Translate

martes, 30 de agosto de 2016

El anecdotario de viaje.

Ante el aluvión de críticas constructivas cargadas de humor de mis amigos debido a la falta de anécdotas divertidas en el blog, pequeñas historias que dejaron mucha tela para cortar y son motivo de recuerdo y risas en cada asado o conversación por whatsapp, decidí incluir una nota más del viaje de este año a Ecuador. Una que contemple aquellas anécdotas divertidas que puedan ser contadas y publicadas en un blog en internet, dejando para nosotros las que pretendemos conservar sin difundir.

Que el blog sea de carácter personal y narre las vivencias desde mi perspectiva, sumado al hecho de que por el momento soy el único "escritor" del grupo, hace que muchas de esas pequeñas historias hayan quedado por fuera de estas notas y es momento de efectuar un acto de redención y retratarlas por escrito para la posteridad, para atesorarlas en una caja fuerte más consistente que la memoria humana que se vuelve selectiva y puede menguar con el tiempo.
En mirador Turi, con Cuenca al fondo.
Sin más preámbulos, aquí van algunas anécdotas:
  • Nuestro querido amigo Martín, durante cada despegue de avión siempre estuvo en el extremo opuesto de la ventanilla de nuestra fila en la aeronave. De apariencia inmutable y cómodamente sentado, lo notamos configurando un momento que no se repetiría en el viaje durante ninguna otra instancia que no fuera el ascenso del pájaro de acero: tomando una revista para leer. ¿Nervios?
  • Durante el viaje que nos trasladó de Cuenca al Parque Nacional de Cajas, más de un vendedor ambulante se subió al bus para ofrecer sus productos. Uno de ellos, muy cordial, ofrecía lo suyo con gran amabilidad e incuestionable capacidad oratoria. Nos auguruba bendiciones en nombre de Dios y todos los santos. Nadie le compró nada. Al bajar del bus estalló: "váyanse todos a su puta madre".
  • Sebastián, apodado "Tachuela" o "Tachu" a secas, volvió del Ecuador con un nuevo apodo: "Gatillo". No se trata de que el hombre realizara un curso de manejo de armas de fuego o que saliera de levante por las noches guayaquileñas, sino de su probada capacidad con la cámara fotógrafica. Distintos ángulos, efectos, poses, y el maestro de la fotografía gatillaba el disparador a diestra y siniestra, obteniendo muchas de las mejores imágenes del viaje. 
    Brian, a la izquierda. Martín, a la derecha.
  • En una céntrica plaza de Cuenca pretendíamos averiguar como llegar al mirador Turi, y Martín, tratando de emplear sus cualidades de seducción, elige a una bonita muchacha que está sentada sola en un banco. Va a preguntarle y una foto del instante tomada por uno de los muchachos, retrata a la chica observando algún punto en el vacío mientras le contesta con aparente parquedad a nuestro amigo, posiblemente adivinando sus intenciones. Digo con "aparente parquedad" porque mientras Martín seleccionaba juventud en su interlocutora, centrándose en incuestionables atributos físicos, yo me perdía su conversación entablando la mía con una señora mayor, que suspendió su helado y la charla con una señora amiga, para levantarse del banco y atender mi duda sonriendo amablemente, indicándome con detalle lo que debíamos hacer para llegar al mirador. ¿Qué mejor belleza que esa? Observación: esta lectura de la situación ocurrida en ese momento es personal y subjetiva. Al enterarse mis amigos de como fue narrada me objetan que Martín fue valiente y se la jugó mientras quien escribe fue "a lo seguro". El pensamiento de los muchachos que tomó forma de palabras en boca de alguno fue "Fabio no puede gastar una pregunta en una vieja".
  • Probablemente un sentimiento de admiración o simpatía hacía nuestro guía del Chimborazo Angel Sevilla, se mezcló con mi modo de hablar cordial, por lo que mis conversaciones con el veterano alpinista ecuatoriano fueron un caldo de cultivo de comicidad permanente. Esto se evidenció cuando nos despedimos luego de haber compartido el día entero de travesia por los lares del gigante andino y la escuela de Chibuleo. El hombre extendió su mano para saludar varonilmente a los muchachos pero al llegar mi turno me acerqué para estrecharle un abrazo y propinarle un beso en la mejilla, acción que aparentemente dejó estupefacto a nuestro guía, que quedó tan sorprendido como quien escribe estas líneas, ambos ante la reacción del otro, en un momento que se percibió incómodo para los dos, pero extremadamente divertido para Brian, Martín y Sebastián.

