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sábado, 30 de julio de 2016

En el regazo del gigante.

Es indudablemente un viaje con sensaciones y emociones en ascenso como el relieve serrano ecuatoriano.
Ángel Sevilla, un experimentado guía de viaje que hizo cumbre en varias montañas del Ecuador viene a recogernos para realizar lo que resultaría en lo personal, una de las más removedoras experiencias de mi vida: visitar el volcán Chimborazo.
Sentado en el regazo del Chimborazo.
El dia inició temprano con el desayuno y gestiones para lograr que Sebastián se sumará a la expedición, puesto que habíamos decidido, a instancias de él, en la jornada anterior, que no nos acompañaría. Las actividades previstas, la altura del lugar, cuestiones de estado físico y otras propuestas con las que fue tentado (rafting, canopy) hicieron que nuestro amigo optara por no acompañarnos, pero no era una negativa rotunda y parecía que se lo podía convencer. Además de nuestro amigo y compañero de aventuras, era el fotógrafo del grupo. No podía faltar. Sentíamos que era una experiencia que ninguno de nosotros debía perder. Nos arrepentiríamos de no hacerla y se arrepentiría él. Al final accedió y el personal de la agencia -incluído el guía- aceptó. Se le cobraría menos dinero del que debíamos abonar quienes pensábamos hacer todas las actividades. Era lo justo, todos estábamos satisfechos e iniciamos la jornada poniendo rumbo a Ambato para recoger botas y bicicletas en la casa del guía.
Interior de la escuela de Chibuleo. Laboratorio de Informática.

De camino nos detuvimos en la "Unidad Educativa Chibuleo", un gigantesco centro de estudios que forma parte de un plan reciente que se conoce en Ecuador como "Escuelas del Milenio". Están en vacaciones y algunos estudiantes que lo requieren, vienen a clases de recuperación mientras el director nos atiende con agrado, guiándonos por las instalaciones de un centro que tiene 99 réplicas en distintas partes del país. Instalaciones modernas, amplios y relucientes salones, pizarras electrónicas, dos salas de computación impecables, placas en la puerta de cada aula, no hay graffitis, hay baños en cantidad e impecable estado, entre otras comodidades. Son públicas y la elección de su ubicación se centra en las zonas de poblaciones de bajos recursos. Cuentan con primaria, secundaria y bachillerato internacional. Aprenden inglés, español y quechua. Parece no faltar nada y como docentes, nos resulta inevitable establecer comparaciones con el estado de la educación uruguaya. Esta no es la realidad de todas las instituciones educativas ecuatorianas pero ya existen 100 de estas escuelas y se planifica la realización de más. Parece un paso importante hacia algo mejor.
Universidad de Chibuleo.
En Uruguay, para llevar a tus hijos a un lugar como este, en una zona semi rural de un país pobre como Ecuador, tienes que ganar mucho dinero y pagar el mejor colegio privado del país.
Experimentando una mezcla de vergüenza propia, sorpresa por encontrarnos con lo inesperado y alegría por esos muchachitos indígenas, nos vamos a buscar la montaña, nuestro objetivo del día.

Con la cabeza y las emociones puestas en lo que acabábamos de ver, llegamos a los páramos del Chimborazo, la montaña más alta de Ecuador. Tenía expectativas previas pero nunca soñé que la realidad las superara como finalmente sucedió. Se me hizo un nudo en la garganta de la emoción. Es un lugar majestuoso cargado de magia, un sitio casi virgen en donde el viento helado andino y las nubes a la altura del techo de tu habitación, te muestran la grandeza hostil y maravillosa de la naturaleza. No volverás a ser el mismo después de verle la cara a este coloso monumental que se levanta solo en medio de la cordillera, como diciendo "soy el rey del lugar, dame distancia" a sus cercanos y temibles (*) parientes Cotopaxi, Pichincha, Tungurahua y Carihuayrazo.

(*) Porque muchos de ellos son en realidad volcanes activos.

