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martes, 19 de enero de 2016

Andanzas en la "ciudad blanca" y Tacna, en la puerta de Atacama.

Arequipa es la segunda urbe del Perú. La "ciudad blanca" recibe este título dado que su centro está repleto de edificaciones de este color. Casas, monumentos, iglesias, todo es blanco. Se utilizó sillar, un tipo de piedra volcánica que tiene esa coloración, para edificar las fachadas de las construcciones.
Río Chili, Arequipa.
Llegamos temprano procedentes del Cusco, tomamos un taxi a Plaza de Armas y nos dispusimos a desayunar y tomar unos mates en un banco de la plaza. Sí, íntegramente blanca. El edificio de la catedral es gigantesco y ocupa una cuadra entera de longitud.
La ciudad está atravesada por un río que la cruza por la mitad, el Chili, y a lo lejos, se levanta la silueta de varios volcanes que dominan notoriamente el paisaje. Entre ellos, el Misti.
Está situada a más de 2300 msnm pero a pesar de contar con altura no la encuentro similar ni a Cusco, ni a Puno ni a cualquier otra ciudad peruana o boliviana de altura que haya conocido, incluidas Potosí, La Paz o la costera y llana Lima.
Los volcanes que la rodean, el blanco dominante, el río que la divide y los espacios verdes tan frecuentes que veo recorriendo sus calles, le dan una personalidad propia.
Un destino turístico recurrente para quienes viajan a Arequipa es el cañón del Colca, ubicado a pocos kilómetros de aquí. Con algo de suerte, de pie al borde del cañón se puede contemplar el vuelo del imponente cóndor de los Andes, ave sagrada de los Incas.
Catedral en Plaza de Armas de Arequipa.
Abandonamos la ciudad blanca en horas de la tarde y nos centramos en el destino siguiente en nuestro periplo hacia Chile: Tacna. Esta ciudad peruana está a escasos kilómetros del límite internacional con Chile y es la décima del país tomando en cuenta la cantidad de habitantes.
No vimos mucho realmente ya que pasamos una noche y parte de la mañana del día siguiente. La ciudad tiene una bonita Plaza de Armas con un arco parabólico en el centro, monumentos que rememoran el pasado de la nación, los conflictos en los que estuvo envuelta para lograr su independencia, los momentos complejos de su historia con los vecinos Chile y Bolivia durante la Guerra del Pacífico, o personalidades peruanas importantes involucradas en estos sucesos.
Los comercios, servicios y sitios de atracción/interés se clasifican por cuadras, y en una puedes ver varias farmacias o boticas, en otra casinos, en la siguiente ópticas, etc. Se trata de otro hecho que particularmente llama la atención del visitante.
Calle de Arequipa.
Para cruzar a Chile, el medio de transporte más empleado es el auto. Hay que dirigirse a la terminal de buses y contratar el servicio. Se tarda unas dos horas aproximadamente en poner un pie en suelo chileno. Una hora para llegar al puesto de migraciones en el límite internacional. Otra hora para realizar el trámite de salida e ingreso de un país a otro.
Desde las inmediaciones de Tacna hasta Chile, el paisaje cambia. Las montañas se ven más lejos o aparecen salpicadas, y el verde de la vegetación desaparece para dar paso al desierto de Atacama, uno de los ambientes naturales más hostiles de la Tierra.

Arco en Plaza de Armas de Tacna.


Espacio verde en Plaza de Armas de Tacna.




domingo, 17 de enero de 2016

En bicicleta por el desierto de Atacama.



