuestra aerolínea (Latam) cancelaba el vuelo, etc. La gente estaba nerviosa y varios ya se arrimaban al mostrador a presentar sus inquietudes, preguntar o presionar a las funcionarias de la aerolínea.
Lo cierto es que el vuelo se canceló porque la niebla finalmente no se disipó. En la página del aeropuerto de Carrasco nuestro vuelo aparecía efectivamente como cancelado. Varios pasajeros estaban muy molestos porque según la página de la citada terminal uruguaya, otros vuelos seguían en el aire argumentando con evidente fastidio que solo Latam suspendía el suyo. La empresa afirmaba que la cancelación del vuelo era por factores climáticos, deslindándose de responsabilidades. Las asediadas funcionarias de Latam explicaban que no sabían como actuaban otras aerolíneas, que las directivas de la suya eran esas. Fueron desbordadas. Vi a una presa de la angustia al borde de las lágrimas, luego de ser duramente cuestionada por algunos pasajeros. Un tipo visiblemente alterado, deslizando algún insulto en medio, repetía en tono incriminador una y otra vez, que el aeropuerto uruguayo estaba operando con normalidad.
Al día siguiente descubriríamos que efectivamente el aeropuerto de Carrasco canceló su actividad durante la noche y que todos los vuelos que debían aterrizar o despegar de ahí, fueron desviados o no salieron, respectivamente.
Vehículo en el que nos transportaron al hotel.

Entiendo el nerviosismo de la gente, que hay cansancio, urgencias y obligaciones que atender, pero la gente debe comprender que si hay niebla, la culpa no es de la aerolínea. Mucho menos de las pobres muchachas, que con su mejor cara trataron de atender amablemente a todos los pasajeros del vuelo y escuchar sus inquietudes. Fue indignante la situación.
Crowne Plaza, hotel donde nos alojamos. Un lujo.

Finalmente el vuelo se reprogramó para el día siguiente a las 14.15 hs. Entre reclamos, a los pasajeros que estábamos en tránsito (veníamos de otra ciudad viajando con la aerolínea), nos llevaron -luego de hacer trámites de migración y aduana- a un hotel 5 estrellas en el centro de Santiago. Todo cubierto por la aerolínea. Nada mal. Pero a los pasajeros locales que partían desde Santiago no se les asistió. Debían pagar hotel o volver a sus casas. No comprendí el procedimiento de la aerolínea en este último caso. No todos los pasajeros "locales" son residentes de la ciudad. Probablemente muchos hayan venido de vacaciones y a más de uno debe de habérsele acabado el dinero.
En definitiva, para mi el hecho positivo de todo esto, fue que por vez primera y aunque solo fuera por pocas horas, puse un pie en Santiago de Chile. Una capital más en la lista. Además, mi pasaporte se ganó el sello de un nuevo país (el año anterior había estado en Chile pero no en aeropuertos ni con el pasaporte).
Al día siguiente, tras un despegue movido con un avión que cobraba altura sacudido por turbulencias que le hicieron presentir lo peor a este novel viajero del aire, iniciamos el retorno al Uruguay.
Los cuatro esperando el vuelo en el aeropuerto de Santiago.


viernes, 19 de agosto de 2016

"Bienvenidos a Montañita"

"Bienvenidos a Montañita" exclamó sin emoción, con mirada inexpresiva y sin amago de sonrisa alguna, un tipo alto y enjuto tras preguntar por nuestro origen geográfico. Tenía un gorro en la cabeza y una extraña mueca en la cara. De no estar consciente del lugar donde me encontraba, hubiese pensado que nos estaban dando la bienvenida a la casa del terror o a alguna siniestra locación de un cuento de Poe o una novela de Stephen King.
Una de las fotos típicas de montañita es junto a esta tabla de surf.

