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jueves, 24 de agosto de 2017

"Uruguay? Marijuana! I love marijuana..."


...y sirvió gratis cinco medidas de un raro licor que sabía a jarabe para la tos. Con el tiempo supimos que era "Soplica", una bebida tradicional polaca. La noche avanzaba en Varsovia cuando se entabló el breve diálogo entre mis amigos y el dueño del animado bar. "Where are you from?", le inquirió a uno de los muchachos, el barbado alto y enjuto de rostro cetrino. Aparentaba cincuenta y tantos y lucía un pelo blanco que terminaba en cola de caballo. Secundado por dos ayudantes, preparaba tragos, cobraba, oficiaba de DJ y salía al estrecho pasillo del bar para animar la velada. Notaba tu entusiasmo, te miraba fijo y cuando encontraba tu mirada sobre la suya sacudía su mano con el índice apuntando al techo, o te señalaba con el dedo buscando complicidad para iniciar el agite en sincronía con la melodía rockanrollera que sonaba por los altoparlantes. No teníamos ni idea de su nombre pero lo apodamos Pablo, por el dueño de un conocido pub de San Carlos. Decir que era alto es un rasgo descriptivo realmente poco útil aquí: todos son altos, mujeres y hombres. Por momentos me sentía un hobbit de la Tierra Media en la capital polaca.
Con Pablo en el bar al amanecer.

La noche transcurrió entre cerveza, tragos, risas y baile. Las pegadizas canciones rockeras de alguna banda centroeuropea son festejadas por los concurrentes, quienes levantan las manos atizados por Pablo mientras ensayan un pogo. Pero de pronto hay un cambio, suena "Despacito" y un pequeño movimiento de mi hermano que mis amigos perciben como paso de baile, lo pone en el epicentro de las bromas. Las historias del "metalero" Nico en Europa apenas comenzaban a gestarse. Por lo pronto cabe señalar que, al decir de mis amigos, el metal fue mancillado unos segundos por este elemento.
Vaya uno a saber a qué hora fue esta foto...

Se fueron acumulando horas y tragos, hasta que terminamos bailando "Feliz Navidad" un primero de julio. Salimos y caminamos buscando nuevos lugares donde meternos para acabar percatándonos de que acá la movida continúa incluso cuando la noche se funde en el día.


Suelo decir que no conocí Varsovia, pero me equivoco; en realidad no conocí Varsovia de día. Llegamos la tarde del 1 de julio al aeropuerto Modlin, situado a 40 km de la capital polaca. Veníamos de París en un vuelo de la aerolínea irlandesa de bajo costo Ryanair. Las autoridades del aeropuerto nos detuvieron a los cinco para pedirnos el pasaporte. Aguardamos mientras dos de los policías se metieron en una oficina con nuestros documentos. Nos miramos sin entender mucho. Al rato salió un tipo fornido y calvo que vestía un chaleco, abrió uno de los pasaportes y leyó: "Marrriouu Sebaaastian Dinegrrrriii"...-sí, sin tilde y con la "r" sonando fuerte-. Le devolvieron el documento a mi amigo y repartieron los pasaportes al resto de nosotros, pronunciando nuestros nombres españoles con ese peculiar acento centroeuropeo.


Volando a través de Europa con Ryanair.

Es verano y tengo frío, pero los locales andan con ropas ligeras. Pensamos que los inviernos son tan crudos que cuando las temperaturas suben a 12 o 13 grados, las personas simplemente se liberan de los abrigados ropajes de los meses más fríos.
Acomodados en el festivo Patchwork hostel, en medio de una zona de bares, pubs y restaurantes, tomamos un mapa de la recepción y salimos a recorrer la ciudad antes que caiga la noche. Buscamos un fragmento del muro del antiguo ghetto de la ciudad y en el camino nos topamos con el imponente Palacio de la Cultura y la Ciencia, uno de los edificios más emblemáticos de Varsovia. Llevaba el nombre de Stalin hace unos décadas, pero durante la desestalinización lo perdió.