Los cuatro viendo hacia la montaña.
Brian, Sebastián y Martín albergaban sentimientos similares a las míos. En mi caso, tuve la buena fortuna de estar en lugares increíbles de Sudamérica, sitios de larga y probada reputación natural e histórica, pero ninguno me impactó como el prácticamente ignoto gigante ecuatoriano.
El volcán Chimborazo es la montaña más alta del país y una de las mayores del continente. Además, considerando el ensanchamiento de la Tierra  en el Ecuador, es el punto del planeta más  próximo al Sol y el más alejado del centro del orbe.
Las vicuñas son salvajes y esquivas. Emitiendo un sonido característico, huyen rápidamente al percibir que nos acercamos. Sin embargo, una de ellas no parece temer y se queda estática viéndonos, con el Chimborazo detrás. Es una foto magnífica.
Sebastián hacía un recorrido menos exigente abajo mientras que el resto de los muchachos y yo, ascendíamos un tramo por la ladera de la montaña. Martín y Brian, ante la sorpresa de quien escribe y de nuestro guía, deciden meterse en una pequeña laguna con una temperatura muy cercana al 0, a 4500 msnm. Al grito de "¡Chimborazo noma!", salen helados pero felices. El guía dice que están locos. Con la sonrisa dibujada en el rostro, pienso que no puedo más que coincidir con él.
Rebaño de llamas es guíado en los páramos del Chimborazo por pastores locales.

Al irnos, los muchachos hacen una pequeña travesía en bicicleta y tomamos contacto con una familia indígena que vive en las faldas de la montaña. Me impacta su sencillez, la simpatía que muestran y las condiciones extremas en las que viven. La cocina humea porque están preparando algo. No sé la edad de la señora pero aventuro que no llega a los 40, sin embargo tiene el rostro ajado, surcado por las arrugas. Las niñas sonríen tímidamente, bajo sus zapatos no llevan medias. La temperatura a esta hora de la tarde, próxima a la caída del sol, y a esta altura, es muy baja. El viento castiga duramente. Es el reino de la tundra helada y más allá, de las nieves perpetuas que coronan la montaña. El paisaje es un regalo maravilloso pero es hostil.
Con parte de una familia de campesinos al borde de la montaña.
Las admiro pero también siento una compasión que -reflexiono- es algo estúpida. Es su entorno y están en su casa. Lo que a mi me parece mundo duro y difícil, a ellas puede parecerles un mundo idílico. Sonrío a las niñas y les hablo con inusitado entusiasmo. Me regalan una sonrisa limpia y tímida que alberga inocencia. Al final solo tengo ganas de abrazarlas y no deja de resultarme extraño, porque no suelen germinar con facilidad esos sentimientos en mi personalidad a veces hosca y torpe para entregarse a los afectos con naturalidad. Las abrazo y nos tomamos una foto. Le compro a la señora por 10 dólares, un pequeño bolso tejido por ella que costaba 6. Ella es desconfiada y piensa que el billete es falso. El guía le explica pero al final, se lo cambia para serenarla. Intento hablarle pero Ángel me dice que "ella no entiende". Le cuento que vi unos pies desprovistos de abrigo y me responde que "no puedes cambiar el mundo".
Vicuña al pie de la montaña. Sensacional foto de Sebastián.

Nos despedimos y al descender en camioneta por la falda de la montaña rumbo a la carretera principal, el papá viene subiendo a caballo. Nos detenemos porque Ángel, nuestro guía, y él, se conocen. El hombre a caballo saluda amablemente. En su rostro indio veo a las niñas sonreírme por última vez.











domingo, 24 de julio de 2016

De columpios, abismos, volcanes y tirolesas.


