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jueves, 4 de enero de 2018

Anécdotas e historias del camino viajero por la húmeda Bruselas.


En lenguaje homérico podría decirse que por obra de Zeus, el "amontonador de nubes", la anfitriona Bruselas nos recibe atavíada con su habitual vestido de cielo gris metálico, hecho que avisoramos desde el interior de la Estación de Trenes a través de los cristales de sus amplios ventanales. Afuera sopla una fuerte brisa y dos soldados armados caminan por el área, por lo que instintivamente asociamos la imagen que recogen nuestras retinas con los atentados acaecidos hace poco en el metro local. La capital belga es una incógnita para nosotros y no sabemos si pagar una o dos noches de estadía aquí. Llegamos por la tardenoche del 11 de julio a la Estación Central, cargamos nuestras mochilas a la espalda, nos conectamos a la red wifi del lugar, y mediante Google Maps, buscamos la dirección de nuestro cercano alojamiento, reservado por internet el día anterior.
Con el Atomium.
Llegamos a nuestro albergue tras caminar unas cuadras, deliberamos un poco y al final pagamos dos noches de alojamiento. Resuelto el tema, nos acomodamos en nuestra habitación.

Calle local.
"Si vaís a esperar que en Bruselas deje de llover, no saldreís a conocerla", exclamó con inconfundible tonalidad española la recepcionista del 2G04 Quality Hostel, al vernos esperar largamente a que la pertinaz llovizna cesara para salir a recorrer la principal urbe de un país con 50 variedades de cerveza diferentes.

En Berlín y Ámsterdam sentimos la intensidad del verano europeo en días de cielos diáfanos. Ahora Bruselas nos traía un invierno leve, pero hicimos acopio de voluntad con los muchachos, y de buena gana salimos bajo el agua. No vinimos desde tan lejos para perder tiempo de conocer Europa por causa de un poco de lluvia.
Arquitectura moderna.
Esta ciudad supera levemente el millón de habitantes y es la sede administrativa de la Unión Europea, por lo que claramente es un centro cuya influencia excede la esfera de lo nacional.
Durante la noche andando por la calle vemos algunas personas durmiendo en el suelo, y la policía sale del interior de un local nocturno forcejeando con un tipo que parecía ebrio.

Martín y Sebastián salen a caminar adentrándose en las inmediaciones de la estación de tren para terminar descubriendo la zona roja de Bruselas, una muy peculiar por cierto... (Será descrita en la última nota de viajero de este periplo europeo: la de las anécdotas divertidas. No se ponga ansioso, querido lector).
En las cercanías de la Grand Place probamos waffle, un exquisito bizcocho belga con un sabor sensacional, y un gentío le toma fotos al Manneken Pis, que con sus escasos 65 cm centímetros de alto es el principal atractivo de Bruselas y probablemente de Bélgica.
Manneken Pis de Bruselas. Si piensas que se ve enorme (la estatua del niño...no piense mal lector), mira la foto de abajo.
La historia del Manneken Pis se remonta a algunas viejas leyendas. ¿Fue un niño héroe que apagó con su orina la mecha de un explosivo que atacantes de Bruselas colocaron para derribar sus murallas en el pasado? ¿O se trató de un niño perdido, buscado con afán por una muchedumbre encabezada por su padre, y que fue encontrado riendo mientras orinaba un jardín?
Como sea, esta pequeña estatuilla - que no es la original, que se encuentra en un museo -, es junto al Átomo y la Grand Place, el símbolo de Bruselas. También existe la Jeanneke Pis, contraparte femenina del Manneken Pis, aunque por ser mucho más reciente no tiene la reputación engendrada de leyendas de su famoso hermano meón.
Junto al popular pequeño ícono de la ciudad.


Para llegar al Átomo -o Atomium- hubo que tomar una línea del transporte metropolitano. Esta gigantesca estructura de 102 metros de alto creada en ocasión de la Feria Mundial de 1958, se encuentra bastante lejos del centro de la ciudad, aunque claramente es una edificación que se observa a gran distancia. Cuando veníamos en el tren procedente de Ámsterdam comenzando a descubrir las edificaciones de la capital belga, divisé el imponente Atomium por la ventanilla de nuestro transporte.
Allá nos dirigimos, luego de recorrer la Grand Place, probar algo de la cocina belga y posar junto al Manneken Pis (suceso este último que marcó el inicio de jocosas comparaciones de los muchachos entre lo que hace este peculiar niño estatua, y lo que suele pasarle a este bloguero cuando anda de viaje: la recurrente necesidad de mear).


En la Grand Place.
Si tengo que elegir, el Atomium es sin duda la atracción más linda de la ciudad. Hasta el momento en que llegué y lo vi de cerca, no estuve seguro de haber acertado con los muchachos en elegir pagar una noche más de hostel para permanecer dos días aquí. Inicialmente habíamos previsto uno, para dedicar más tiempo a la prometedora Brujas, y eventualmente realizar algún viaje más -a Luxemburgo o Normandía-, para luego volver a París y retornar a Uruguay. Pero llegar de tardecita, la lluvia y el descubrimiento de algunos atractivos impensados de Bruselas, hicieron que decidiéramos pagar una noche más de alojamiento. El Atomium me terminó de convencer de que Bruselas es interesante y vale la pena adentrarse en sus calles antiguas y modernas, probar comida del lugar o beber alguna cerveza mientras recorres sus hitos.
Un párrafo aparte merece nuestro Quality Hostel, cuyo interior está revestido de antiguedades de toda clase, desde vehículos, hasta afiches u objetos de diversa índole. Martín me apunta que servían café gratis, dato que había olvidado.
Todo marchó bien, hasta que cuatro de nosotros nos subimos a un ascensor para tres personas...
Pero ese cuento, junto a las aventuras de Seba y Martín por la noche bruselense, vendrán en el anecdotario de viaje europeo, nota de viajero final de esta tanda que vio génesis en el viejo mundo.
Interior del hostel.

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