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martes, 9 de enero de 2018

Brujas, la otra Venecia.



El hombre encanecido y delgado de estatura media le dijo a Mauro que se dirigiera al vagón de segunda clase. Entre risas generalizadas nos despedimos de nuestro amigo de "segunda categoría", quién abandonó el vagón de primera clase para dirigirse al contiguo, en donde estaría al nivel que le correspondía.
Sucedió que el veterano guarda del tren con destino a Brujas pasó a verificar nuestros boletos. 4 de nosotros estábamos empleando por quinta vez el pase de Eurail que adquirimos por internet en Uruguay, para cubrir el tramo Bruselas/Brujas. Nos queda un boleto más del abono con el que retornaremos a París. A Mauro, en cambio, solo le quedaba uno y prefirió reservarlo para el regreso a la capital francesa, por lo que debió comprar el ticket a Brujas desembolsando 15 euros. Pero pagó por un boleto para viajar en segunda clase, por lo que tuvo que mudarse de vagón.

En nuestro vagón de primera clase los asientos prácticamente no se reclinan, no hay electricidad ni wifi, aunque justo es decirlo, Brujas queda a escasa distancia de la capital belga.
Brujas es una ciudad distinta por su fisonomía a la mayoría de las ciudades que tienes la posibilidad de conocer y frecuentar. Existe una infinidad de puentes y canales, lo que le ha valido el rótulo de "la Venecia del Norte". La ciudad parece muy vieja y da la impresión de ser un pueblo europeo sumergido en la profundidad del tiempo.
A mediodía, buscando un lugar para almorzar, notamos que los precios de los menús son altos en general. Acabamos entrando a un supermercado y comprando barato. Mauro, Nico y Sebastián compran unas hamburguesas envasadas que saben bastante mal a juzgar por sus comentarios posteriores. Martín y yo optamos por comprar unos jugos frutales, pan y fiambre para preparar unos refuerzos.
Mauro, Seba y Nico.

En el interior del Bahuaus Hostel, Seba ronca haciendo temblar los cimientos de la habitación compartida que rentamos, logrando que nuestra compañera asiática pierda los estribos, y furiosa, golpee reiteradamente la pared del cuarto, visiblemente molesta con el concierto sonoro del fotógrafo del grupo.
Nico, alias "mampara" Sosa, rinde honores a su novel apodo y baja la persiana por una buena cantidad de tiempo dedicándose a whatsappear con la novia.
Martín
El infatigable Martín sigue recorriendo durante un período de descanso que el resto de nosotros se toma por la tarde, y termina descubriendo que a las 17 horas han cerrado hasta los supermercados en Brujas. Y eso que es verano. Es difícil encontrar un comercio abierto a partir de esa hora, y el escaso movimiento de gente que percibimos cuando llegamos se vuelve un hecho incontrastable.
Atardecer en Brujas.

Con Mauro descubrimos un  urinario al aire libre. La instalación no tiene prácticamente paredes y se puede ver perfectamente quien está dentro. Por supuesto, lo usamos.
A la tardecita entro a un comercio donde venden souvenirs y otros implementos que podrían servir de regalo para traerle un presente a la gente que conozco en Uruguay, pero termino comprando una cerveza artesanal hecha por unos monjes en algún remoto paraje de la campiña belga.

El hindú que regentea el local habla bien el español y me convence de probarla. Camino un poco, bebo algo y siento como si hubiese tomado un par de Patricias de 1 litro en Uruguay con el estómago vacío. Es fuerte y sabe bien.

Brujas es una ciudad tranquila, para recorrer y descansar. Dueña de una belleza casi incomparable con sus calles adoquinadas, canales y puentes, no parece un lugar para ir de juerga. Temprano cierran los distintos locales y ya luego no queda mucho para hacer, salvo caminar, conocer y tomar fotos.
El impacto inicial de conocerla remitió un poco porque veníamos de ciudades como Praga o Ámsterdam, que también tienen canales y puentes. Por esta razón no hubo "factor sorpresa" al llegar.


Razonábamos entre nosotros que de haber iniciado el viaje por Brujas luego de París, en vez de  volar a Varsovia, nos habríamos encantado mucho más con Brujas. Además estábamos en el tramo final del viaje, y el cansancio comenzaba a pesar para todos, menos para el imperturbable Martín.
Estuvimos un día y una noche aquí, y el 14 de julio, el día de la Fiesta Nacional Francesa, volveríamos a París para ser testigos de la entonación  vibrante y multitudinaria de la magnífica Marsellesa en Champs de Mars, al pie de una Torre Eiffel vestida de fiesta con su espectáculo de luces.
El urinario.



jueves, 4 de enero de 2018

Anécdotas e historias del camino viajero por la húmeda Bruselas.


En lenguaje homérico podría decirse que por obra de Zeus, el "amontonador de nubes", la anfitriona Bruselas nos recibe atavíada con su habitual vestido de cielo gris metálico, hecho que avisoramos desde el interior de la Estación de Trenes a través de los cristales de sus amplios ventanales. Afuera sopla una fuerte brisa y dos soldados armados caminan por el área, por lo que instintivamente asociamos la imagen que recogen nuestras retinas con los atentados acaecidos hace poco en el metro local. La capital belga es una incógnita para nosotros y no sabemos si pagar una o dos noches de estadía aquí. Llegamos por la tardenoche del 11 de julio a la Estación Central, cargamos nuestras mochilas a la espalda, nos conectamos a la red wifi del lugar, y mediante Google Maps, buscamos la dirección de nuestro cercano alojamiento, reservado por internet el día anterior.
Con el Atomium.
Llegamos a nuestro albergue tras caminar unas cuadras, deliberamos un poco y al final pagamos dos noches de alojamiento. Resuelto el tema, nos acomodamos en nuestra habitación.

