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miércoles, 13 de enero de 2016

Mi segunda vez en Machu Picchu.

La mañana del sábado 4 de julio de 2015 se materializó lluviosa en Aguas Calientes, lo que resulta extraño en esta época en lares andinos. Es estación seca y la gente local está sorprendida al igual que nosotros. En mi vez anterior aquí vine en febrero durante la época de lluvias, y salvo la tarde que llegué, durante el resto de aquella semana no llovió nunca. Hoy, vamos por el día 17 de viaje y es una de las jornadas más importantes. Es plena estación seca, pero llueve por primera vez en nuestro periplo.
Sin embargo, pese a esto, debíamos iniciar el ascenso. Evaluábamos la posibilidad de subir caminando la montaña, pero la lluvia descartó esta opción por nosotros, y tomamos el ómnibus que salía del centro de Aguas Calientes rumbo arriba. En el hostel conocimos una chica uruguaya que nos acompañó junto a Hernán, Elena y quien escribe.
A pesar de la pertinaz llovizna, nos preocupaba solo una cosa: el ascenso al Huayna Picchu. Sabíamos que en condiciones de tiempo despejado implica tomar algunos recaudos, porque se trata de una subida por momentos bastante vertical.
Llegamos arriba, subimos unos escalones y ahí estaba otra vez, en uno de los sitios más emblemáticos del planeta. Detrás de las retaceadas nubes grises alcancé a divisar las conocidas formas de la arquitectura de la ciudad sagrada de los incas: Machu Picchu.
No contratamos guía y nos separamos de Elena, porque ella debía subir a la montaña de Machu Picchu para luego descender al sitio sagrado. Nosotros tres teníamos el ticket para subir el Huayna Picchu, la montaña vecina, y también para acceder al complejo arqueológico.
Todavía sin demasíada certeza acerca de qué hacer, luego de hablar con alguien del personal del lugar, nos dirigimos al acceso principal para ascender el Huayna Picchu. Era poco antes de las 8 de la mañana y la llovizna no menguaba. Comenzamos a subir.
Ascender el Huayna no es tan peligroso como su reputación lo señala en ocasiones. Los Incas, conocedores de su entorno, se tomaron el trabajo de esculpir escaleras en la ladera de la montaña y de tanto en tanto aparece alguna cuerda en la roca que permite asirse en partes donde la cuesta se hace más empinada.
Eso sí, hay que tomarse el ascenso con calma porque falta un poco el oxígeno, por lo que es bueno tomarse un breve descanso tras subir algunos escalones.
Tras atravesar una suerte de cueva llegué a la cumbre. Solo algunas rocas grandes de aparente inestabilidad me separaban de una fea caída. La llovizna era leve pero no mermaba, los nubarrones impedían tener buena visibilidad y no se apreciaba el paisaje salvo las siluetas recortadas por nubes, de las montañas linderas.
Esperé en la cima a que dejara de llover para tomar fotos pero no hubo suerte. Por el contrario, empezó a llover más fuerte. Estaba empapado y empecé a sentir frío, así que comencé a bajar por un lugar que al principio me parecía imposible, porque para ese lado tras una larga y humedecida roca en suave declive que servía de sustento, solo se veía el cielo. Era el sitio para iniciar el descenso, por el lado opuesto al que subí. Como pude, en una posición arácnida, bajé.
El descenso del Huayna es un poco más complejo que el ascenso porque la inclinación de la montaña es bastante vertical en algunos puntos, los escalones son estrechos y corría gran cantidad de agua a través de ellos. Es necesario bajar despacio y con cuidado porque además hay gente detrás y por delante de uno, y realmente no quieres generar una caída en dominó. De todos modos no es nada imposible ni da para asustarse, lo hacen a diario niños y adultos mayores.
Al llegar abajo, con una pecera en los pies, noté que las condiciones del tiempo fueron mejorando poco a poco, y fue posible recorrer por segunda vez en poco más de un año, Machu Picchu. Recorrimos el sitio por nuestra cuenta sin el soporte de un guía.


Después de mediodía, retornamos al hotel. Culminaba entonces la visita a Machu Picchu y Huayna Picchu, un día lluvioso en plena estación seca. Ahora retornaríamos al Cusco para luego seguir viaje al sur, hacia Arequipa, Tacna y Chile. El desierto de Atacama era el próximo gran destino.





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