    Sebastián. Baños al fondo.
  • Brian, el único viajero con maleta como equipaje (los demás teníamos mochilas) jamás abandonó su estilo elegante para vestir en los aeropuertos y durante los vuelos. Camisa prolija, pantalón de jean y calzado acorde para el amante del aire. Una imagen tan pulcra que nos dolió a todos cuando Sebastián le arrojó por accidente un vaso de jugo de naranja en una de nuestras esperas. Se lo tomó con humor.
  • Mis formalidades para expresarme fueron un tema divertido y recurrente en el viaje, no solo detuvieron el tráfico de Quito a lo largo de 5 cuadras, sino que ameritaron el surgimiento de jocosas imitaciones de mi persona por parte de un Brian hilarante: "Buenos días, ¿cómo le va? Somos uruguayos, venimos de Maldonado. Disculpe la molestia. ¿Le puedo hacer una pregunta si es que no está muy ocupado? Sé que hace frío y es tarde. Venimos de Cuenca y vamos para Baños por esta ruta, queremos ir a la casa del árbol y luego a Quito. Pero, ¿me puede decir la hora?"
  • Ingreso al baño de un karaoke en Cuenca a altas horas de la madrugada, cierro la puerta e instantes después escucho por los parlantes que alguien con marcado acento ecuatoriano dice: "Un saludo para Gatillo y Fabito Sosa de Uruguay". La incredulidad se apodera de mi, salgo y diviso a Martín, muerto de risa acodado al mostrador al lado del amenizador de la velada, que tiene el micrófono en la mano.
  • Conocido es el gusto de Brian por la música romántica. Un día ingresábamos al Manso Hostel en Guayaquil mientras sonaba "Dime que no" de Ricardo Arjona, lo que generó el comentario entusiasta del hombre de buen vestir, que exclamó -ante la atenta mirada de las muchachas recepcionistas-: "¡Un tema de Arjona!" En ese momento irrumpe en la sala una voz grave y femenina de un muchacho que contorsionaba su cuerpo al compás de la música completando el estribillo "...me tendrás pensandooo toooodo el día en tíiiii".
  • El entrañable licenciado en BAQA (consultar significado por privado) Martín Moyano, designado así por sus amigos viajeros durante la planificación previa de esta travesía andina, es sin duda un sujeto especial. Puede ser un tipo en apariencia normal: serio, culto, deportista y amable. Un buen partido para cualquier muchacha que se tenga alta estima. Sin embargo la sola mención de una palabra en voz alta cerca de él, tiene la capacidad de modificarle radicalmente el semblante: "noche". La expresión de unos ojos que cobran vida y parecen querer saltar de sus cuencas, la amplitud de una sonrisa que se abre de lado a lado y una voz que se intensifica y acelera son algunas de las señales visibles de la aparición de este paladín de la noche. El hombre hizo recorridas nocturnas en solitario por algunas de las grandes ciudades. Durante una madrugada en Guayaquil buscábamos la "zona rosa", una callecita con boliches, pubs y discotecas que conoce cualquier local. Como Brian en los aeropuertos o Sebastián con las fotografías, Martín toma la iniciativa y detiene a un grupo de chicos para formular una desopilante pregunta: ¿Saben dónde quedan "Las Rosas"? Quienes son oriundos o conocen Maldonado, nos sentimos buscando la famosa prisión fernandina en pleno Ecuador.
  • En un hotel aguárdabamos al recepcionista, que al verme atavíado con pantalones, morral y gorra multicolor exclamó: "no se puede fumar aquí".
  • Me pasé buena parte de la preparación del viaje hablándoles a Martín y Sebastián sobre la altura, aconsejando a nuestros inexpertos en el tema sobre qué hacer para sobrellevarla sin pasar un mal rato. Cuando llegamos a Cuenca, la primera ciudad de altura en este viaje, comimos hamburguesas y tomamos alcohol. Nuestros hábitos reñidos con lo aconsejable siguieron durante casi todo la semana y media en tierra ecuatoriana. Pero en Quito alguien se apunó, siendo la única persona en padecer síntomas de mal de altura. Adivinen quien fue el "experto" que estuvo 2 días a yogurt y agua...
  • Sebastián y Martín recorrieron Las Peñas, un rincón insignia de Guayaquil de todas las horas, y también de la noche. Los muchachos salieron y cerraron la zona por la madrugada con ellos dentro, como debe ser: entre copa y copa.
  • Sebastián fue el ladero fiel de Martín en las salidas por las madrugadas ecuatorianas. Bastaba con un "no me deje tirado, Gatillo" de Martín para que el fotógrafo del grupo siguiera las andanzas nocturnas del licenciado en BAQA.
  • Como en cada salida en donde se dan -por suerte- algunos alegres y siempre medidos "leves excesos" de tragos en compañía de amigos, debía hacer una vuelta de carro al egresar de un pub. Este hábito se transformó en un hecho quedando debidamente documentado por las cámaras durante una noche cuencana.
  • En la foto final en Montañita quedó retratado que bebimos un trago en un local callejero en compañía de venezolanos y ecuatorianos. La subí a Facebook señalando que era la foto de despedida del país, en muestra de agradecimiento y que por esa razón celebrábamos. Olvidé mencionar el cumpleaños de Sebastián...


sábado, 27 de agosto de 2016

Varados en Santiago de Chile

El vuelo de Guayaquil a Santiago transcurrió con normalidad. Partimos temprano y luego de 5 horas estábamos en la capital chilena para aguardar un vuelo rumbo a Montevideo a las 21.15 hs. En total debíamos esperar unas 6 horas dentro del gigantesco aeropuerto Merino Benítez para hacer la conexión a Montevideo.
Cansados, pero de buen ánimo por sentirnos próximos a casa, charlamos, bromeamos, comimos algo y hasta me tiré en el piso sobre la alfombra para dormir una pequeña siesta.
Al comenzar la hora de hacer el embarque oímos por los altoparlantes que el vuelo se demoraría por niebla en el aeropuerto de Carrasco. Era una mala noticia. A las 22.30 habría nuevo reporte y debíamos continuar esperando. Aprovechamos la espera con mis amigos para charlar con un neurocirujano compatriota que estuvo en las islas Galápagos, destino para el que estuvimos a punto de poner rumbo en algún momento. Brian, en tono serio, advertía generando reacciones de humor nervioso en los cercanos, que la niebla no desaparecería rápidamente. No le faltaba razón. Daba cuenta también de sus accidentados viajes en avión puesto que en cada experiencia de vuelo, algo que lo había retrasado sucedió siempre. Hablando de vuelos cancelados e inesperadas estadías en ciudades imprevistas, avisaba que esta vez no sería la excepción. 
Crecían las especulaciones mientras aguardábamos novedades, conforme la gente iba comunicándose con familiares en el país o mediante internet en la página del aeropuerto uruguayo: qué había mucha niebla, que el aeropuerto estaba cerrado, que había vuelos en el aire rumbo ahí, que el aeropuerto en realidad seguía operando y que solo nuestra aerolínea (Latam) cancelaba el vuelo, etc. La gente estaba nerviosa y varios ya se arrimaban al mostrador a presentar sus inquietudes, preguntar o presionar a las funcionarias de la aerolínea.
Lo cierto es que el vuelo se canceló porque la niebla finalmente no se disipó. En la página del aeropuerto de Carrasco nuestro vuelo aparecía efectivamente como cancelado. Varios pasajeros estaban muy molestos porque según la página de la citada terminal uruguaya, otros vuelos seguían en el aire argumentando con evidente fastidio que solo Latam suspendía el suyo. La empresa afirmaba que la cancelación del vuelo era por factores climáticos, deslindándose de responsabilidades. Las asediadas funcionarias de Latam explicaban que no sabían como actuaban otras aerolíneas, que las directivas de la suya eran esas. Fueron desbordadas. Vi a una presa de la angustia al borde de las lágrimas, luego de ser duramente cuestionada por algunos pasajeros. Un tipo visiblemente alterado, deslizando algún insulto en medio, repetía en tono incriminador una y otra vez, que el aeropuerto uruguayo estaba operando con normalidad.
Al día siguiente descubriríamos que efectivamente el aeropuerto de Carrasco canceló su actividad durante la noche y que todos los vuelos que debían aterrizar o despegar de ahí, fueron desviados o no salieron, respectivamente.
Vehículo en el que nos transportaron al hotel.

Entiendo el nerviosismo de la gente, que hay cansancio, urgencias y obligaciones que atender, pero la gente debe comprender que si hay niebla, la culpa no es de la aerolínea. Mucho menos de las pobres muchachas, que con su mejor cara trataron de atender amablemente a todos los pasajeros del vuelo y escuchar sus inquietudes. Fue indignante la situación.
Crowne Plaza, hotel donde nos alojamos. Un lujo.