La decisión la tomé estando en mi dormitorio en San Carlos, mientras pensaba el viaje por Ecuador. Baños debía estar en el recorrido, la "Casa del Árbol" tenía que ser visitada y el "Columpio del Fin del Mundo", experimentado. Pasaron unos meses y ahora estaba allí haciendo la fila para hamacarme, estaba algo impresionado por la magnitud del paisaje del lugar y por la caída, pero no podía haber marcha atrás.
Quizá la foto más representativa del paso por Ecuador. Surge de un video hecho con la GoPro, editado con Androvid, una aplicación útil para editar videos que se descarga fácilmente con el celular.
Claro que me dio miedo, claro que dudaba y me parecía peligroso, no porque realmente lo fuera, sino por la sensación de riesgo que despertaba. Pero aún así, lo tenía que hacer porque era el costado de Fabio que me dominaba en ese momento. Si no lo hacía, me iba a arrepentir después. Además, había comprado la GoPro para hacer estas cosas.
Sentado en la pequeña silla puse mis manos en las amarras, una cuerda oficiaba de cinturón y otra de respaldo impidiendo mi caida al vacío. El hombre me empuja y en un instante me columpio sobre el cielo de Baños frente al temible Tungurahua. Cuatro o cinco aventones, un par de giros para que las amarras se enreden como el cordón de un zapato, el corazón latiendo rápido, algunos insultos al aire y me bajo temblando, pero con una sonrisa. Si cabe el uso del término "terror" como sensación experimentada, el mismo se da en el punto en donde te columpias más alto. La sensación se renueva al descender porque sabes que te volverán a empujar, esta vez más alto que la anterior. Y al final, de colofón, el giro que hace que el columpio dé una vuelta sobre sí mismo para luego desenredarse. La tensión se libera con risas y el recuerdo de alguna mala mamá...
Mis amigos filman y toman fotos, nadie ha muerto aquí y aunque la impresión visual del lugar puede ser fuerte, no te pasará nada salvo experimentar un fenomenal estallido de adrenalina. Adultos mayores, personas con sobrepeso y niños se columpian. Una intrépida niña se suelta de manos y estira sus brazos en la parte más alta que alcanza el trayecto de la hamaca. Cualquiera podría hacerlo, pero no todos lo hacen. Se trata de una atracción segura pero capaz de darte un buen susto. A la izquierda del columpio y más allá de la casa del árbol, el manto de nubes blancas oculta el verdadero peligro latente del lugar: el volcán. Para nuestra suerte, se encuentra inactivo.
Una abeja poliniza esta flor en el área de los columpios.

Abandonamos la casa del árbol, en mi caso con la satisfacción de haber cumplido un desafío previo que me había autoimpuesto, pero el día era joven aún y faltaba por recorrer...
Al cabo de un rato, nos dirigimos a la "ruta de las cascadas", otra área de Baños. A los costados de la carretera, por las laderas, pueden avisorarse regueros de ceniza y otros materiales de alguna reciente erupción del Tungurahua. Se distinguen de manera sencilla dado el color grisáceo que adquiere el paisaje en los tramos por donde los materiales volcánicos pasaron, y debido a la ausencia de vegetación.
Chiva vagabunda. Dimos un buen paseo por Baños a bordo de este singular vehículo.

Volviendo a lo de las cascadas, existe un enorme cañón recorrido por el río Pastaza, un afluente del Marañón (tributario del Amazonas). A este cañón vierten aguas varias cascadas que son un atractivo del lugar: el "Manto de la Novia", el "Pailón del Diablo", entre otras. De esta gran abertura por la que discurre allá abajo el Pastaza, que tiene en algunos tramos unos 500 metros de ancho, penden enormes cables que son empleados para la práctica del canopy (tirolesa) o la tarabita.
Brian y Sebastián se animan durante una de nuestras paradas en las cascadas, y los tres damos un paseo en tarabita, una cabina que propulsada por un motor recorre toda la extensión del cable en un viaje de ida y vuelta sobre el ancho del río a través del cañón.
Continuamos viaje hacia otra cascada y al detenernos, nos ponemos a observar como la gente se cuelga de un cable para recorrer todo el cañón. Algunos van acostados, otros sentados. Los más osados se cuelgan cabeza abajo como murciélagos. Se llama canopy. Hay mucha altura y el cañón es enorme: impresiona más que el columpio. Incluso al lado del cable para realizar el canopy, hay otro columpio todavía mayor y más intimidante que el de la casa del árbol.
Haciendo Canopy.