En mi listado mental de lugares récord a visitar, junto a la carretera más peligrosa, el lago navegable más alto o el mayor salar de la Tierra, había un rinconcito reservado para un sitio especial: el desierto de Atacama.
Su reputación de ser uno de los lugares más extremos del planeta se cimenta en la aridez casi absoluta de un territorio que abarca desde el sur de Perú hasta el norte de Chile. Los lugareños han afirmado en alguna oportunidad que en el desierto de Atacama "son más comunes las visitas de extraterrestres que las lluvias", expresión que tiene gran asidero puesto que aqui se han registrado extensos períodos que abarcan más de un siglo sin que se tenga registro de precipitación alguna en varios de los puntos más secos de este inhóspito ambiente.
Nuestro periplo por este longitudinalmente extenso desierto costero comenzó en los alrededores de la sureña Tacna, último emplazamiento urbano de importancia del Perú antes de ingresar a Chile. Al otro lado de la ventanilla del bus el paisaje va experimentando cambios, la vegetación escasea y todo se va tiñendo de amarillo.
Atravesamos el límite internacional con Chile en auto, previo papeleo en la oficina de migraciones. El recorrido nos llevó a Arica en donde alcancé a ver el morro de la ciudad, hito de esta urbe. Almorzamos en la terminal de buses y decidimos continuar viaje al sur hasta Iquique. Tras dos días en esta bonita ciudad cuyos relatos narraré en otra oportunidad, pasamos por Calama para llegar finalmente a San Pedro de Atacama, un pequeño y polvoriento pueblo turístico que tiene el atractivo de ser la puerta de entrada al desierto más seco del planeta. Allí nos alojamos.
Pusimos un pie en San Pedro de Atacama por la mañana, y a la tarde conducíamos en bicicleta hacia el Valle de la Luna, denominado así evidentemente por la similitud geomorfológica entre este paraje desértico y el único satélite natural del planeta.
Debo decir que me resultó bastante más costoso realizar los 13 km que separan San Pedro de Atacama del Valle de la Luna, que los más de 60 km del  peligroso Camino a los Yungas en Bolivia. La carretera de Chile es mucho más lineal pero no es en descenso como el camino de la muerte boliviano, por el contrario existen algunas cuestas por donde se debe ascender por territorio pedregoso. La altura de más de 2200 msnm conspira también contra las posibilidades de esfuerzo físico.
Hay que pagar un ticket de ingreso a la entrada para luego adentrarse en un valle de curiosas formaciones rocosas que son el producto de la combinación del plegamiento andino y de millones de años de erosión, y donde una vez más, como en el Salar de Uyuni, la paz es absoluta. El silencio es total y nada perturba la calma del lugar. Uno tiene incorporado el concepto de silencio desde pequeño pero en estos lugares adquiere nuevas dimensiones. No hay nada allí que emita el más mínimo sonido. No se ven animales, ni plantas y ni siquiera sopla la más leve brisa.

Por otra parte en materia de relaciones humanas, la zona limítrofe entre Perú y Chile presenta huellas evidentes del pasado común de ambos países. La guerra del Pacífico tiene constantes recordatorios que se materializan a través de monumentos, estatuas, memoriales e incluso barcos de la época convertidos en museos. Los peruanos y bolivianos con los que hablo no suelen expresar palabras de afecto o cariño hacia los chilenos y si bien durante el viaje se disputa una Copa América de selecciones de fútbol que presenta partidos entre los combinados de los involucrados, uno intuye claramente que las diferencias exceden con creces lo deportivo y se sumergen en la historia, la política, economía y las sociedades de estos países. Las heridas no cicatrizadas de antiguas disputas, reclamos territoriales y otras rencillas menores de vecinos que configuran el pasado y presente de las diferentes realidades nacionales de cada uno, son motivo de encono.


Con Hernán en el Valle de la Luna.





viernes, 15 de enero de 2016

Navegando por el lago Titicaca.