Calle local.
"Si vaís a esperar que en Bruselas deje de llover, no saldreís a conocerla", exclamó con inconfundible tonalidad española la recepcionista del 2G04 Quality Hostel, al vernos esperar largamente a que la pertinaz llovizna cesara para salir a recorrer la principal urbe de un país con 50 variedades de cerveza diferentes.

En Berlín y Ámsterdam sentimos la intensidad del verano europeo en días de cielos diáfanos. Ahora Bruselas nos traía un invierno leve, pero hicimos acopio de voluntad con los muchachos, y de buena gana salimos bajo el agua. No vinimos desde tan lejos para perder tiempo de conocer Europa por causa de un poco de lluvia.
Arquitectura moderna.
Esta ciudad supera levemente el millón de habitantes y es la sede administrativa de la Unión Europea, por lo que claramente es un centro cuya influencia excede la esfera de lo nacional.
Durante la noche andando por la calle vemos algunas personas durmiendo en el suelo, y la policía sale del interior de un local nocturno forcejeando con un tipo que parecía ebrio.

Martín y Sebastián salen a caminar adentrándose en las inmediaciones de la estación de tren para terminar descubriendo la zona roja de Bruselas, una muy peculiar por cierto... (Será descrita en la última nota de viajero de este periplo europeo: la de las anécdotas divertidas. No se ponga ansioso, querido lector).
En las cercanías de la Grand Place probamos waffle, un exquisito bizcocho belga con un sabor sensacional, y un gentío le toma fotos al Manneken Pis, que con sus escasos 65 cm centímetros de alto es el principal atractivo de Bruselas y probablemente de Bélgica.
Manneken Pis de Bruselas. Si piensas que se ve enorme (la estatua del niño...no piense mal lector), mira la foto de abajo.
La historia del Manneken Pis se remonta a algunas viejas leyendas. ¿Fue un niño héroe que apagó con su orina la mecha de un explosivo que atacantes de Bruselas colocaron para derribar sus murallas en el pasado? ¿O se trató de un niño perdido, buscado con afán por una muchedumbre encabezada por su padre, y que fue encontrado riendo mientras orinaba un jardín?
Como sea, esta pequeña estatuilla - que no es la original, que se encuentra en un museo -, es junto al Átomo y la Grand Place, el símbolo de Bruselas. También existe la Jeanneke Pis, contraparte femenina del Manneken Pis, aunque por ser mucho más reciente no tiene la reputación engendrada de leyendas de su famoso hermano meón.
Junto al popular pequeño ícono de la ciudad.


Para llegar al Átomo -o Atomium- hubo que tomar una línea del transporte metropolitano. Esta gigantesca estructura de 102 metros de alto creada en ocasión de la Feria Mundial de 1958, se encuentra bastante lejos del centro de la ciudad, aunque claramente es una edificación que se observa a gran distancia. Cuando veníamos en el tren procedente de Ámsterdam comenzando a descubrir las edificaciones de la capital belga, divisé el imponente Atomium por la ventanilla de nuestro transporte.
Allá nos dirigimos, luego de recorrer la Grand Place, probar algo de la cocina belga y posar junto al Manneken Pis (suceso este último que marcó el inicio de jocosas comparaciones de los muchachos entre lo que hace este peculiar niño estatua, y lo que suele pasarle a este bloguero cuando anda de viaje: la recurrente necesidad de mear).


En la Grand Place.
Si tengo que elegir, el Atomium es sin duda la atracción más linda de la ciudad. Hasta el momento en que llegué y lo vi de cerca, no estuve seguro de haber acertado con los muchachos en elegir pagar una noche más de hostel para permanecer dos días aquí. Inicialmente habíamos previsto uno, para dedicar más tiempo a la prometedora Brujas, y eventualmente realizar algún viaje más -a Luxemburgo o Normandía-, para luego volver a París y retornar a Uruguay. Pero llegar de tardecita, la lluvia y el descubrimiento de algunos atractivos impensados de Bruselas, hicieron que decidiéramos pagar una noche más de alojamiento. El Atomium me terminó de convencer de que Bruselas es interesante y vale la pena adentrarse en sus calles antiguas y modernas, probar comida del lugar o beber alguna cerveza mientras recorres sus hitos.
Un párrafo aparte merece nuestro Quality Hostel, cuyo interior está revestido de antiguedades de toda clase, desde vehículos, hasta afiches u objetos de diversa índole. Martín me apunta que servían café gratis, dato que había olvidado.
Todo marchó bien, hasta que cuatro de nosotros nos subimos a un ascensor para tres personas...
Pero ese cuento, junto a las aventuras de Seba y Martín por la noche bruselense, vendrán en el anecdotario de viaje europeo, nota de viajero final de esta tanda que vio génesis en el viejo mundo.
Interior del hostel.