Me dedico a mirar junto a mis amigos. Al rato, imbuído por algo más que la simple curiosidad, se me ocurre subir a la tarima para otear el paisaje que ve la persona que está a punto de ser lanzada a través del cable. Mis amigos perciben algo y Sebastián empieza a azuzarme para que lo haga. Me parece una locura y primeramente lo desestimo, pero otra vez, no me muevo de ahí. Siento el deseo de hacerlo irrumpir en mi, me dejo llevar por esa creciente sensación y al cabo de unos minutos, estoy atado a un cable de 500 metros de largo recorriendo el ancho del cañón con la GoPro en la mano. La sensación es increíble. Me bajo al otro lado y comienzo a caminar ascendiendo por una ladera de montaña selvática a través de unas escaleras. Cansado, con poco aire y liberado de tensiones, vuelvo a colgarme del cable para retornar con mis amigos, ya relajado y disfrutando de volar sobre el sensacional paisaje de ríos y cascadas.
Otra del columpio.
La sensación era de satisfacción, de una suerte de deber cumplido para mi. Columpiarme era algo que tenía que hacer, y el canopy, un cierre tan espectacular como inesperado de una jornada de tensión liberada y mucha descarga de adrenalina.
Había culminado un día increíble plagado de aventura bajo la mirada altiva del amenazante Tungurahua, cubierto tras la bruma.






sábado, 23 de julio de 2016

En la avenida de los volcanes: la loca carrera de Cuenca a Ambato

Me despierto sobresaltado en la madrugada. Recuerdo que voy en bus rumbo a Ambato. Hay alarma en el ambiente y se oyen algunos gritos. Un grupo de pasajeros está muy molesto: "¡oiga!, nos vamo´ a matar pal carajo!", le espeta una mujer al conductor. Observo el pequeño letrero electrónico, miro hacia afuera y al final comprendo, el bus ha pasado largamente el límite de velocidad y disputa una peligrosa carrera por una ruta zigzagueante. La noche es negra y no veo el paisaje, pero estamos en un país montañoso circulando por carreteras en la parte de sierra ecuatoriana. Aventuro que el camino es peligroso. Ante la falta de respuesta del temerario conductor, algunos de los furiosos pasajeros irrumpen en su cabina, y luego de hablar con él en términos poco amigables, logran que aminore la marcha. Mi amigo Sebastián grita con su inconfundible acento rioplatense: "¡Queremo´ llegar nomá! Se escuchan sonidos aprobatorios del resto de la gente. Sebastián, que iba al lado mio, no logró conciliar el sueño con facilidad. En mi caso, solo me despertó el griterío. Me tensioné al ver lo que sucedía pero al mismo tiempo, me resultó como una suerte de "deja vu". Había vivido situaciones similares en Bolivia y Perú el año anterior.
Viendo hacia el valle. El Tungurahua nublado al frente. Baños, debajo.
Llegamos finalmente, sanos y salvos, a Baños de Agua Santa -llamada así por la existencia de aguas termales con supuestas cualidades curativas-. En Ambato tomamos un nuevo bus hasta allí. Nos alojamos en el muy buen hostal "Elvita", próximo a la terminal. Pagamos una habitación familiar para 6 personas a un costo de 45 dólares en total. Era solo para nosotros 4.
Vista del valle desde la carretera.
La ciudad es pequeña y está encajada en un valle verde entre las montañas. Si uno camina por sus calles e ingresa a algunos locales, ve mapas enormes de la ciudad con el volcán Tungurahua coronándola. Me recuerda a la "montaña solitaria" de las obras de literatura fantástica de Tolkien, solo falta que el dragón Smaug salga del volcán escupiendo fuego a través de sus fauces. Los planos muestran las vías de evacuación de la ciudad en caso de actividad del volcán.
Ubicado en plena "avenida de los volcanes" -expresión acuñada por Von Humboldt en su pasaje por aquí-, Tungurahua viene del quechua y significa "ardor de garganta". Se activó en 1999 generando una importante erupción. Las manifestaciones del volcán no han cesado de evidenciarse desde entonces. En el 99 se generó inclusive la evacuación de la población durante el lapso de un año. La agricultura y la actividad turística, pilares en la economía de la zona, fueron severamente perjudicadas por aquél entonces.
Ahora, este coloso está nublado y su apreciación resulta difícil. Luego de preguntar a los locales, dejar pasar las horas y recorrer el valle en camioneta, la silueta del volcán empezó a divisarse en el horizonte detrás de las nubes. Es enorme e intimidatorio.
Calle de Baños que da a la estación de buses.
En la tarde del día en que llegamos a Baños recorrimos callecitas, mercaditos y nos fuimos en "chiva" -un pintoresco vehículo local que no es más que un camión tuneado-, y luego en camioneta a la casa del árbol, ubicada montaña arriba. Subimos a lo alto de la casa, que es un mirador en realidad. Al bajar, me dispuse a hacer fila para tomar parte de la principal atracción del lugar: el columpio del fin del mundo.
Dos mujeres charlan en una esquina. Una de ellas parece notar que se le está tomando una foto. Creo que no le agradó mucho.
Se trata de una hamaca sujetada a una de las ramas del árbol en donde está la casa, ubicada al borde de un precipicio de interminables metros. Aparentemente seré el único en hacerlo porque mis amigos aún no bajan. Tampoco conozco si tienen intenciones de seguir las mias. Cuando pasan los minutos y no los veo descender de la casa del árbol mientras se aproxima mi turno de columpiarme, solo aguardo a que bajen para registrar el momento. Siento tensión y algo de ansiedad. En mi cerebro, el hemisferio izquierdo me dice que me salga de la fila pero el derecho me ancla al piso y no me muevo...
El Tungurahua, hacia la tardecita. Mucho más despejado. Foto tomada en Ambato e inmediaciones.