Montañita es un pequeño y soleado enclave turístico localizado en la costa pacífica al suroeste de Ecuador.
En este tramo el Pacífico oriental presenta aguas más cálidas que al sur, donde por ejemplo en Lima o Iquique, la temperatura del agua bañada por la gélida corriente de Humboldt es más fría.
Aprovecho las agradables condiciones ambientales de este paraíso tropical para hacer mi primera inmersión en el océano más grande del mundo, recordando el frío de Uruguay mientras me zambullo en las cálidas aguas en pleno julio.
Atardecer en playa de cálidas aguas.
El balneario es visitado por miles de turistas procedentes de todo el mundo cada año, siendo un destino ideal para adolescentes y jóvenes. Imaginen vivir viernes y sábados todos los días del año, si pueden visualizarlo están en Montañita: fiestas, música, locales de tragos, mercaditos, alojamientos con piscinas climatizadas, pubs y restaurantes. Todo reunido en un lugar de caseríos con un estilo más bien rústico, multicolor y con gente de todas partes. Es el paraíso de la juerga pero aquí la gente se trata bien. Cada uno disfruta del lugar, en soledad o con compañía, sin molestar a nadie. Al menos, eso es lo corriente. En febrero, un triste -y aislado- episodio ocurrido aquí terminó con la vida de dos muchachas argentinas y manchó un poco la reputación de Montañita. Por la noche, sentados al aire libre en un local de tragos disfrutando de la penúltima noche en Ecuador, charlamos animadamente con el dueño del puesto, un señor ecuatoriano apodado el "Tigre" y con su ayudante, un alegre y locuaz muchacho venezolano que se fue de su país buscando ganarse la vida luego de atravesar momentos complicados en su tierra natal, dada la actual situación en el país presidido por Nicolás Maduro. Nos cuentan que Montañita es tranquilo y que incluso en este eterno ambiente festivo nadie molesta a nadie, que cada uno está en la suya y que lo ocurrido es un hecho sin antecedentes que se recuerden. El dolor por lo sucedido, la enorme cobertura de la prensa local e internacional y las perpetuas habladurías de la gente asociadas a cada hecho que adquiere ribetes mediáticos y a cuestiones imperecederas de sociedades machistas como los prejuicios de género, le dieron al caso un realce enorme y dañaron un poco la imagen y la actividad turística de un sitio tan paradisíaco como pacífico como Montañita.
Se nos fue una parte de la cálida noche de julio entre trago y trago charlando del lamentable suceso pero también hablando de Montañita y sobre la vida en nuestros países.
Tomando un trago, festejando la estadía en Ecuador y el cumpleaños de Sebastián.
Nos hicimos un tiempo para ver en un restaurante abierto al aire libre, rodeados de ecuatorianos y argentinos, la semifinal de ida de la Copa Libertadores entre el Independiente del Valle y Boca Juniors. Aquí, ningún local presente es hincha del equipo del norte de Ecuador pero todos gritan los tantos del conjunto nacional como si fueran fanáticos. Me pongo a pensar en lo inusual que es ver esto en Uruguay o Argentina. El ecuatoriano, como el habitante del Pacífico sudamericano en general, tiene una cultura de la pelota diferente a la rioplatense, pero sabe de fútbol. Conoce al nacional Alberto Spencer, gloria del balompié ecuatoriano y uruguayo. Y conoce a Peñarol, sin desconocer necesariamente a Nacional. Así lo evidenció la encuesta callejera que realizó mi amigo Brian por distintos lugares del país por donde estuvimos. Quizá si van a Panamá o a Honduras dos uruguayos enfundados en la blusas de los dos grandes uruguayos, la gente reconozca más la camiseta de Nacional por Dely Valdés o la de Milton "Tyson" Núñez, respectivamente.
Hotel donde nos alojamos. Piscina, yacuzzi. ¿Qué más pedir?
Es jueves y a pesar de que existe movimiento, lo mejor de la semana está viernes y sábado. En esta época hay temporada alta de turistas europeos mientras que en enero aparecen muchos visitantes latinoamericanos. Despedimos la noche en un pub jugando al pool y al día siguiente, con algo de pena nos volvemos a Guayaquil para vivir nuestro último día de viaje en el país. El sábado bien temprano emprenderíamos un agitado regreso a Uruguay.



lunes, 1 de agosto de 2016

Apunado en la Mitad del Mundo.