No recuerdo haber visto un azul tan profundo como el del Titicaca. Será difícil repetir la experiencia de reunir en un mismo lugar el azul de esas aguas, mezclado con el tono más claro de su cielo limpio de nubes, mientras los picos nevados de las montañas adornan el horizonte hasta donde alcanza la vista. El verde de los islotes y cerros cercanos, junto a la ensenada donde está el puerto del pueblo de Copacabana, son detalles exquisitos salidos del pincel del artista que creó este incomparable paraje añil de los Andes.
Es y será siempre uno de los paisajes más hermosos que he tenido -y tendré- el privilegio de contemplar.
El lago navegable más alto de la Tierra se encuentra repartido entre Bolivia y Perú, a 3600 msnm. Al sur, en la orilla boliviana está Copacabana, un pequeño y multicultural pueblo donde además de los locales, hay infinidad de turistas deambulando por sus callecitas llenas de tiendas, mercados, restaurantes, agencias de viaje y hoteles.
En el centro del lago está la Isla del Sol que cuenta con algunos sitios sagrados de la civilización inca. Todos los días bien temprano, las embarcaciones del puerto salen con rumbo a distintos puntos de esta isla localizada íntegramente en territorio boliviano. Se puede ir al norte en la parte más alejada, llegar a la isla y caminar al sur por aproximadamente 2 horas para tomar una lancha y finalmente volver a Copacabana, o evitar la caminata y retornar al sur en alguna de las embarcaciones.
Nosotros fuimos primero al norte y luego al sur, pero preferimos hacerlo todo en la lancha porque las indicaciones del guía no nos parecieron muy convincentes. Sucede que el tiempo entre el momento en el que supuestamente debíamos llegar al sur tras la caminata y la salida de la última embarcación para Copacabana dejaba muy poco margen. No quisimos arriesgar. Probablemente estábamos algo sugestionados en el sentido negativo porque las experiencias previas con los guías en Bolivia nos habían dejado hasta allí un saldo de incertidumbre dado el carácter recurrente de la escasa solidez argumental y falta de claridad en estos trabajadores. Aventuro que la escasa preparación de los guías puede deberse a que si bien Bolivia es un país con una geografía magnífica con mucho para ver y sentir, el desarrollo del turismo es aún incipiente, al contrario de por ejemplo, el vecino Perú.
Sin embargo la gentileza y amabilidad del común de los bolivianos suple con creces cualquier laguna en los conocimientos de los esforzados guías.
Es conveniente aclarar que parte fundamental del encanto que tiene para mi conocer este país andino, radica en que puedes descubrirlo por ti mismo, sin muchos intermediarios. Las agencias de viaje tienen pocos paquetes a Bolivia, no hay tanta infraestructura para el turismo, lo que lo convierte en algo agreste, un destino ideal para mochileros aventureros. Esto es fascinante porque es puro y es un país que se mantiene virgen en cierto modo. La realidad de la vida cotidiana se palpa en cada rincón, calle, barrio o persona. Difícilmente encuentres en Bolivia la "burbuja turística" que se aprecia en otros países, como en los sitios históricos del mismo Perú.

La gente local de esta parte de Bolivia habla aymará además de español, insisto que el sol del altiplano es muy fuerte y necesitas protector solar y labial. Expuesto a la luminosidad del astro rey puedes andar con ropa liviana, pero a la sombra es fresco y puede darte frío.
El Inti Sol está tan presente en la mitología local, que hasta existe en la isla que lleva el nombre de la deidad, unas huellas enormes que la gente identifica como "las pisadas del Sol". Nuestro guía nos invita a caminar por ellas para recibir vibraciones positivas. Me dispongo a caminar por las huellas, la rodilla se me sale y acabo rengueando.
La altura conspira nuevamente contra las caminatas por las colinas de la isla del Sol, por lo que nos llevamos muña -una hierba buena para el soroche-, a la nariz.

En un extremo de Copacabana está el exigente pero a la vez gratificante cerro Calvario. El ascenso emula el viacrucis de Jesucristo y puede generar algunas dificultades por la altura y la inclinación, pero arriba, la vista del lago y la ciudad recompensan con creces el esfuerzo dedicado. Es bueno subirlo en la mañana o a la tarde temprano, para hacerlo con la luz del día. Al atardecer o a la noche, no lo recomiendo porque la falta de luz puede hacer la travesía más compleja.