Finalmente el vuelo se reprogramó para el día siguiente a las 14.15 hs. Entre reclamos, a los pasajeros que estábamos en tránsito (veníamos de otra ciudad viajando con la aerolínea), nos llevaron -luego de hacer trámites de migración y aduana- a un hotel 5 estrellas en el centro de Santiago. Todo cubierto por la aerolínea. Nada mal. Pero a los pasajeros locales que partían desde Santiago no se les asistió. Debían pagar hotel o volver a sus casas. No comprendí el procedimiento de la aerolínea en este último caso. No todos los pasajeros "locales" son residentes de la ciudad. Probablemente muchos hayan venido de vacaciones y a más de uno debe de habérsele acabado el dinero.
En definitiva, para mi el hecho positivo de todo esto, fue que por vez primera y aunque solo fuera por pocas horas, puse un pie en Santiago de Chile. Una capital más en la lista. Además, mi pasaporte se ganó el sello de un nuevo país (el año anterior había estado en Chile pero no en aeropuertos ni con el pasaporte).
Al día siguiente, tras un despegue movido con un avión que cobraba altura sacudido por turbulencias que le hicieron presentir lo peor a este novel viajero del aire, iniciamos el retorno al Uruguay.
Los cuatro esperando el vuelo en el aeropuerto de Santiago.


viernes, 19 de agosto de 2016

"Bienvenidos a Montañita"

"Bienvenidos a Montañita" exclamó sin emoción, con mirada inexpresiva y sin amago de sonrisa alguna, un tipo alto y enjuto tras preguntar por nuestro origen geográfico. Tenía un gorro en la cabeza y una extraña mueca en la cara. De no estar consciente del lugar donde me encontraba, hubiese pensado que nos estaban dando la bienvenida a la casa del terror o a alguna siniestra locación de un cuento de Poe o una novela de Stephen King.
Una de las fotos típicas de montañita es junto a esta tabla de surf.

Montañita es un pequeño y soleado enclave turístico localizado en la costa pacífica al suroeste de Ecuador.
En este tramo el Pacífico oriental presenta aguas más cálidas que al sur, donde por ejemplo en Lima o Iquique, la temperatura del agua bañada por la gélida corriente de Humboldt es más fría.
Aprovecho las agradables condiciones ambientales de este paraíso tropical para hacer mi primera inmersión en el océano más grande del mundo, recordando el frío de Uruguay mientras me zambullo en las cálidas aguas en pleno julio.
Atardecer en playa de cálidas aguas.
El balneario es visitado por miles de turistas procedentes de todo el mundo cada año, siendo un destino ideal para adolescentes y jóvenes. Imaginen vivir viernes y sábados todos los días del año, si pueden visualizarlo están en Montañita: fiestas, música, locales de tragos, mercaditos, alojamientos con piscinas climatizadas, pubs y restaurantes. Todo reunido en un lugar de caseríos con un estilo más bien rústico, multicolor y con gente de todas partes. Es el paraíso de la juerga pero aquí la gente se trata bien. Cada uno disfruta del lugar, en soledad o con compañía, sin molestar a nadie. Al menos, eso es lo corriente. En febrero, un triste -y aislado- episodio ocurrido aquí terminó con la vida de dos muchachas argentinas y manchó un poco la reputación de Montañita. Por la noche, sentados al aire libre en un local de tragos disfrutando de la penúltima noche en Ecuador, charlamos animadamente con el dueño del puesto, un señor ecuatoriano apodado el "Tigre" y con su ayudante, un alegre y locuaz muchacho venezolano que se fue de su país buscando ganarse la vida luego de atravesar momentos complicados en su tierra natal, dada la actual situación en el país presidido por Nicolás Maduro. Nos cuentan que Montañita es tranquilo y que incluso en este eterno ambiente festivo nadie molesta a nadie, que cada uno está en la suya y que lo ocurrido es un hecho sin antecedentes que se recuerden. El dolor por lo sucedido, la enorme cobertura de la prensa local e internacional y las perpetuas habladurías de la gente asociadas a cada hecho que adquiere ribetes mediáticos y a cuestiones imperecederas de sociedades machistas como los prejuicios de género, le dieron al caso un realce enorme y dañaron un poco la imagen y la actividad turística de un sitio tan paradisíaco como pacífico como Montañita.
Se nos fue una parte de la cálida noche de julio entre trago y trago charlando del lamentable suceso pero también hablando de Montañita y sobre la vida en nuestros países.
Tomando un trago, festejando la estadía en Ecuador y el cumpleaños de Sebastián.
Nos hicimos un tiempo para ver en un restaurante abierto al aire libre, rodeados de ecuatorianos y argentinos, la semifinal de ida de la Copa Libertadores entre el Independiente del Valle y Boca Juniors. Aquí, ningún local presente es hincha del equipo del norte de Ecuador pero todos gritan los tantos del conjunto nacional como si fueran fanáticos. Me pongo a pensar en lo inusual que es ver esto en Uruguay o Argentina. El ecuatoriano, como el habitante del Pacífico sudamericano en general, tiene una cultura de la pelota diferente a la rioplatense, pero sabe de fútbol. Conoce al nacional Alberto Spencer, gloria del balompié ecuatoriano y uruguayo. Y conoce a Peñarol, sin desconocer necesariamente a Nacional. Así lo evidenció la encuesta callejera que realizó mi amigo Brian por distintos lugares del país por donde estuvimos. Quizá si van a Panamá o a Honduras dos uruguayos enfundados en la blusas de los dos grandes uruguayos, la gente reconozca más la camiseta de Nacional por Dely Valdés o la de Milton "Tyson" Núñez, respectivamente.
Hotel donde nos alojamos. Piscina, yacuzzi. ¿Qué más pedir?
Es jueves y a pesar de que existe movimiento, lo mejor de la semana está viernes y sábado. En esta época hay temporada alta de turistas europeos mientras que en enero aparecen muchos visitantes latinoamericanos. Despedimos la noche en un pub jugando al pool y al día siguiente, con algo de pena nos volvemos a Guayaquil para vivir nuestro último día de viaje en el país. El sábado bien temprano emprenderíamos un agitado regreso a Uruguay.



lunes, 1 de agosto de 2016

Apunado en la Mitad del Mundo.

Nos vamos a Quito. Adquirimos el pasaje en la agencia compañía Amazónica en la terminal de Baños a un precio de 4 dólares con 25 centavos. La capital del país, atravesada por la línea del Ecuador, se encuentra a tres horas y media de viaje en bus partiendo del terminal terrestre de Baños.
En El Panecillo, viendo hacia Quito. Me sentía bastante mal.

Nos levantamos temprano y probé nuevamente el desayuno americano, hábito que adquirí con los viajes. Sería una información poco relevante para este diario de no tener consecuencias más adelante, como les contaré líneas abajo.
Finalmente nos despedimos de esta región de verdes montañas y valles coronados por imponentes conos con cráteres que escupen fuego, llenos de sensaciones agradables, siendo alquimistas de nuestro destino al ser dueños de elegir adónde ir y qué hacer con nuestro tiempo.
De pie en una de las innumerables calles adoquinadas del centro de la ciudad.


Quito es parecido a La Paz. Largas calles trazadas a través de empinadas cuestas, iglesias antiguas, caseríos en las faldas de las montañas linderas y líneas de teleférico, entre otras similitudes. Sin embargo las montañas, entre ellas volcanes como el Pichincha o el Cotopaxi, están cubiertas de verde, mientras que el paisaje que rodea la capital boliviana es bastante árido.
En Mitad del Mundo, con un pie en cada hemisferio.
La capital ecuatoriana se emplaza a 2800 msnm y presenta un clima cambiante. El sol es fuerte pero el cielo se nubla rápido, llueve copiosamente y vuelve a aparecer el astro rey, tan rápido como desapareció. Así fueron nuestros días de estadía aquí.