Los cinco con el Palacio de la Cultura y la Ciencia al fondo.
Cayó la noche y nubarrones negros cubrieron el cielo oscuro. Empezó a chispear. Buscamos el memorial del muro pero no lo encontramos. La ubicación del lugar en el mapa coincidía con una arbolada y lúgubre callecita alumbrada tan solo por un par de focos distantes entre sí. Bajo uno de ellos había tres personas sentadas emitiendo extraños sonidos. Un par de personas más caminaban en la oscuridad entre los árboles. Desatendiendo la idea general de no meternos allí, entramos a la callecita con Martín. Petrificada en la esquina, una persona sin piernas yace sobre una silla de ruedas. No emite sonido ni realiza movimiento alguno, solo está ahí, en la oscuridad. Caminamos un poco más adentrándonos en la negrura salpicada de ocasional luz tenue, hasta que el panorama tétrico nos invitó a dar vuelta y buscar a los demás.
"Mañana temprano volvemos", dijimos. Lo que no sabíamos a esas alturas, era que la noche de Varsovia apenas aprendía a caminar...
Rumbo a la estación de trenes de Varsovia para tomar el tren a Cracovia el 2 de julio.

sábado, 19 de agosto de 2017

Bajo la luna en Montmartre.



Caía el telón del día en el bohemio barrio de Montmartre. Mis amigos y yo pusimos rumbo a la colina para ver de cerca la monumental basílica del Sacré Coeur, emplazada en lo alto.
De izquierda a derecha: Martín, Mauro, yo,  Nico.
Un grupo de muchachos está al lado de las escaleras, contra una pared. Algunos fuman o beben. Todos charlan entre sí. De pronto, nos hablan y no entendemos qué dicen. Uno de ellos se acerca diciéndome algo. Lo ignoro y me toma del brazo, insistente. Lo miro con expresión poco amistosa y con un movimiento firme -sin brusquedad-, retiro mi brazo de su mano.
Montmartre de día. De izquierda a derecha: Mauro, Seba, Nico y Martín.
Ascendemos por las escaleras rumbo a la cima de la colina prisioneros de la cautela. Hay mucha gente joven escuchando música, bebiendo y fumando. Otros te ofrecen o te piden cosas. Sabíamos que el ambiente en Montmartre por la noche era este porque habíamos leído que sin llegar a ser necesariamente peligroso, podía ponerse algo pesado o denso.
Basílica del Sacré Coeur, en lo alto de la colina de Montmartre.

En París hay personas que se te acercan para colocarte pulseras en la muñeca o que te traen una planilla para firmar. En ambos casos argumentan que persiguen fines nobles como la ayuda a personas u organizaciones que necesitan apoyo de la gente. Tienes que desconfiar, porque en ambos casos, te pedirán o exigirán dinero al terminar de colocarte la pulsera o apenas estampas tu firma.
El aparato de inteligencia que montamos los 5, ya había rastreado la treta durante la organización del viaje y no caeríamos fácilmente en la red de pequeños engaños de París.
El tramo final de la escalinata está repleto de jóvenes, hay música, risas, alcohol y más...


El ambiente arriba se ve mejor y la iglesia iluminada emerge espléndida. Encima de la colina, una pequeña explanada conecta con el templo religioso, y detrás, allá abajo, la vista de las luces de París hacen que la decisión de subir tras el temor inicial, valga la pena.
Está frío y luego de las fotos descendemos con premura, atizados por el ambiente.
Cerca, tuve mi momento Marilyn Monroe sobre la rejilla de ventilación que da a la fachada frontal del emblemático cabaret Moulin Rouge. Los sex shops y otros cabarets se apilan por los alrededores. Y esto es todo lo que puedo contar sobre nuestra visita aquí...

Moulin Rouge.
Volveríamos a Montmartre el 16 de julio para recorrer y hacer compras en algunas de las decenas de tiendas y kioscos en donde el valor de los souvenirs, la ropa y otros artículos, es más barato que en otras zonas de la ciudad.
Regresamos al Loft Hostel, vendría Varsovia a romper nuestros esquemas y luego el cruce de Europa en tren hasta retornar a París en el día del nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla.









martes, 8 de agosto de 2017

De aguaceros y kebabs, alegrías y miedos un 14 de julio en París.


El cielo francés se abre a través de la ventanilla del avión mientras el pájaro de acero desciende en dirección al Aeropuerto de Orly. El verde de árboles y parques se salpica por doquier entre el pálido cemento de las edificaciones de París, mientras la Torre Eiffel se deja ver a la distancia.
La presencia de amplios y cuidados espacios verdes fue algo que me impactó en París, Praga y Ámsterdam. Supe tirarme a dormitar un rato al sol en algunos de ellos.