Subimos por la mañana este cerro que se levanta 400 metros por sobre los 3600 metros de altura del Titicaca y Copacabana. A 4000 msnm, por primera vez desde que inició el viaje, la falta de oxígeno pasó factura y me dolió la cabeza.
En lo alto del Cerro Calvario con una fenomenal vista del lago.
Por la tarde, luego de dos tramos de viaje cortos y el paso por la aduana, llegamos al Perú y a Puno, más precisamente. Esta urbe peruana se encuentra sobre la orilla norte del Titicaca. Recorrimos parte de sus calles y volvimos a escalar, esta vez el imponente mirador del Cóndor, que ofrece una espectacular vista panorámica de la ciudad.
A la noche tomamos el ómnibus para Cusco. El ombligo del mundo, una de las ciudades más bonitas en las que he estado, nos esperaba.
En Puno, junto al Cóndor. La ciudad y el lago Titicaca, al fondo.





miércoles, 13 de enero de 2016

El silencioso desierto blanco.


Emplazado a 3600 metros de altura, el salar más grande del mundo es el vestigio de un antiguo mar en pleno altiplano boliviano. El Salar de Uyuni es, como su nombre lo indica, un gigantesco desierto de sal.
En estación seca se muestra como una gran extensión blanca que llega hasta el horizonte, mientras que en estación lluviosa, de diciembre a marzo, si se tiene la fortuna de encontrarlo inundado, ves el cielo reflejado en el agua generando un espectáculo maravilloso en donde la bóveda celeste se funde con el suelo.

Pagamos el tour en Uruguay a través de Internet, el servicio lo brindó la muy recomendable agencia Imperinca, que tiene sede en Villazón. Se pueden contratar varios tipos de tour, de 1 día o más, conociendo diferentes sitios aledaños al salar, además del propio desierto. Nosotros preferimos pagar el tour de 1 día que incluía la visita a un viejo cementerio de trenes que antiguamente transportaba sal a distintas partes del territorio andino.
Es recomendable visitar las lagunas de colores pero para eso hay que pagar un tour de más cantidad de días.
Una de mis fotos favoritas de los viajes, alzando los brazos en el Salar.
Nosotros descartamos hacerlo porque preferimos avanzar más rápido dado que el 4 de julio debíamos estar en Machu Picchu ya que las entradas -que deben gestionarse con antelación- tenían fecha de ingreso para ese día.
Cuando me tomé una pastilla de chiquitolina que me dió el Chapulín Colorado.
A bordo de una camioneta 4x4 salimos de la localidad de Uyuni hacia Colchani, un pequeño pueblo en donde los lugareños procesan la sal traída desde el salar, un museo de sal y el mercado donde se venden diferentes artesanías de este paraje.
Monumento al Dakar.

Luego seguimos rumbo al salar y la isla Incahuasi, o "isla del pescado", lugar de antiguo descanso del Inca y su comitiva durante el paso por estas tierras. Hay cactus gigantes por todas partes y
las características del entorno permiten jugar con las perspectivas y hacer unas fotos magníficas.
En el Cementerio de Trenes.
En medio del salar está el monumento del rally Dakar, íntegramente de sal. Esta famosa y exigente carrera del automovilismo internacional tuvo una etapa aquí a principios de este año.
La calma se impone en este yermo paraje y el silencio ensordece. Parado en la isla oteando el pálido y vasto horizonte, no se escucha absolutamente nada, y esa paz se rompe de pronto con el estruendo del motor de una camioneta que viene hacia nosotros a varios kilómetros de distancia.
Impresionados por la vivencia, me pareció escuchar a mi amigo Hernán decir: "en lugares así te das cuenta qué es el hombre el que está mal". Asentí en silencio.



Cactus enormes en la isla Incahuasi, bordeando el Salar.


Mi segunda vez en Machu Picchu.

