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martes, 8 de agosto de 2017

De aguaceros y kebabs, alegrías y miedos un 14 de julio en París.


El cielo francés se abre a través de la ventanilla del avión mientras el pájaro de acero desciende en dirección al Aeropuerto de Orly. El verde de árboles y parques se salpica por doquier entre el pálido cemento de las edificaciones de París, mientras la Torre Eiffel se deja ver a la distancia.
La presencia de amplios y cuidados espacios verdes fue algo que me impactó en París, Praga y Ámsterdam. Supe tirarme a dormitar un rato al sol en algunos de ellos.

El Loft Boutique Hostel.
Las ratas pululan en alguno de los arbolados senderos próximos a la Torre Eiffel. Cuatro, cinco, seis roedores...salen de la oscuridad para hurgar en la basura en búsqueda de desperdicios que sirvan de alimento. Confieso que nunca vi tantas juntas.
La calle DeLacroix, próxima a Belleville, es nuestra casa en París durante la mayor parte del tiempo. Cerca del Loft Boutique Hostel -nuestro albergue- está el 72 de Belleville: la dirección en donde nació, en plena calle, Édith Piaf, una de las más célebres cantantes francesas del siglo XX. Su mamá, sola, no llegó al hospital, y la tuvo ahí mismito.
¿Un trago?

En París una palabra se gestó en nuestro léxico, repitiéndose casi cada día por el resto del viaje y en cada uno de los países en donde pusimos pie: kebab. Este aceitoso y grasiento sandwich oriental relleno de carne de res, pollo o pescado -tiene muchas variantes-, es una comida muy seleccionada por aquí. Los locales de comida rápida lo venden a 5 o 6 euros. Es rico pero claro, a la tercera o cuarta vez, tu estómago, algo dañado, suele decir "basta de kebab". En la zona de Belleville hay infinidad de locales chinos, y chinos caminando por la calle -"si tienen ojos rasgados, son chinos", asumen mis amigos-. Y hay kebabs. Muchos locales de kebabs. Debutamos en la consumición de este alimento en el "local de un mexicano". Supusimos erróneamente que se trataba de un cocinero oriundo de allí -por los platos que ofrecía en su local-, sin embargo resultó ser nativo de algún país de medio oriente. Una noche nos sentamos a comer kebab viendo la cadena de televisión Al Jazeera mientras un tipo dormía sentado.
La población musulmana es grande y la vemos por todas partes. Inevitablemente nos hacemos una pregunta, pero guarda dentro de sí la respuesta: "¿cómo saber quiénes son los que cometen atentados?". Son tantos, que podría ser cualquiera. Notamos seguridad en las calles, y algo que emparentamos con miedo entre la gente. Las personas no elevan la voz ni se escuchan gritos. Luego de conocer el eficiente sistema de metro nos decimos: "si nos subimos por partes diferentes del vagón de metro, no nos gritemos para encontrarnos". Intuíamos que romperíamos con esa regla tácita de hacer poco ruido, de andar casi sin andar, de no emitir sonidos.
Encima del Puente del Alma las personas dejan ofrendas, piden deseos y colocan fotos. Aquí falleció hace casi 20 años la princesa Diana de Gales, "Lady Di".

One euroo, one euroo.
Al anuncio de "one euroooo", "one euroooo", los africanos te venden 5 llaveritos de la Torre Eiffel por la zona del bello Champs de Mars, con sus "árboles cuadrados". La insistencia de esta gente es francamente impresionante, y en un par de minutos, 3 o 4 de ellos pueden acercarse para ofrecerte su mercancía con su particular anuncio, orígen de permanentes y divertidas imitaciones de nuestra parte. No creas que tu idioma será un impedimento para que ellos interactúen contigo. Los escuchamos hablar en muchas lenguas y con turistas de diversos lugares del planeta. Resistimos la idea de comprar los recuerditos durante nuestras primeras horas allá. Pero sobre el final del viaje, compramos una buena cantidad. Mi hermano le preguntó a uno de ellos de dónde venía. "Senegal", articuló como respuesta.


En París llueve. Un oscuro nubarrón cubre un fragmento de cielo y acaba desatando su contenido con furia. Nos pasó en Père Lachaise, en el Arco del Triunfo, en la Torre Eiffel o en la fila para ingresar al osario más grande de Europa: las catacumbas de París.
Más de 6 millones de esqueletos humanos existen en el amplio sistema de catacumbas bajo París. Un día los cementerios se saturaron y mandaron los huesos bajo tierra.