El Loft Boutique Hostel.
Las ratas pululan en alguno de los arbolados senderos próximos a la Torre Eiffel. Cuatro, cinco, seis roedores...salen de la oscuridad para hurgar en la basura en búsqueda de desperdicios que sirvan de alimento. Confieso que nunca vi tantas juntas.
La calle DeLacroix, próxima a Belleville, es nuestra casa en París durante la mayor parte del tiempo. Cerca del Loft Boutique Hostel -nuestro albergue- está el 72 de Belleville: la dirección en donde nació, en plena calle, Édith Piaf, una de las más célebres cantantes francesas del siglo XX. Su mamá, sola, no llegó al hospital, y la tuvo ahí mismito.
¿Un trago?

En París una palabra se gestó en nuestro léxico, repitiéndose casi cada día por el resto del viaje y en cada uno de los países en donde pusimos pie: kebab. Este aceitoso y grasiento sandwich oriental relleno de carne de res, pollo o pescado -tiene muchas variantes-, es una comida muy seleccionada por aquí. Los locales de comida rápida lo venden a 5 o 6 euros. Es rico pero claro, a la tercera o cuarta vez, tu estómago, algo dañado, suele decir "basta de kebab". En la zona de Belleville hay infinidad de locales chinos, y chinos caminando por la calle -"si tienen ojos rasgados, son chinos", asumen mis amigos-. Y hay kebabs. Muchos locales de kebabs. Debutamos en la consumición de este alimento en el "local de un mexicano". Supusimos erróneamente que se trataba de un cocinero oriundo de allí -por los platos que ofrecía en su local-, sin embargo resultó ser nativo de algún país de medio oriente. Una noche nos sentamos a comer kebab viendo la cadena de televisión Al Jazeera mientras un tipo dormía sentado.
La población musulmana es grande y la vemos por todas partes. Inevitablemente nos hacemos una pregunta, pero guarda dentro de sí la respuesta: "¿cómo saber quiénes son los que cometen atentados?". Son tantos, que podría ser cualquiera. Notamos seguridad en las calles, y algo que emparentamos con miedo entre la gente. Las personas no elevan la voz ni se escuchan gritos. Luego de conocer el eficiente sistema de metro nos decimos: "si nos subimos por partes diferentes del vagón de metro, no nos gritemos para encontrarnos". Intuíamos que romperíamos con esa regla tácita de hacer poco ruido, de andar casi sin andar, de no emitir sonidos.
Encima del Puente del Alma las personas dejan ofrendas, piden deseos y colocan fotos. Aquí falleció hace casi 20 años la princesa Diana de Gales, "Lady Di".

One euroo, one euroo.
Al anuncio de "one euroooo", "one euroooo", los africanos te venden 5 llaveritos de la Torre Eiffel por la zona del bello Champs de Mars, con sus "árboles cuadrados". La insistencia de esta gente es francamente impresionante, y en un par de minutos, 3 o 4 de ellos pueden acercarse para ofrecerte su mercancía con su particular anuncio, orígen de permanentes y divertidas imitaciones de nuestra parte. No creas que tu idioma será un impedimento para que ellos interactúen contigo. Los escuchamos hablar en muchas lenguas y con turistas de diversos lugares del planeta. Resistimos la idea de comprar los recuerditos durante nuestras primeras horas allá. Pero sobre el final del viaje, compramos una buena cantidad. Mi hermano le preguntó a uno de ellos de dónde venía. "Senegal", articuló como respuesta.


En París llueve. Un oscuro nubarrón cubre un fragmento de cielo y acaba desatando su contenido con furia. Nos pasó en Père Lachaise, en el Arco del Triunfo, en la Torre Eiffel o en la fila para ingresar al osario más grande de Europa: las catacumbas de París.
Más de 6 millones de esqueletos humanos existen en el amplio sistema de catacumbas bajo París. Un día los cementerios se saturaron y mandaron los huesos bajo tierra.