Nos vamos a Quito. Adquirimos el pasaje en la agencia compañía Amazónica en la terminal de Baños a un precio de 4 dólares con 25 centavos. La capital del país, atravesada por la línea del Ecuador, se encuentra a tres horas y media de viaje en bus partiendo del terminal terrestre de Baños.
En El Panecillo, viendo hacia Quito. Me sentía bastante mal.

Nos levantamos temprano y probé nuevamente el desayuno americano, hábito que adquirí con los viajes. Sería una información poco relevante para este diario de no tener consecuencias más adelante, como les contaré líneas abajo.
Finalmente nos despedimos de esta región de verdes montañas y valles coronados por imponentes conos con cráteres que escupen fuego, llenos de sensaciones agradables, siendo alquimistas de nuestro destino al ser dueños de elegir adónde ir y qué hacer con nuestro tiempo.
De pie en una de las innumerables calles adoquinadas del centro de la ciudad.


Quito es parecido a La Paz. Largas calles trazadas a través de empinadas cuestas, iglesias antiguas, caseríos en las faldas de las montañas linderas y líneas de teleférico, entre otras similitudes. Sin embargo las montañas, entre ellas volcanes como el Pichincha o el Cotopaxi, están cubiertas de verde, mientras que el paisaje que rodea la capital boliviana es bastante árido.
En Mitad del Mundo, con un pie en cada hemisferio.
La capital ecuatoriana se emplaza a 2800 msnm y presenta un clima cambiante. El sol es fuerte pero el cielo se nubla rápido, llueve copiosamente y vuelve a aparecer el astro rey, tan rápido como desapareció. Así fueron nuestros días de estadía aquí.

Señora vendiendo comida local.
Llegamos a la terminal de buses de Quitumbe, me comí unas hamburguesas con cebolla, puesto que llevábamos varias horas sin comer, y nos trasladamos en trolebús hacia el centro de la ciudad para terminar alojados en el buen hostal "Puerta del Sol", a metros de la plaza de Santo Domingo.
Nos impacta favorablemente la buena disposición, apertura y amabilidad de las personas, desde la policía turística hasta el ciudadano de a pie. Son receptivos a las consultas, preguntas y a la charla. Se preocupan por la seguridad y por los turistas, no solo en Quito sino también en las demás ciudades.
Vista panorámica de la ciudad.
Recorremos el área del hostal y nos tomamos un taxi a "El Panecillo", un barrio alto de la ciudad dominado por un enorme monumento a la Virgen local, patrona de la ciudad. Desde allí se puede apreciar todo Quito y la vista es sensacional.

Estamos tomando fotos cuando de pronto empiezo a sentirme mal. Cae la tardecita, el sol se oculta y empezamos a buscar un taxi para regresar. En materia de inseguridad, nos habían dicho "o todos juntos o ninguno", en referencia a caminar por el Panecillo en horas de la noche. La cosa va para peor en relación a mi estado: me descompongo y el contenido de mi estómago es expulsado en varias tandas. Caigo en la cuenta de que he abusado de algunas comidas y pese a tener claro que debo cuidar mi estómago en la altura, me confío tontamente y termino padeciendo algunos síntomas de apunamiento. En el llano seguramente no habría pasado nada, pero aquí en la parte más alta de una de las ciudades más encumbradas de la Tierra, una impericia así puede costarte un mal rato. Al principio, condeno en silencio mi imprudencia, pero luego me resigno y encuentro interesante apunarme por vez primera. Se trataba de una experiencia nueva y ahora podría contarla.
Callecita quiteña.

Luego de un rato de procurar un taxi sin suerte, mientras trataba de tomar toda el agua posible para no deshidratarme en demasía, logramos que uno de los muchachos que atendía un puesto en el mercadito de la zona nos llevara de vuelta al hostal.