Señora vendiendo comida local.
Llegamos a la terminal de buses de Quitumbe, me comí unas hamburguesas con cebolla, puesto que llevábamos varias horas sin comer, y nos trasladamos en trolebús hacia el centro de la ciudad para terminar alojados en el buen hostal "Puerta del Sol", a metros de la plaza de Santo Domingo.
Nos impacta favorablemente la buena disposición, apertura y amabilidad de las personas, desde la policía turística hasta el ciudadano de a pie. Son receptivos a las consultas, preguntas y a la charla. Se preocupan por la seguridad y por los turistas, no solo en Quito sino también en las demás ciudades.
Vista panorámica de la ciudad.
Recorremos el área del hostal y nos tomamos un taxi a "El Panecillo", un barrio alto de la ciudad dominado por un enorme monumento a la Virgen local, patrona de la ciudad. Desde allí se puede apreciar todo Quito y la vista es sensacional.

Estamos tomando fotos cuando de pronto empiezo a sentirme mal. Cae la tardecita, el sol se oculta y empezamos a buscar un taxi para regresar. En materia de inseguridad, nos habían dicho "o todos juntos o ninguno", en referencia a caminar por el Panecillo en horas de la noche. La cosa va para peor en relación a mi estado: me descompongo y el contenido de mi estómago es expulsado en varias tandas. Caigo en la cuenta de que he abusado de algunas comidas y pese a tener claro que debo cuidar mi estómago en la altura, me confío tontamente y termino padeciendo algunos síntomas de apunamiento. En el llano seguramente no habría pasado nada, pero aquí en la parte más alta de una de las ciudades más encumbradas de la Tierra, una impericia así puede costarte un mal rato. Al principio, condeno en silencio mi imprudencia, pero luego me resigno y encuentro interesante apunarme por vez primera. Se trataba de una experiencia nueva y ahora podría contarla.
Callecita quiteña.

Luego de un rato de procurar un taxi sin suerte, mientras trataba de tomar toda el agua posible para no deshidratarme en demasía, logramos que uno de los muchachos que atendía un puesto en el mercadito de la zona nos llevara de vuelta al hostal.

A la noche, mientras mis amigos salían nuevamente a recorrer las calles quiteñas, opté por permanecer en "La Puerta del Sol". No mejoraba. Llevé algunos medicamentos para casos como este, pero mi estómago los rechazaba. Debía comer algo, pero lo que ingería, lo expulsaba. Sin dejar de beber agua, me dirigí a hablar con la recepcionista del hostal. Me preparó una tostada con jugo de manzanilla. Empecé a comer pero terminé en el baño otra vez. Era preocupante. Al final, me dio un yogurt con cereales, un alimento que no suelo ingerir ¡y santo remedio! Funcionó. Entre charla y charla sobre Ecuador, la concepción que tienen de la planta de coca en el país -estigmatizada aquí, no así en Bolivia o Perú-, la violencia doméstica y otros asuntos, empecé a sentirme mejor y el ánimo se elevó.
Casco viejo de la ciudad.

Al día siguiente me encuentro más recuperado aún. Sintiéndome bien o no, perderme la visita a la Mitad del Mundo era imposible. Aunque fuera en camilla y con suero, debía estar.
Desayuné nuevamente yogurt con cereales, tomé mi mochila y partimos al sitio por donde pasa la línea ecuatorial, ubicado en las afueras de Quito. En la calle, a la salida del hostal paramos un taxi pero nos quería cobrar 35 dólares para llevarnos. Le dijimos que no. Hablé con el siguiente y el precio que fijó era de 15 dólares, pero luego cambió y decía que sería "lo que marcara la ficha". Pues bien, el taxista y yo nos enzarzamos en una pequeña discusión sobre el precio del pasaje hasta la Mitad del Mundo, y mientras sucedía esto, empecé a sentir bocinazos y algunos gritos. Cuando miro hacia atrás, una extensa fila de vehículos aguardaba impacientemente que me quitara de ahí para que el taxi circulara y así poder retomar el tránsito. Al final de cuentas, el taxista accedió a llevarnos por 15 dólares. Le grité a mis amigos que se acercaran, nos subimos y nos fuimos. Antes, junté las palmas de mis manos en dirección a los vehículos que esperaban detrás en señal de disculpa. Después, los muchachos entre risas me dijeron que detuve el tránsito de toda la ciudad discutiendo con el taxista. Mi forma de dirigirme a la gente, las palabras y modos de hablar que empleo, son siempre motivo de diversión en mis viajes. Me divierte también, me río de las ocurrencias de mis amigos y de mí mismo.
Esta avenida es imponente, traza una "U" hasta el Panecillo (arriba).

Mitad del Mundo queda como a 45 minutos en taxi desde el centro histórico de Quito. Es un complejo enorme en el que destaca un gran monumento de cuatro caras que marcan los cuatro puntos cardinales y en cuya cima está una representación de la Tierra. El monumento es cruzado por una visible línea amarilla que representa el pasaje de la línea del Ecuador. A la entrada hay un pasillo ladeado por los bustos pertenecientes a los científicos que realizaron la labor de medir con escasos recursos y suma precisión, el sitio exacto por donde pasa.
El monumento tiene nueve pisos y en cada uno hay un museo o una suerte de sala de experimentos vinculada con el lugar donde estamos. Por ejemplo, en una aparece una maqueta enorme que simula el desplazamiento de la Tierra en torno al Sol determinando los solsticios y equinoccios. También hay sobre el Efecto Coriolis o vinculadas al peso de las personas en el Ecuador, los polos y la Luna. El experimento del equilibrio con el huevo sobre un clavo se encuentra afuera.
Este policía tiene bien entrenado a ese simpático golden.

Pasamos parte de la mañana y la tarde aquí, almorzamos y volvimos al hostal. A la noche tarde, retornaríamos a la inmensa terminal de buses de Quitumbe, para iniciar el viaje de regreso a Guayaquil. Nos esperaba Montañita, un paradisíaco balneario a orillas de un Pacífico de aguas cálidas en donde haría mi primera inmersión en el mayor océano de la Tierra.
Virgen de Panecillo, patrona de Quito. Un enorme monumento de cerca de 30 mts de alto que se ve desde toda la ciudad.





sábado, 30 de julio de 2016

En el regazo del gigante.