El verano a nuestra llegada, no es tan verano. La temperatura anda en 17 o 18 grados, y solo durante nuestro retorno el 14 de julio, sube considerablemente y anda rondando los 30.
Como leíste, volvimos a París en el día de la Fiesta Nacional. Y estuvimos al pie de la Torre Eiffel escuchando la Marsellesa coreada por miles de franceses en Champs de Mars. El nudo en la garganta me recuerda ligeramente a sensaciones en el volcán Chimborazo el año pasado. La torre se enciende con los colores de la bandera francesa y tras un minuto de silencio en homenaje a las víctimas del triste atentado de Niza el año anterior, es el momento anhelado: suena  por fin el himno. Es imposible no vibrar, no sentir emoción y evitar que la piel se erice. No importa de donde vengas. No importa que no seas francés. Estar ahí, en ese lugar, ese día, con tus amigos escuchando ese maravilloso himno, celebrando esos principios fundamentales sobre los que se cimenta la idea de un mundo mejor, conmueve.
14 de julio en Champs de Mars. De izquierda a derecha: Mauro, el bloguero, Nico, Martín y Seba.

Miré a mi alrededor unos instantes sembrando la semilla del temor en mi interior, y algunos de mis amigos también compartieron en silencio la sensación, luego intercambiada verbalmente. Tanta gente, una fecha tan especial, todo lo que ha pasado en Europa y en París. ¿No vendrá alguien con fines siniestros a estropear todo y establecer como un hecho algún mensaje premonitorio funesto que más de una vez escuché antes de llegar aquí? Pero no...todo transcurre con normalidad.
Evidentemente hay preocupaciones lógicas en familiares y amistades cuando te vas de viaje. Eso habla de cariño. Es agradable sentirlo y vale.
Sin embargo, no importa si es en broma, en serio -o una mezcla-, a veces se repiten algunos comentarios negativos, y hay personas que suelen hacértelos, que no estilan decirte nunca algo positivo. Simplemente te preguntas: ¿qué les pasa? Parece que quedarse en casa y no salir a la calle es un certificado de seguridad o vida eterna para no pocos. Y qué salir es sinónimo de incontables riesgos y padecimientos que te azotarán. De los creadores de "una mujer viajando sola, me muero", llegan: "qué lejos te vas..." "¿y si se cae el avión?" Y así se acaban muchos proyectos de viaje -y de vivir lo que tienes ganas-: en miedos. Los ajenos a menudo alimentan los propios.
La lluvia, habitual en París durante nuestra estancia.


Y si no, están quiénes te dicen -o sugieren-, al saber que te vas :"qué suerte tienes, eres soltero", o "y sí, no tienes hijos". Por dentro me quedo pensando "¿acaso alguien te amarró y te hizo casarte?", "¿acaso no puedes viajar con tu pareja?", "¿casarte o juntarte es sinónimo de perder tu individualidad, de perder la libertad?", "¿tener hijos es un obstáculo para viajar?", "¿la vida decidió todo por tí y no incidiste jamás, ni un poquito, en las condiciones que te planteó de entrada para modificarlas en tu beneficio?".
O están quiénes te plantean socarronamente mensajes del estilo "qué bien andan tus cositas...", "yo apenas llego a fin de mes". Te hacen quedar como una persona rica, pero mientras tú decides caminar, andar en bicicleta o meditas que ya no miras ni la televisión, ellos están por cambiar de auto.
Una más estando todos.

Durante un año pensé que tenía que celebrar mi estancia en París tomándome una cerveza frente a la Torre Eiffel. Las personas sonreían y me decían "mira que es caro", "mira que esto...", "mira que lo otro...". Tenía la sensación de que realmente iba a resultar inaccesible esa posibilidad.
Un año más tarde, estoy literalmente echado sobre el césped verde de Champs de Mars frente a la estructura de 325 metros que seguramente hace un siglo, Gustave Eiffel no esperó que se erigiera en el ícono mundial qué acabó siendo. Es julio, hace calor y estoy con amigos. Ah, por cierto, voy por mi quinta cerveza (*).


(*) Nota: en el mismo Champs de Mars ofrecen cervezas chicas o hasta de 3/4, a 5 o 6 euros. O puedes caminar en búsqueda de almácenes cercanos en donde puedes comprarlas al precio de cualquier restaurante, discoteca o pub uruguayo. Martín -en calidad de licenciado en BAQA-, encabezó todas las expediciones para comprar cerveza, en cada una acompañado por distintos de nosotros.