...y sirvió gratis cinco medidas de un raro licor que sabía a jarabe para la tos. Con el tiempo supimos que era "Soplica", una bebida tradicional polaca. La noche avanzaba en Varsovia cuando se entabló el breve diálogo entre mis amigos y el dueño del animado bar. "Where are you from?", le inquirió a uno de los muchachos, el barbado alto y enjuto de rostro cetrino. Aparentaba cincuenta y tantos y lucía un pelo blanco que terminaba en cola de caballo. Secundado por dos ayudantes, preparaba tragos, cobraba, oficiaba de DJ y salía al estrecho pasillo del bar para animar la velada. Notaba tu entusiasmo, te miraba fijo y cuando encontraba tu mirada sobre la suya sacudía su mano con el índice apuntando al techo, o te señalaba con el dedo buscando complicidad para iniciar el agite en sincronía con la melodía rockanrollera que sonaba por los altoparlantes. No teníamos ni idea de su nombre pero lo apodamos Pablo, por el dueño de un conocido pub de San Carlos. Decir que era alto es un rasgo descriptivo realmente poco útil aquí: todos son altos, mujeres y hombres. Por momentos me sentía un hobbit de la Tierra Media en la capital polaca.
Con Pablo en el bar al amanecer. |
La noche transcurrió entre cerveza, tragos, risas y baile. Las pegadizas canciones rockeras de alguna banda centroeuropea son festejadas por los concurrentes, quienes levantan las manos atizados por Pablo mientras ensayan un pogo. Pero de pronto hay un cambio, suena "Despacito" y un pequeño movimiento de mi hermano que mis amigos perciben como paso de baile, lo pone en el epicentro de las bromas. Las historias del "metalero" Nico en Europa apenas comenzaban a gestarse. Por lo pronto cabe señalar que, al decir de mis amigos, el metal fue mancillado unos segundos por este elemento.
Vaya uno a saber a qué hora fue esta foto... |
Se fueron acumulando horas y tragos, hasta que terminamos bailando "Feliz Navidad" un primero de julio. Salimos y caminamos buscando nuevos lugares donde meternos para acabar percatándonos de que acá la movida continúa incluso cuando la noche se funde en el día.
Suelo decir que no conocí Varsovia, pero me equivoco; en realidad no conocí Varsovia de día. Llegamos la tarde del 1 de julio al aeropuerto Modlin, situado a 40 km de la capital polaca. Veníamos de París en un vuelo de la aerolínea irlandesa de bajo costo Ryanair. Las autoridades del aeropuerto nos detuvieron a los cinco para pedirnos el pasaporte. Aguardamos mientras dos de los policías se metieron en una oficina con nuestros documentos. Nos miramos sin entender mucho. Al rato salió un tipo fornido y calvo que vestía un chaleco, abrió uno de los pasaportes y leyó: "Marrriouu Sebaaastian Dinegrrrriii"...-sí, sin tilde y con la "r" sonando fuerte-. Le devolvieron el documento a mi amigo y repartieron los pasaportes al resto de nosotros, pronunciando nuestros nombres españoles con ese peculiar acento centroeuropeo.
Volando a través de Europa con Ryanair. |
Es verano y tengo frío, pero los locales andan con ropas ligeras. Pensamos que los inviernos son tan crudos que cuando las temperaturas suben a 12 o 13 grados, las personas simplemente se liberan de los abrigados ropajes de los meses más fríos.
Acomodados en el festivo Patchwork hostel, en medio de una zona de bares, pubs y restaurantes, tomamos un mapa de la recepción y salimos a recorrer la ciudad antes que caiga la noche. Buscamos un fragmento del muro del antiguo ghetto de la ciudad y en el camino nos topamos con el imponente Palacio de la Cultura y la Ciencia, uno de los edificios más emblemáticos de Varsovia. Llevaba el nombre de Stalin hace unos décadas, pero durante la desestalinización lo perdió.
Los cinco con el Palacio de la Cultura y la Ciencia al fondo. |
"Mañana temprano volvemos", dijimos. Lo que no sabíamos a esas alturas, era que la noche de Varsovia apenas aprendía a caminar...
Rumbo a la estación de trenes de Varsovia para tomar el tren a Cracovia el 2 de julio. |
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