Es indudablemente un viaje con sensaciones y emociones en ascenso como el relieve serrano ecuatoriano.
Ángel Sevilla, un experimentado guía de viaje que hizo cumbre en varias montañas del Ecuador viene a recogernos para realizar lo que resultaría en lo personal, una de las más removedoras experiencias de mi vida: visitar el volcán Chimborazo.
Sentado en el regazo del Chimborazo.
El dia inició temprano con el desayuno y gestiones para lograr que Sebastián se sumará a la expedición, puesto que habíamos decidido, a instancias de él, en la jornada anterior, que no nos acompañaría. Las actividades previstas, la altura del lugar, cuestiones de estado físico y otras propuestas con las que fue tentado (rafting, canopy) hicieron que nuestro amigo optara por no acompañarnos, pero no era una negativa rotunda y parecía que se lo podía convencer. Además de nuestro amigo y compañero de aventuras, era el fotógrafo del grupo. No podía faltar. Sentíamos que era una experiencia que ninguno de nosotros debía perder. Nos arrepentiríamos de no hacerla y se arrepentiría él. Al final accedió y el personal de la agencia -incluído el guía- aceptó. Se le cobraría menos dinero del que debíamos abonar quienes pensábamos hacer todas las actividades. Era lo justo, todos estábamos satisfechos e iniciamos la jornada poniendo rumbo a Ambato para recoger botas y bicicletas en la casa del guía.
Interior de la escuela de Chibuleo. Laboratorio de Informática.

De camino nos detuvimos en la "Unidad Educativa Chibuleo", un gigantesco centro de estudios que forma parte de un plan reciente que se conoce en Ecuador como "Escuelas del Milenio". Están en vacaciones y algunos estudiantes que lo requieren, vienen a clases de recuperación mientras el director nos atiende con agrado, guiándonos por las instalaciones de un centro que tiene 99 réplicas en distintas partes del país. Instalaciones modernas, amplios y relucientes salones, pizarras electrónicas, dos salas de computación impecables, placas en la puerta de cada aula, no hay graffitis, hay baños en cantidad e impecable estado, entre otras comodidades. Son públicas y la elección de su ubicación se centra en las zonas de poblaciones de bajos recursos. Cuentan con primaria, secundaria y bachillerato internacional. Aprenden inglés, español y quechua. Parece no faltar nada y como docentes, nos resulta inevitable establecer comparaciones con el estado de la educación uruguaya. Esta no es la realidad de todas las instituciones educativas ecuatorianas pero ya existen 100 de estas escuelas y se planifica la realización de más. Parece un paso importante hacia algo mejor.
Universidad de Chibuleo.
En Uruguay, para llevar a tus hijos a un lugar como este, en una zona semi rural de un país pobre como Ecuador, tienes que ganar mucho dinero y pagar el mejor colegio privado del país.
Experimentando una mezcla de vergüenza propia, sorpresa por encontrarnos con lo inesperado y alegría por esos muchachitos indígenas, nos vamos a buscar la montaña, nuestro objetivo del día.

Con la cabeza y las emociones puestas en lo que acabábamos de ver, llegamos a los páramos del Chimborazo, la montaña más alta de Ecuador. Tenía expectativas previas pero nunca soñé que la realidad las superara como finalmente sucedió. Se me hizo un nudo en la garganta de la emoción. Es un lugar majestuoso cargado de magia, un sitio casi virgen en donde el viento helado andino y las nubes a la altura del techo de tu habitación, te muestran la grandeza hostil y maravillosa de la naturaleza. No volverás a ser el mismo después de verle la cara a este coloso monumental que se levanta solo en medio de la cordillera, como diciendo "soy el rey del lugar, dame distancia" a sus cercanos y temibles (*) parientes Cotopaxi, Pichincha, Tungurahua y Carihuayrazo.

(*) Porque muchos de ellos son en realidad volcanes activos.

Los cuatro viendo hacia la montaña.
Brian, Sebastián y Martín albergaban sentimientos similares a las míos. En mi caso, tuve la buena fortuna de estar en lugares increíbles de Sudamérica, sitios de larga y probada reputación natural e histórica, pero ninguno me impactó como el prácticamente ignoto gigante ecuatoriano.
El volcán Chimborazo es la montaña más alta del país y una de las mayores del continente. Además, considerando el ensanchamiento de la Tierra  en el Ecuador, es el punto del planeta más  próximo al Sol y el más alejado del centro del orbe.
Las vicuñas son salvajes y esquivas. Emitiendo un sonido característico, huyen rápidamente al percibir que nos acercamos. Sin embargo, una de ellas no parece temer y se queda estática viéndonos, con el Chimborazo detrás. Es una foto magnífica.
Sebastián hacía un recorrido menos exigente abajo mientras que el resto de los muchachos y yo, ascendíamos un tramo por la ladera de la montaña. Martín y Brian, ante la sorpresa de quien escribe y de nuestro guía, deciden meterse en una pequeña laguna con una temperatura muy cercana al 0, a 4500 msnm. Al grito de "¡Chimborazo noma!", salen helados pero felices. El guía dice que están locos. Con la sonrisa dibujada en el rostro, pienso que no puedo más que coincidir con él.
Rebaño de llamas es guíado en los páramos del Chimborazo por pastores locales.

Al irnos, los muchachos hacen una pequeña travesía en bicicleta y tomamos contacto con una familia indígena que vive en las faldas de la montaña. Me impacta su sencillez, la simpatía que muestran y las condiciones extremas en las que viven. La cocina humea porque están preparando algo. No sé la edad de la señora pero aventuro que no llega a los 40, sin embargo tiene el rostro ajado, surcado por las arrugas. Las niñas sonríen tímidamente, bajo sus zapatos no llevan medias. La temperatura a esta hora de la tarde, próxima a la caída del sol, y a esta altura, es muy baja. El viento castiga duramente. Es el reino de la tundra helada y más allá, de las nieves perpetuas que coronan la montaña. El paisaje es un regalo maravilloso pero es hostil.
Con parte de una familia de campesinos al borde de la montaña.
Las admiro pero también siento una compasión que -reflexiono- es algo estúpida. Es su entorno y están en su casa. Lo que a mi me parece mundo duro y difícil, a ellas puede parecerles un mundo idílico. Sonrío a las niñas y les hablo con inusitado entusiasmo. Me regalan una sonrisa limpia y tímida que alberga inocencia. Al final solo tengo ganas de abrazarlas y no deja de resultarme extraño, porque no suelen germinar con facilidad esos sentimientos en mi personalidad a veces hosca y torpe para entregarse a los afectos con naturalidad. Las abrazo y nos tomamos una foto. Le compro a la señora por 10 dólares, un pequeño bolso tejido por ella que costaba 6. Ella es desconfiada y piensa que el billete es falso. El guía le explica pero al final, se lo cambia para serenarla. Intento hablarle pero Ángel me dice que "ella no entiende". Le cuento que vi unos pies desprovistos de abrigo y me responde que "no puedes cambiar el mundo".
Vicuña al pie de la montaña. Sensacional foto de Sebastián.

Nos despedimos y al descender en camioneta por la falda de la montaña rumbo a la carretera principal, el papá viene subiendo a caballo. Nos detenemos porque Ángel, nuestro guía, y él, se conocen. El hombre a caballo saluda amablemente. En su rostro indio veo a las niñas sonreírme por última vez.











domingo, 24 de julio de 2016

De columpios, abismos, volcanes y tirolesas.