viernes, 22 de julio de 2016

De Guayaquil a Cuenca: una cuesta hacia las nubes.

Por la ventanilla del bus el paisaje llano da lugar a las montañas, al cabo de un rato comenzamos a subir por las laderas y el precipicio se abre alrededor. Como un agujero negro, parece atraerte. De tanto en tanto, carteles señalando zonas de derrumbes, pequeñas cruces inscriptas con nombres de personas y la aparición de un gigantesco colchón de nubes a la altura de las ruedas del bus, son testigos de la peligrosidad de este camino sobre el cielo.
En Mirador Turi. Sostengo la GoPro. Cuenca al fondo.
Rodeada de montañas y ubicada a 2500 msnm, se ubica Cuenca, que con 330 mil habitantes, es la tercera ciudad del país. Fundada hace 500 años, sus edificaciones céntricas revisten antiguedad. El río Tomebamba la atraviesa. La ciudad es espléndida pero su belleza por momentos se insinúa más de lo que se ve. Existen remodelaciones para poner en funcionamiento el tranvía y las calles están en plena reconstrucción.
Al llegar, ingresamos al centro de atención al turista ubicado en la propia terminal de ómnibus. Averiguamos hostales disponibles que se ajusten a los requerimientos del grupo y actividades para hacer en Cuenca. Nos atienden gentilmente, nos llevamos un plano de la ciudad y nos dirigimos a la salida.
El taxi nos deja a una cuadra del recomendable hostal Colonial -nuestro alojamiento-, dado que la calle está cortada por las obras. Por 60 dólares -precio total-, alquilamos una cómoda habitación para los 4, con baño privado, agua caliente y wifi.
El mirador Turi corona la ciudad en lo alto de un cerro ofreciendo una vista fascinante. Hasta allá fuimos, tomamos fotos, filmamos videos y compramos algunos regalos.
Por la noche cenamos y sin quererlo, terminamos en un karaoke muy alegres. Si vienen a Ecuador alguna vez y piensan salir de noche, ingresar a bares, karaokes, pubs o discotecas, nunca lo hagan sin el documento de identidad. La policía controla bastante y los dueños de los locales serán inflexibles en cuanto a esta exigencia, sin importar la edad del interesado en ingresar al lugar.
Un paseo obligado en Cuenca consiste en la visita al Parque Nacional de Cajas, un espectacular paraje andino con lagunas rodeadas de montañas.
Para llegar, en la terminal de buses se compra un boleto por 2 dólares en el local de la empresa Cooperativa Universal. Luego de una hora de viaje se llega al lugar. Hay que llevar abrigo porque hace frío.
En el trayecto en bus encontramos unas muchachas alemanas que viajan desde hace meses por Latinoamérica, hablan muy bien el español y resulta muy gracioso escuchar a una decir "guachín" cuando le toca el turno al lunfardo porteño en la charla sobre maneras de hablar el español de los americanos. Son simpáticas, buscan charlar y mi amigo Brian les ceba mate animadamente.
Hay mal tiempo en el Cajas. Está cubierto, llueve, hace frío y la altura es de 3900 msnm. A pesar de ello ponemos buena cara y descendemos del bus para registrarnos e iniciar el recorrido por el parque. La entrada es absolutamente gratuita. Las instalaciones cuentan con una oficina por la que todos los visitantes deben pasar obligatoriamente para registrarse, restaurante y baños.