A la noche, mientras mis amigos salían nuevamente a recorrer las calles quiteñas, opté por permanecer en "La Puerta del Sol". No mejoraba. Llevé algunos medicamentos para casos como este, pero mi estómago los rechazaba. Debía comer algo, pero lo que ingería, lo expulsaba. Sin dejar de beber agua, me dirigí a hablar con la recepcionista del hostal. Me preparó una tostada con jugo de manzanilla. Empecé a comer pero terminé en el baño otra vez. Era preocupante. Al final, me dio un yogurt con cereales, un alimento que no suelo ingerir ¡y santo remedio! Funcionó. Entre charla y charla sobre Ecuador, la concepción que tienen de la planta de coca en el país -estigmatizada aquí, no así en Bolivia o Perú-, la violencia doméstica y otros asuntos, empecé a sentirme mejor y el ánimo se elevó.
Casco viejo de la ciudad.

Al día siguiente me encuentro más recuperado aún. Sintiéndome bien o no, perderme la visita a la Mitad del Mundo era imposible. Aunque fuera en camilla y con suero, debía estar.
Desayuné nuevamente yogurt con cereales, tomé mi mochila y partimos al sitio por donde pasa la línea ecuatorial, ubicado en las afueras de Quito. En la calle, a la salida del hostal paramos un taxi pero nos quería cobrar 35 dólares para llevarnos. Le dijimos que no. Hablé con el siguiente y el precio que fijó era de 15 dólares, pero luego cambió y decía que sería "lo que marcara la ficha". Pues bien, el taxista y yo nos enzarzamos en una pequeña discusión sobre el precio del pasaje hasta la Mitad del Mundo, y mientras sucedía esto, empecé a sentir bocinazos y algunos gritos. Cuando miro hacia atrás, una extensa fila de vehículos aguardaba impacientemente que me quitara de ahí para que el taxi circulara y así poder retomar el tránsito. Al final de cuentas, el taxista accedió a llevarnos por 15 dólares. Le grité a mis amigos que se acercaran, nos subimos y nos fuimos. Antes, junté las palmas de mis manos en dirección a los vehículos que esperaban detrás en señal de disculpa. Después, los muchachos entre risas me dijeron que detuve el tránsito de toda la ciudad discutiendo con el taxista. Mi forma de dirigirme a la gente, las palabras y modos de hablar que empleo, son siempre motivo de diversión en mis viajes. Me divierte también, me río de las ocurrencias de mis amigos y de mí mismo.
Esta avenida es imponente, traza una "U" hasta el Panecillo (arriba).

Mitad del Mundo queda como a 45 minutos en taxi desde el centro histórico de Quito. Es un complejo enorme en el que destaca un gran monumento de cuatro caras que marcan los cuatro puntos cardinales y en cuya cima está una representación de la Tierra. El monumento es cruzado por una visible línea amarilla que representa el pasaje de la línea del Ecuador. A la entrada hay un pasillo ladeado por los bustos pertenecientes a los científicos que realizaron la labor de medir con escasos recursos y suma precisión, el sitio exacto por donde pasa.
El monumento tiene nueve pisos y en cada uno hay un museo o una suerte de sala de experimentos vinculada con el lugar donde estamos. Por ejemplo, en una aparece una maqueta enorme que simula el desplazamiento de la Tierra en torno al Sol determinando los solsticios y equinoccios. También hay sobre el Efecto Coriolis o vinculadas al peso de las personas en el Ecuador, los polos y la Luna. El experimento del equilibrio con el huevo sobre un clavo se encuentra afuera.
Este policía tiene bien entrenado a ese simpático golden.

Pasamos parte de la mañana y la tarde aquí, almorzamos y volvimos al hostal. A la noche tarde, retornaríamos a la inmensa terminal de buses de Quitumbe, para iniciar el viaje de regreso a Guayaquil. Nos esperaba Montañita, un paradisíaco balneario a orillas de un Pacífico de aguas cálidas en donde haría mi primera inmersión en el mayor océano de la Tierra.
Virgen de Panecillo, patrona de Quito. Un enorme monumento de cerca de 30 mts de alto que se ve desde toda la ciudad.