La decisión la tomé estando en mi dormitorio en San Carlos, mientras pensaba el viaje por Ecuador. Baños debía estar en el recorrido, la "Casa del Árbol" tenía que ser visitada y el "Columpio del Fin del Mundo", experimentado. Pasaron unos meses y ahora estaba allí haciendo la fila para hamacarme, estaba algo impresionado por la magnitud del paisaje del lugar y por la caída, pero no podía haber marcha atrás.
Quizá la foto más representativa del paso por Ecuador. Surge de un video hecho con la GoPro, editado con Androvid, una aplicación útil para editar videos que se descarga fácilmente con el celular.
Claro que me dio miedo, claro que dudaba y me parecía peligroso, no porque realmente lo fuera, sino por la sensación de riesgo que despertaba. Pero aún así, lo tenía que hacer porque era el costado de Fabio que me dominaba en ese momento. Si no lo hacía, me iba a arrepentir después. Además, había comprado la GoPro para hacer estas cosas.
Sentado en la pequeña silla puse mis manos en las amarras, una cuerda oficiaba de cinturón y otra de respaldo impidiendo mi caida al vacío. El hombre me empuja y en un instante me columpio sobre el cielo de Baños frente al temible Tungurahua. Cuatro o cinco aventones, un par de giros para que las amarras se enreden como el cordón de un zapato, el corazón latiendo rápido, algunos insultos al aire y me bajo temblando, pero con una sonrisa. Si cabe el uso del término "terror" como sensación experimentada, el mismo se da en el punto en donde te columpias más alto. La sensación se renueva al descender porque sabes que te volverán a empujar, esta vez más alto que la anterior. Y al final, de colofón, el giro que hace que el columpio dé una vuelta sobre sí mismo para luego desenredarse. La tensión se libera con risas y el recuerdo de alguna mala mamá...
Mis amigos filman y toman fotos, nadie ha muerto aquí y aunque la impresión visual del lugar puede ser fuerte, no te pasará nada salvo experimentar un fenomenal estallido de adrenalina. Adultos mayores, personas con sobrepeso y niños se columpian. Una intrépida niña se suelta de manos y estira sus brazos en la parte más alta que alcanza el trayecto de la hamaca. Cualquiera podría hacerlo, pero no todos lo hacen. Se trata de una atracción segura pero capaz de darte un buen susto. A la izquierda del columpio y más allá de la casa del árbol, el manto de nubes blancas oculta el verdadero peligro latente del lugar: el volcán. Para nuestra suerte, se encuentra inactivo.
Una abeja poliniza esta flor en el área de los columpios.

Abandonamos la casa del árbol, en mi caso con la satisfacción de haber cumplido un desafío previo que me había autoimpuesto, pero el día era joven aún y faltaba por recorrer...
Al cabo de un rato, nos dirigimos a la "ruta de las cascadas", otra área de Baños. A los costados de la carretera, por las laderas, pueden avisorarse regueros de ceniza y otros materiales de alguna reciente erupción del Tungurahua. Se distinguen de manera sencilla dado el color grisáceo que adquiere el paisaje en los tramos por donde los materiales volcánicos pasaron, y debido a la ausencia de vegetación.
Chiva vagabunda. Dimos un buen paseo por Baños a bordo de este singular vehículo.

Volviendo a lo de las cascadas, existe un enorme cañón recorrido por el río Pastaza, un afluente del Marañón (tributario del Amazonas). A este cañón vierten aguas varias cascadas que son un atractivo del lugar: el "Manto de la Novia", el "Pailón del Diablo", entre otras. De esta gran abertura por la que discurre allá abajo el Pastaza, que tiene en algunos tramos unos 500 metros de ancho, penden enormes cables que son empleados para la práctica del canopy (tirolesa) o la tarabita.
Brian y Sebastián se animan durante una de nuestras paradas en las cascadas, y los tres damos un paseo en tarabita, una cabina que propulsada por un motor recorre toda la extensión del cable en un viaje de ida y vuelta sobre el ancho del río a través del cañón.
Continuamos viaje hacia otra cascada y al detenernos, nos ponemos a observar como la gente se cuelga de un cable para recorrer todo el cañón. Algunos van acostados, otros sentados. Los más osados se cuelgan cabeza abajo como murciélagos. Se llama canopy. Hay mucha altura y el cañón es enorme: impresiona más que el columpio. Incluso al lado del cable para realizar el canopy, hay otro columpio todavía mayor y más intimidante que el de la casa del árbol.
Haciendo Canopy.

Me dedico a mirar junto a mis amigos. Al rato, imbuído por algo más que la simple curiosidad, se me ocurre subir a la tarima para otear el paisaje que ve la persona que está a punto de ser lanzada a través del cable. Mis amigos perciben algo y Sebastián empieza a azuzarme para que lo haga. Me parece una locura y primeramente lo desestimo, pero otra vez, no me muevo de ahí. Siento el deseo de hacerlo irrumpir en mi, me dejo llevar por esa creciente sensación y al cabo de unos minutos, estoy atado a un cable de 500 metros de largo recorriendo el ancho del cañón con la GoPro en la mano. La sensación es increíble. Me bajo al otro lado y comienzo a caminar ascendiendo por una ladera de montaña selvática a través de unas escaleras. Cansado, con poco aire y liberado de tensiones, vuelvo a colgarme del cable para retornar con mis amigos, ya relajado y disfrutando de volar sobre el sensacional paisaje de ríos y cascadas.
Otra del columpio.
La sensación era de satisfacción, de una suerte de deber cumplido para mi. Columpiarme era algo que tenía que hacer, y el canopy, un cierre tan espectacular como inesperado de una jornada de tensión liberada y mucha descarga de adrenalina.
Había culminado un día increíble plagado de aventura bajo la mirada altiva del amenazante Tungurahua, cubierto tras la bruma.