La mañana del sábado 4 de julio de 2015 se materializó lluviosa en Aguas Calientes, lo que resulta extraño en esta época en lares andinos. Es estación seca y la gente local está sorprendida al igual que nosotros. En mi vez anterior aquí vine en febrero durante la época de lluvias, y salvo la tarde que llegué, durante el resto de aquella semana no llovió nunca. Hoy, vamos por el día 17 de viaje y es una de las jornadas más importantes. Es plena estación seca, pero llueve por primera vez en nuestro periplo.
Sin embargo, pese a esto, debíamos iniciar el ascenso. Evaluábamos la posibilidad de subir caminando la montaña, pero la lluvia descartó esta opción por nosotros, y tomamos el ómnibus que salía del centro de Aguas Calientes rumbo arriba. En el hostel conocimos una chica uruguaya que nos acompañó junto a Hernán, Elena y quien escribe.
A pesar de la pertinaz llovizna, nos preocupaba solo una cosa: el ascenso al Huayna Picchu. Sabíamos que en condiciones de tiempo despejado implica tomar algunos recaudos, porque se trata de una subida por momentos bastante vertical.
Llegamos arriba, subimos unos escalones y ahí estaba otra vez, en uno de los sitios más emblemáticos del planeta. Detrás de las retaceadas nubes grises alcancé a divisar las conocidas formas de la arquitectura de la ciudad sagrada de los incas: Machu Picchu.
No contratamos guía y nos separamos de Elena, porque ella debía subir a la montaña de Machu Picchu para luego descender al sitio sagrado. Nosotros tres teníamos el ticket para subir el Huayna Picchu, la montaña vecina, y también para acceder al complejo arqueológico.
Todavía sin demasíada certeza acerca de qué hacer, luego de hablar con alguien del personal del lugar, nos dirigimos al acceso principal para ascender el Huayna Picchu. Era poco antes de las 8 de la mañana y la llovizna no menguaba. Comenzamos a subir.
Ascender el Huayna no es tan peligroso como su reputación lo señala en ocasiones. Los Incas, conocedores de su entorno, se tomaron el trabajo de esculpir escaleras en la ladera de la montaña y de tanto en tanto aparece alguna cuerda en la roca que permite asirse en partes donde la cuesta se hace más empinada.
Eso sí, hay que tomarse el ascenso con calma porque falta un poco el oxígeno, por lo que es bueno tomarse un breve descanso tras subir algunos escalones.
Tras atravesar una suerte de cueva llegué a la cumbre. Solo algunas rocas grandes de aparente inestabilidad me separaban de una fea caída. La llovizna era leve pero no mermaba, los nubarrones impedían tener buena visibilidad y no se apreciaba el paisaje salvo las siluetas recortadas por nubes, de las montañas linderas.
Esperé en la cima a que dejara de llover para tomar fotos pero no hubo suerte. Por el contrario, empezó a llover más fuerte. Estaba empapado y empecé a sentir frío, así que comencé a bajar por un lugar que al principio me parecía imposible, porque para ese lado tras una larga y humedecida roca en suave declive que servía de sustento, solo se veía el cielo. Era el sitio para iniciar el descenso, por el lado opuesto al que subí. Como pude, en una posición arácnida, bajé.
El descenso del Huayna es un poco más complejo que el ascenso porque la inclinación de la montaña es bastante vertical en algunos puntos, los escalones son estrechos y corría gran cantidad de agua a través de ellos. Es necesario bajar despacio y con cuidado porque además hay gente detrás y por delante de uno, y realmente no quieres generar una caída en dominó. De todos modos no es nada imposible ni da para asustarse, lo hacen a diario niños y adultos mayores.
Al llegar abajo, con una pecera en los pies, noté que las condiciones del tiempo fueron mejorando poco a poco, y fue posible recorrer por segunda vez en poco más de un año, Machu Picchu. Recorrimos el sitio por nuestra cuenta sin el soporte de un guía.


Después de mediodía, retornamos al hotel. Culminaba entonces la visita a Machu Picchu y Huayna Picchu, un día lluvioso en plena estación seca. Ahora retornaríamos al Cusco para luego seguir viaje al sur, hacia Arequipa, Tacna y Chile. El desierto de Atacama era el próximo gran destino.