El verano a nuestra llegada, no es tan verano. La temperatura anda en 17 o 18 grados, y solo durante nuestro retorno el 14 de julio, sube considerablemente y anda rondando los 30.
Como leíste, volvimos a París en el día de la Fiesta Nacional. Y estuvimos al pie de la Torre Eiffel escuchando la Marsellesa coreada por miles de franceses en Champs de Mars. El nudo en la garganta me recuerda ligeramente a sensaciones en el volcán Chimborazo el año pasado. La torre se enciende con los colores de la bandera francesa y tras un minuto de silencio en homenaje a las víctimas del triste atentado de Niza el año anterior, es el momento anhelado: suena  por fin el himno. Es imposible no vibrar, no sentir emoción y evitar que la piel se erice. No importa de donde vengas. No importa que no seas francés. Estar ahí, en ese lugar, ese día, con tus amigos escuchando ese maravilloso himno, celebrando esos principios fundamentales sobre los que se cimenta la idea de un mundo mejor, conmueve.
14 de julio en Champs de Mars. De izquierda a derecha: Mauro, el bloguero, Nico, Martín y Seba.

Miré a mi alrededor unos instantes sembrando la semilla del temor en mi interior, y algunos de mis amigos también compartieron en silencio la sensación, luego intercambiada verbalmente. Tanta gente, una fecha tan especial, todo lo que ha pasado en Europa y en París. ¿No vendrá alguien con fines siniestros a estropear todo y establecer como un hecho algún mensaje premonitorio funesto que más de una vez escuché antes de llegar aquí? Pero no...todo transcurre con normalidad.
Evidentemente hay preocupaciones lógicas en familiares y amistades cuando te vas de viaje. Eso habla de cariño. Es agradable sentirlo y vale.
Sin embargo, no importa si es en broma, en serio -o una mezcla-, a veces se repiten algunos comentarios negativos, y hay personas que suelen hacértelos, que no estilan decirte nunca algo positivo. Simplemente te preguntas: ¿qué les pasa? Parece que quedarse en casa y no salir a la calle es un certificado de seguridad o vida eterna para no pocos. Y qué salir es sinónimo de incontables riesgos y padecimientos que te azotarán. De los creadores de "una mujer viajando sola, me muero", llegan: "qué lejos te vas..." "¿y si se cae el avión?" Y así se acaban muchos proyectos de viaje -y de vivir lo que tienes ganas-: en miedos. Los ajenos a menudo alimentan los propios.
La lluvia, habitual en París durante nuestra estancia.


Y si no, están quiénes te dicen -o sugieren-, al saber que te vas :"qué suerte tienes, eres soltero", o "y sí, no tienes hijos". Por dentro me quedo pensando "¿acaso alguien te amarró y te hizo casarte?", "¿acaso no puedes viajar con tu pareja?", "¿casarte o juntarte es sinónimo de perder tu individualidad, de perder la libertad?", "¿tener hijos es un obstáculo para viajar?", "¿la vida decidió todo por tí y no incidiste jamás, ni un poquito, en las condiciones que te planteó de entrada para modificarlas en tu beneficio?".
O están quiénes te plantean socarronamente mensajes del estilo "qué bien andan tus cositas...", "yo apenas llego a fin de mes". Te hacen quedar como una persona rica, pero mientras tú decides caminar, andar en bicicleta o meditas que ya no miras ni la televisión, ellos están por cambiar de auto.
Una más estando todos.

Durante un año pensé que tenía que celebrar mi estancia en París tomándome una cerveza frente a la Torre Eiffel. Las personas sonreían y me decían "mira que es caro", "mira que esto...", "mira que lo otro...". Tenía la sensación de que realmente iba a resultar inaccesible esa posibilidad.
Un año más tarde, estoy literalmente echado sobre el césped verde de Champs de Mars frente a la estructura de 325 metros que seguramente hace un siglo, Gustave Eiffel no esperó que se erigiera en el ícono mundial qué acabó siendo. Es julio, hace calor y estoy con amigos. Ah, por cierto, voy por mi quinta cerveza (*).


(*) Nota: en el mismo Champs de Mars ofrecen cervezas chicas o hasta de 3/4, a 5 o 6 euros. O puedes caminar en búsqueda de almácenes cercanos en donde puedes comprarlas al precio de cualquier restaurante, discoteca o pub uruguayo. Martín -en calidad de licenciado en BAQA-, encabezó todas las expediciones para comprar cerveza, en cada una acompañado por distintos de nosotros.


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