sábado, 23 de julio de 2016

En la avenida de los volcanes: la loca carrera de Cuenca a Ambato

Me despierto sobresaltado en la madrugada. Recuerdo que voy en bus rumbo a Ambato. Hay alarma en el ambiente y se oyen algunos gritos. Un grupo de pasajeros está muy molesto: "¡oiga!, nos vamo´ a matar pal carajo!", le espeta una mujer al conductor. Observo el pequeño letrero electrónico, miro hacia afuera y al final comprendo, el bus ha pasado largamente el límite de velocidad y disputa una peligrosa carrera por una ruta zigzagueante. La noche es negra y no veo el paisaje, pero estamos en un país montañoso circulando por carreteras en la parte de sierra ecuatoriana. Aventuro que el camino es peligroso. Ante la falta de respuesta del temerario conductor, algunos de los furiosos pasajeros irrumpen en su cabina, y luego de hablar con él en términos poco amigables, logran que aminore la marcha. Mi amigo Sebastián grita con su inconfundible acento rioplatense: "¡Queremo´ llegar nomá! Se escuchan sonidos aprobatorios del resto de la gente. Sebastián, que iba al lado mio, no logró conciliar el sueño con facilidad. En mi caso, solo me despertó el griterío. Me tensioné al ver lo que sucedía pero al mismo tiempo, me resultó como una suerte de "deja vu". Había vivido situaciones similares en Bolivia y Perú el año anterior.
Viendo hacia el valle. El Tungurahua nublado al frente. Baños, debajo.
Llegamos finalmente, sanos y salvos, a Baños de Agua Santa -llamada así por la existencia de aguas termales con supuestas cualidades curativas-. En Ambato tomamos un nuevo bus hasta allí. Nos alojamos en el muy buen hostal "Elvita", próximo a la terminal. Pagamos una habitación familiar para 6 personas a un costo de 45 dólares en total. Era solo para nosotros 4.
Vista del valle desde la carretera.
La ciudad es pequeña y está encajada en un valle verde entre las montañas. Si uno camina por sus calles e ingresa a algunos locales, ve mapas enormes de la ciudad con el volcán Tungurahua coronándola. Me recuerda a la "montaña solitaria" de las obras de literatura fantástica de Tolkien, solo falta que el dragón Smaug salga del volcán escupiendo fuego a través de sus fauces. Los planos muestran las vías de evacuación de la ciudad en caso de actividad del volcán.
Ubicado en plena "avenida de los volcanes" -expresión acuñada por Von Humboldt en su pasaje por aquí-, Tungurahua viene del quechua y significa "ardor de garganta". Se activó en 1999 generando una importante erupción. Las manifestaciones del volcán no han cesado de evidenciarse desde entonces. En el 99 se generó inclusive la evacuación de la población durante el lapso de un año. La agricultura y la actividad turística, pilares en la economía de la zona, fueron severamente perjudicadas por aquél entonces.
Ahora, este coloso está nublado y su apreciación resulta difícil. Luego de preguntar a los locales, dejar pasar las horas y recorrer el valle en camioneta, la silueta del volcán empezó a divisarse en el horizonte detrás de las nubes. Es enorme e intimidatorio.
Calle de Baños que da a la estación de buses.
En la tarde del día en que llegamos a Baños recorrimos callecitas, mercaditos y nos fuimos en "chiva" -un pintoresco vehículo local que no es más que un camión tuneado-, y luego en camioneta a la casa del árbol, ubicada montaña arriba. Subimos a lo alto de la casa, que es un mirador en realidad. Al bajar, me dispuse a hacer fila para tomar parte de la principal atracción del lugar: el columpio del fin del mundo.
Dos mujeres charlan en una esquina. Una de ellas parece notar que se le está tomando una foto. Creo que no le agradó mucho.
Se trata de una hamaca sujetada a una de las ramas del árbol en donde está la casa, ubicada al borde de un precipicio de interminables metros. Aparentemente seré el único en hacerlo porque mis amigos aún no bajan. Tampoco conozco si tienen intenciones de seguir las mias. Cuando pasan los minutos y no los veo descender de la casa del árbol mientras se aproxima mi turno de columpiarme, solo aguardo a que bajen para registrar el momento. Siento tensión y algo de ansiedad. En mi cerebro, el hemisferio izquierdo me dice que me salga de la fila pero el derecho me ancla al piso y no me muevo...
El Tungurahua, hacia la tardecita. Mucho más despejado. Foto tomada en Ambato e inmediaciones.

viernes, 22 de julio de 2016

De Guayaquil a Cuenca: una cuesta hacia las nubes.

Por la ventanilla del bus el paisaje llano da lugar a las montañas, al cabo de un rato comenzamos a subir por las laderas y el precipicio se abre alrededor. Como un agujero negro, parece atraerte. De tanto en tanto, carteles señalando zonas de derrumbes, pequeñas cruces inscriptas con nombres de personas y la aparición de un gigantesco colchón de nubes a la altura de las ruedas del bus, son testigos de la peligrosidad de este camino sobre el cielo.
En Mirador Turi. Sostengo la GoPro. Cuenca al fondo.
Rodeada de montañas y ubicada a 2500 msnm, se ubica Cuenca, que con 330 mil habitantes, es la tercera ciudad del país. Fundada hace 500 años, sus edificaciones céntricas revisten antiguedad. El río Tomebamba la atraviesa. La ciudad es espléndida pero su belleza por momentos se insinúa más de lo que se ve. Existen remodelaciones para poner en funcionamiento el tranvía y las calles están en plena reconstrucción.
Al llegar, ingresamos al centro de atención al turista ubicado en la propia terminal de ómnibus. Averiguamos hostales disponibles que se ajusten a los requerimientos del grupo y actividades para hacer en Cuenca. Nos atienden gentilmente, nos llevamos un plano de la ciudad y nos dirigimos a la salida.
El taxi nos deja a una cuadra del recomendable hostal Colonial -nuestro alojamiento-, dado que la calle está cortada por las obras. Por 60 dólares -precio total-, alquilamos una cómoda habitación para los 4, con baño privado, agua caliente y wifi.
El mirador Turi corona la ciudad en lo alto de un cerro ofreciendo una vista fascinante. Hasta allá fuimos, tomamos fotos, filmamos videos y compramos algunos regalos.
Por la noche cenamos y sin quererlo, terminamos en un karaoke muy alegres. Si vienen a Ecuador alguna vez y piensan salir de noche, ingresar a bares, karaokes, pubs o discotecas, nunca lo hagan sin el documento de identidad. La policía controla bastante y los dueños de los locales serán inflexibles en cuanto a esta exigencia, sin importar la edad del interesado en ingresar al lugar.
Un paseo obligado en Cuenca consiste en la visita al Parque Nacional de Cajas, un espectacular paraje andino con lagunas rodeadas de montañas.
Para llegar, en la terminal de buses se compra un boleto por 2 dólares en el local de la empresa Cooperativa Universal. Luego de una hora de viaje se llega al lugar. Hay que llevar abrigo porque hace frío.
En el trayecto en bus encontramos unas muchachas alemanas que viajan desde hace meses por Latinoamérica, hablan muy bien el español y resulta muy gracioso escuchar a una decir "guachín" cuando le toca el turno al lunfardo porteño en la charla sobre maneras de hablar el español de los americanos. Son simpáticas, buscan charlar y mi amigo Brian les ceba mate animadamente.
Hay mal tiempo en el Cajas. Está cubierto, llueve, hace frío y la altura es de 3900 msnm. A pesar de ello ponemos buena cara y descendemos del bus para registrarnos e iniciar el recorrido por el parque. La entrada es absolutamente gratuita. Las instalaciones cuentan con una oficina por la que todos los visitantes deben pasar obligatoriamente para registrarse, restaurante y baños.