Para Brian y para mi, la escasez de oxígeno en la altura no era un fenómeno desconocido. Pero Martín y Sebastián no la habían experimentado hasta llegar a Cuenca. Si bien la altitud de la tercera ciudad del Ecuador puede afectarte, ninguno de nosotros la sintió. En cambio, en el Cajas las cosas cambiaron un poco. Escasos pasos a través de pequeñas cuestas o escalones, supusieron un reto mayor, finalmente sorteado con buen suceso por todos.
Caminando entre las piedras en el Cajas.
Caminamos por una pequeña parte del parque, tomamos fotografías e hicimos videos de las montañas nubladas y de lagunas como la enorme "Toreadora".
A pesar de la belleza incuestionable de este paraje natural, no deja de acecharme la idea de que en un día limpio de nubes y de resplandeciente sol, la belleza le abriría el telón al paraíso.
Al regreso del Cajas, por 9 dólares -por persona-  compramos boletos para Ambato, a 6 horas de viaje en bus desde Cuenca.
Nuestro próximo destino es la localidad de Baños de Agua Santa, conocida como la puerta de "El Dorado", una antigua y mítica ciudad llena de oro -¿real?- cuya búsqueda desveló a los conquistadores.
En el Cajas, con la laguna Toreadora detrás.

Baños es una pequeña localidad ubicada entre la sierra y la selva, al pie del amenazante volcán -activo- Tungurahua. Pero para llegar allí, primero debemos ir a Ambato. Sería un viaje incómodo y peligroso que nos situó en una situación de tensión que más adelante describiré.
Cerca de Ambato, Baños y el Tungurahua , una de las montañas más altas de América y el punto más alejado del centro de la Tierra, vigila el área. Es momento de ir en búsqueda del imponente Chimborazo.
Solo espero lograr el permiso de las nubes para ver al gigante.
Martín toma la foto mientras nosotros tres caminamos por una céntrica plaza.





martes, 19 de julio de 2016

Del frío montevideano al calor guayaquileño.

A través de la ventanilla circular del avión, los afilados picos nevados de los Andes parecían tan cerca que creí posible tocar sus blancas cumbres con la punta de mis dedos. Fueron el principal atractivo de una larga y agotadora jornada de viaje que incluyó una escala en la nublada capital chilena. Allí descendimos e hicimos cambio de avión para embarcarnos rumbo al destino final del periplo e inicio de nuestro verdadero viaje: la ciudad de Guayaquil, la urbe más grande del Ecuador.
Hemiciclo de la Rotonda, monumento a Bolívar y San Martín.