Para Brian y para mi, la escasez de oxígeno en la altura no era un fenómeno desconocido. Pero Martín y Sebastián no la habían experimentado hasta llegar a Cuenca. Si bien la altitud de la tercera ciudad del Ecuador puede afectarte, ninguno de nosotros la sintió. En cambio, en el Cajas las cosas cambiaron un poco. Escasos pasos a través de pequeñas cuestas o escalones, supusieron un reto mayor, finalmente sorteado con buen suceso por todos.
Caminando entre las piedras en el Cajas.
Caminamos por una pequeña parte del parque, tomamos fotografías e hicimos videos de las montañas nubladas y de lagunas como la enorme "Toreadora".
A pesar de la belleza incuestionable de este paraje natural, no deja de acecharme la idea de que en un día limpio de nubes y de resplandeciente sol, la belleza le abriría el telón al paraíso.
Al regreso del Cajas, por 9 dólares -por persona-  compramos boletos para Ambato, a 6 horas de viaje en bus desde Cuenca.
Nuestro próximo destino es la localidad de Baños de Agua Santa, conocida como la puerta de "El Dorado", una antigua y mítica ciudad llena de oro -¿real?- cuya búsqueda desveló a los conquistadores.
En el Cajas, con la laguna Toreadora detrás.

Baños es una pequeña localidad ubicada entre la sierra y la selva, al pie del amenazante volcán -activo- Tungurahua. Pero para llegar allí, primero debemos ir a Ambato. Sería un viaje incómodo y peligroso que nos situó en una situación de tensión que más adelante describiré.
Cerca de Ambato, Baños y el Tungurahua , una de las montañas más altas de América y el punto más alejado del centro de la Tierra, vigila el área. Es momento de ir en búsqueda del imponente Chimborazo.
Solo espero lograr el permiso de las nubes para ver al gigante.
Martín toma la foto mientras nosotros tres caminamos por una céntrica plaza.





martes, 19 de julio de 2016

Del frío montevideano al calor guayaquileño.

A través de la ventanilla circular del avión, los afilados picos nevados de los Andes parecían tan cerca que creí posible tocar sus blancas cumbres con la punta de mis dedos. Fueron el principal atractivo de una larga y agotadora jornada de viaje que incluyó una escala en la nublada capital chilena. Allí descendimos e hicimos cambio de avión para embarcarnos rumbo al destino final del periplo e inicio de nuestro verdadero viaje: la ciudad de Guayaquil, la urbe más grande del Ecuador.
Hemiciclo de la Rotonda, monumento a Bolívar y San Martín.

Tras un pasaje tranquilo por las cercanas montañas, la voz del capitán del vuelo anunció, previo al descenso en tierra chilena: "Santiago está cubierta", y en efecto, nada pude ver. No había visibilidad. Ni una sola casa o edificio: la principal ciudad del país trasandino permaneció oculta todo el tiempo. Habitualmente existe en los alrededores de esta metrópoli un importante problema de contaminación atmosférica, agravado por el hecho de que la ciudad está encerrada por la cordillera andina, barrera frecuente para el tránsito de vientos que puedan despejar la bruma.


En Guayaquil hace calor en julio...bueno, en realidad durante todo el año. Está ubicada en la provincia de Guayas en un llano próximo al océano Pacífico. En Santiago había 7 grados, en Montevideo era similar. Al salir del aeropuerto de Guayaquil el calor nos abrasó -sí, con "s"-, la gente andaba con remeras de manga corta, bermuda o short, falda y chinelas o sandalias.
Volando sobre Los Andes.
El país tiene grandes contrastes climáticos a pesar de ser pequeño. Se puede pasar en cuestión de pocos kilómetros del calor al frío o de la sequedad al tiempo lluvioso. Es la consecuencia de la latitud en la que se emplaza el país, y de contar con 3 regiones bien diferentes como son la costa, la sierra y la selva.
Letrero de la ciudad. Al día siguiente estaban pintando vivos blancos sobre el celeste, representando los colores de Guayaquil.
Nos alojamos en el Manso Boutique Hostal, un económico y confortable alojamiento ubicado en el área del Malecón, un prolijo barrio de la ciudad. Posee una rambla próxima al río Guayas con vista a la isla Santay. Restaurantes, plazoletas de juegos, espacios verdes, iluminación y pulcritud, sin duda este lugar es parte de la mejor imagen que Guayaquil tiene para ofrecer.
Notamos limpieza en las calles, la basura se clasifica y las iguanas andan por la vereda de la plaza que lleva su nombre cerca del Malecón. Estos reptiles trepan a los árboles y si estás desprevenido puede lloverte orina, heces o podrías pisarlos si están en el suelo. Son inofensivos y pese a que se insta a las personas a evitar tocarlas, le acaricio el lomo a una que pasa junto a mis pies. El animal patea mi mano con una de sus extremidades traseras.
Me acerco a una iguana.
Recorremos las calles de la ciudad preguntando cosas y hablando con la gente. Entramos a un museo donde se exhibe la labor de una artista que realiza esculturas de gente real, cada una con una pequeña biografía que la acompaña al pie. Leyendo, se pueden desentrañar las vivencias que determinaron la historia de vida de cada una de estas personas de orígen humilde. Todas cuentan "la carga" que llevan, tal como señala el título de esta bonita obra.
Escultura de "La Carga".
El sistema de transporte merece una distinción especial con el metrobus, una suerte de híbrido entre tren y bus que realiza recorridos líneales que unen puntos distantes de la ciudad. Es una forma rápida y económica de movilizarte por una ciudad realmente enorme. Puedes obtener en alguna de las estaciones, una tarjeta por 4 dólares y realizar varios viajes con ella o, pedirle a algún pasajero local que amablemente te marque su tarjeta en un  dispositivo ubicado en la estación, mientras simultáneamente arrojas 1 dólar en esa máquina, para devolverle lo adeudado. Con 1 dólar pagamos un pasaje para los cuatro. No tenía sentido comprar la tarjeta puesto que solo pensábamos hacer un viaje hasta un sitio llamado Las Peñas.
Una iguana en la plaza que lleva el nombre de estos reptiles.

Este peculiar lugar que recién citaba, Las Peñas, se ubica en el cerro Santa Ana. Es otro de los atractivos de la ciudad. En las faldas del cerro hay caseríos, locales de comida y música. Parte de la vida nocturna de Guayaquil encuentra albergue aquí. Tras un ascenso a lo largo de 444 escalones se llega a la cima. La misma se haya coronada por un bello mirador desde el que se puede obtener una maravillosa vista de la ciudad. Martín, enfundado en los colores del Club Nacional de Football y aquejado por el vértigo, no subió y fue víctima de las bromas pertinentes. Burlas que asociaron picaresca y rápidamente ambas cuestiones para explicar el "no ascenso" de nuestro querido amigo.
Atardecer en Guayaquil.

Mientras Sebastián y Martín aprovechaban para conocer otras partes de la ciudad como el estadio del Barcelona local, Brian y yo descansamos un poco en el Manso. Al caer la tardecita aprontamos un mate y salimos al Malecón. Nos encontramos de pronto en un almacén comprando helados y explicando a una pareja local el ritual del mate, observado con extrañeza y evidente curiosidad. Entre risas, con errores de parte del hombre -había entendido que debía traer un vaso cuando en realidad le pedía agua caliente para cebarle uno porque a mi se me había acabado-, les enseñamos a tomarse un mate.
En lo alto de Las Peñas. Vista de la ciudad desde cerro Santa Ana.