Tras un pasaje tranquilo por las cercanas montañas, la voz del capitán del vuelo anunció, previo al descenso en tierra chilena: "Santiago está cubierta", y en efecto, nada pude ver. No había visibilidad. Ni una sola casa o edificio: la principal ciudad del país trasandino permaneció oculta todo el tiempo. Habitualmente existe en los alrededores de esta metrópoli un importante problema de contaminación atmosférica, agravado por el hecho de que la ciudad está encerrada por la cordillera andina, barrera frecuente para el tránsito de vientos que puedan despejar la bruma.


En Guayaquil hace calor en julio...bueno, en realidad durante todo el año. Está ubicada en la provincia de Guayas en un llano próximo al océano Pacífico. En Santiago había 7 grados, en Montevideo era similar. Al salir del aeropuerto de Guayaquil el calor nos abrasó -sí, con "s"-, la gente andaba con remeras de manga corta, bermuda o short, falda y chinelas o sandalias.
Volando sobre Los Andes.
El país tiene grandes contrastes climáticos a pesar de ser pequeño. Se puede pasar en cuestión de pocos kilómetros del calor al frío o de la sequedad al tiempo lluvioso. Es la consecuencia de la latitud en la que se emplaza el país, y de contar con 3 regiones bien diferentes como son la costa, la sierra y la selva.
Letrero de la ciudad. Al día siguiente estaban pintando vivos blancos sobre el celeste, representando los colores de Guayaquil.
Nos alojamos en el Manso Boutique Hostal, un económico y confortable alojamiento ubicado en el área del Malecón, un prolijo barrio de la ciudad. Posee una rambla próxima al río Guayas con vista a la isla Santay. Restaurantes, plazoletas de juegos, espacios verdes, iluminación y pulcritud, sin duda este lugar es parte de la mejor imagen que Guayaquil tiene para ofrecer.
Notamos limpieza en las calles, la basura se clasifica y las iguanas andan por la vereda de la plaza que lleva su nombre cerca del Malecón. Estos reptiles trepan a los árboles y si estás desprevenido puede lloverte orina, heces o podrías pisarlos si están en el suelo. Son inofensivos y pese a que se insta a las personas a evitar tocarlas, le acaricio el lomo a una que pasa junto a mis pies. El animal patea mi mano con una de sus extremidades traseras.
Me acerco a una iguana.
Recorremos las calles de la ciudad preguntando cosas y hablando con la gente. Entramos a un museo donde se exhibe la labor de una artista que realiza esculturas de gente real, cada una con una pequeña biografía que la acompaña al pie. Leyendo, se pueden desentrañar las vivencias que determinaron la historia de vida de cada una de estas personas de orígen humilde. Todas cuentan "la carga" que llevan, tal como señala el título de esta bonita obra.
Escultura de "La Carga".
El sistema de transporte merece una distinción especial con el metrobus, una suerte de híbrido entre tren y bus que realiza recorridos líneales que unen puntos distantes de la ciudad. Es una forma rápida y económica de movilizarte por una ciudad realmente enorme. Puedes obtener en alguna de las estaciones, una tarjeta por 4 dólares y realizar varios viajes con ella o, pedirle a algún pasajero local que amablemente te marque su tarjeta en un  dispositivo ubicado en la estación, mientras simultáneamente arrojas 1 dólar en esa máquina, para devolverle lo adeudado. Con 1 dólar pagamos un pasaje para los cuatro. No tenía sentido comprar la tarjeta puesto que solo pensábamos hacer un viaje hasta un sitio llamado Las Peñas.
Una iguana en la plaza que lleva el nombre de estos reptiles.

Este peculiar lugar que recién citaba, Las Peñas, se ubica en el cerro Santa Ana. Es otro de los atractivos de la ciudad. En las faldas del cerro hay caseríos, locales de comida y música. Parte de la vida nocturna de Guayaquil encuentra albergue aquí. Tras un ascenso a lo largo de 444 escalones se llega a la cima. La misma se haya coronada por un bello mirador desde el que se puede obtener una maravillosa vista de la ciudad. Martín, enfundado en los colores del Club Nacional de Football y aquejado por el vértigo, no subió y fue víctima de las bromas pertinentes. Burlas que asociaron picaresca y rápidamente ambas cuestiones para explicar el "no ascenso" de nuestro querido amigo.
Atardecer en Guayaquil.

Mientras Sebastián y Martín aprovechaban para conocer otras partes de la ciudad como el estadio del Barcelona local, Brian y yo descansamos un poco en el Manso. Al caer la tardecita aprontamos un mate y salimos al Malecón. Nos encontramos de pronto en un almacén comprando helados y explicando a una pareja local el ritual del mate, observado con extrañeza y evidente curiosidad. Entre risas, con errores de parte del hombre -había entendido que debía traer un vaso cuando en realidad le pedía agua caliente para cebarle uno porque a mi se me había acabado-, les enseñamos a tomarse un mate.
En lo alto de Las Peñas. Vista de la ciudad desde cerro Santa Ana.




lunes, 18 de julio de 2016

La previa de un nuevo viaje.

En la víspera de una nueva aventura por tierra americana, organizo de a poco mis cosas, compro prendas de ropa, lentes de sol, una cámara nueva, protector solar y calzado. Es momento de reserva de pasajes de bus al aeropuerto, reuniones con el resto de los viajeros, gestionar hotel para el día de llegada y empezar a escribir algunas líneas de lo que será un nuevo diario de viaje. Leo artículos sobre seguridad, sitios atractivos e informes del tiempo. La expectativa crece.
 
Estoy a solo unos días de abordar un avión que me dejará junto a unos amigos en un destino nuevo en la mitad del mundo: el Ecuador. Se trata de un destino seleccionado casi por obra y gracia del descarte. Con Brian, Martín y Sebastián, habíamos evaluado diferentes sitios: Jamaica, Costa Rica, el caribe colombiano, el nordeste de Brasil y Europa Occidental. Por distintas razones fuimos desistiendo de escoger estos lugares y finalmente elegimos dejarnos seducir por este pequeño pero cambiante enclave del norte sudamericano. Los porqués se agolparon luego en la mochila de nuestras razones. Pocos países cuentan con el privilegio de tener una geografía tan variada en pocos kilómetros cuadrados: la costa, la sierra y la selva locales nos guiñan el ojo y nos invitan a conocerlas.
Un año atrás recorría parte del cono sur americano entre salares, lagos, desiertos y ciudades esculpidas hace siglos en las laderas de las montañas andinas. Fue el inicio de un viaje de un mes que me llevó por Argentina, Bolivia, Perú y Chile. Facebook me recuerda esta travesía mientras me preparo para comenzar otra.
Quiero volver a ver las montañas y aproximarme al volcán Chimborazo, el punto más cercano al sol y más alejado del centro de la Tierra debido al ensanchamiento del planeta en estas bajas latitudes. Anhelo poner un pie por primera vez en el hemisferio norte al llegar a la mitad del mundo, próximo a Quito. 
 
No sé todavía si realizaré algún deporte extremo al estilo andanzas en bicicleta al borde de un abismo de cientos de metros,  pero aparentemente el haber culminado con buen suceso esa travesía -la carretera de la muerte-, significa para mis amigos mi certificado de aventurero intrépido. Parecen aguardar que haga algo similar y no dejan de sorprenderme albergando tal expectativa. Tengo claro que de visitar Baños de Agua Santa, ir a la Casa del Árbol es una cita obligada. De estar allí, hamacarme en el Columpio del Fin del Mundo resultaría una tentación casi ineludible. Por mi cabeza ha pasado la idea de hacer puenting (bungee) y arrojarme al vacío con una cuerda elástica cayendo al precipicio. Nada menciono de todos maneras, porque hay que estar allí y sopesar la situación y las sensaciones en el lugar, antes de decidir qué hacer. Solo espero tener el valor necesario.